No hay nada más que brille para ti

Life Lessons

¡Víctor, me han ascendido! exclamó Ainhoa Gutiérrez con una voz que se quebró en un chirrido cómico mientras se quitaba los zapatos a la carrera. ¿Te imaginas? Con las primas casi dos mil euros. ¡Viva!

Entró en el salón como quien se lanza a abrazar a un toro, lista para envolver a su marido en un torbellino de alegría. Pero se detuvo en el umbral. Víctor estaba recostado en el sofá, y a su lado, apoyada contra el respaldo de una silla, estaba la suegra, la señora Dolores Martínez. Una sonrisa se quedó colgando en los labios de Ainhoa. El aire del cuarto se volvió denso, como una niebla de azúcar; sus mejillas se encendieron al instante, como una niña que ha sacado un diez en un examen y siente la mirada petrificante de la profesora.

Víctor se incorporó sin levantarse del todo. Dolores permanecía en silencio, escudriñando a su nuera de pies a cabeza. Los segundos se alargaron en una pausa pegajosa. Ainhoa apretó el asa de su bolso y hundió la vista en el suelo. Dentro de ella, la alegría que hace un minuto la inundaba se encogió, convirtiéndose en una chispa infantil fuera de lugar.

¡Ainhoa, son noticias maravillosas! cortó la voz de la suegra el silencio, y Ainhoa alzó la cabeza de golpe.

En el rostro de Dolores brotó una sonrisa tan amplia como una puerta de primavera. Se acercó a la nuera, abrió los brazos y ella, aturdida, dio un paso vacilante hacia ella. Dolores la abrazócorto pero firmey le dio una palmada en el hombro.

¡Felicidades, hija! ¡Te lo has ganado!
Gracias exhaló Ainhoa, sin comprender todavía lo que ocurría.

Víctor se levantó del sofá y se acercó. En su cara también jugaba una sonrisaauténtica, cálida.

Sabía que lo lograrías la rodeó, agarrándola por la cintura y acercándola a su pecho.

Dolores dio un paso atrás, cruzó los brazos y negó con la cabeza.

Ahora nuestra vida cambiará para mejor.

Ainhoa asintió, sin saber qué responder. Las palabras de la suegra sonaban correctas, pero en ellas había un eco de algo más, una nota que no lograba captar.

Bien, niños, no os molestaré dijo Dolores, tomando el bolso del reposabrazos y dirigiéndose a la salida. Celebren, os lo habéis ganado.

Víctor acompañó a su madre hasta la puerta. Ainhoa quedó en medio del salón. La puerta crujió y el marido volvió. La sonrisa seguía en su rostro, pero en sus ojos brilló una sombra inquieta e indescriptible.

¿Qué fue eso? se sentó Ainhoa al borde del sofá y lo miró.
¿A qué te refieres? respondió Víctor, caminando a la cocina y encendiendo la tetera.

Se levantó y lo siguió.

Tu madre ¿por qué vino?

Víctor sacó dos tazas del armario.

Cosas sin importancia, pequeñeces desvió la mirada. No le des bola.

¡Víctor!

Suspiró y se volvió hacia ella, la fatiga reflejándose en sus pupilas.

Mi padre y yo hemos tomado un préstamo de dos mil euros. Queríamos cambiar los muebles del piso. Ahora vienen a pedirnos dinero porque no pueden seguir pagando.

Ainhoa asintió. La tetera empezó a silbar, el agua hirviendo cantaba su canción. Víctor vertió el agua en las tazas, dejó caer los sobres de té. Ainhoa tomó su taza, la abrazó con las manos y sintió el calor expandirse por los dedos. Un presentimiento desagradable se instaló dentropegajoso, pesado. No sabía de dónde venía, pero estaba allí.

¿Y tú qué le respondiste? preguntó en voz baja.
Que ayudaría cuando pudiera. Ya sabes, ahora no hay dinero libre.

Ainhoa volvió a asentir y tomó un sorbo de té. El líquido caliente quemó sus labios, pero no le importó. Su mente ya había volado a otro lugar, y las palabras de Víctor no lograban calmarla.

Las dos semanas siguientes pasaron como un suspiro. El nuevo puesto absorbió a Ainhoa por completotareas que caían una tras otra, un horario apretado, pero ella disfrutaba cada día. Era lo que había buscado, y al alcanzar la meta, la satisfacción se desbordaba dentro de ella. Volvía a casa cansada pero satisfecha.

Una tarde, salió de la oficina antes de lo habitual. La lluvia caía en finas perlas y, apresurada, llegó al coche, encendió la calefacción y, de camino a casa, se detuvo en una tienda a comprar unas cosaspan, leche, algo para la cena. En casa se despojó del abrigo mojado, lo colgó y se dirigió a la cocina, esparciendo los alimentos sobre la mesa.

Diez minutos después, el timbre resonó. Secó sus manos con una toalla y abrió la puerta. En el umbral estaba Dolores, sin paraguas, con el cabello empapado, bajo un viejo abrigo. No había sonrisa en su rostro.

Buenos días, Ainhoa entró. ¿Está Víctor en casa?
No, sigue en el trabajo. ¿Algo ha pasado?

Dolores cruzó el salón, se sentó en el sofá y la miró de abajo hacia arriba.

Ainhoa, voy al grano. Necesito dinero, pococien euros.

Ainhoa quedó paralizada en la entrada.

Sabes que mi padre y yo estamos en una situación difícil. El préstamo nos aprieta, la pensión no alcanza. Tú ahora tienes un sueldo mejorpodrías ayudar.

Ainhoa guardó silencio, sin saber qué decir. La incomodidad se mezcló con una irritación ardiente.

Yo Dolores, ahora mismo no tengo efectivocomenzó, pero la suegra la interrumpió.

No hay problema, transfiérelo. Tienes el móvil.

Ainhoa la miró, comprendiendo que discutir era inútil. Dolores la observaba con una paciencia que no admitía dudasestaba convencida de que Ainhoa accedía.

Obligada, Ainhoa realizó la transferencia. Dolores asintió y se dirigió a la salida.

Gracias, hija.

La puerta se cerró tras ella, y Ainhoa quedó en el pasillo. Sólo entonces se dio cuenta: la suegra ni siquiera había mencionado cuándo devolvería el dinero. Ni una palabra sobre ello, simplemente lo tomó y se marchó.

Ese gesto le dejó un sabor amargo.

Dos semanas más tarde, Ainhoa recibió su primer gran sueldo. La cifra en la pantalla del móvil le sacó una sonrisaera real. Al volver a casa, se detuvo en una tienda y compró un pastel, sushi y pizza. Quería celebrar con Víctor, montar una pequeña fiesta.

Subió al piso, abrió la puerta y entró. Desde el salón se oían voces. Ainhoa avanzó, con los paquetes en las manos, y se detuvo en el umbral. Dolores estaba sentada en el sofá; Víctor, a su lado, con el rostro cansado.

Ainhoa dejó los paquetes al pie de la puerta.

¿Ha pasado algo?

Dolores alzó la vista y Ainhoa vio en sus ojos una mezcla de desesperación y rabia. La suegra se acercó.

Ainhoa, hija, estamos en apuros. La pensión no alcanza y el préstamo hay que pagartreinta mil euros antes de fin de mes. No sabemos qué hacer. Estamos desesperados

Ainhoa frunció el ceño. Dolores hablaba rápido, atropellada, como temiendo que la nuera la interrumpiera.

Necesitamos ayuda, Ainhoa. Treinta mil euros no es nada, ¿verdad?

Víctor se levantó del sofá.

Mamá, no tengo dinero. Me gustaría ayudar, pero ahora no dispongo de nada. Ni un céntimo.

Dolores miró los paquetes al pie de Ainhoa y sonrió.

Pero Ainhoa sí tiene dinerodio un paso hacia ella. Ve, ha comprado hasta delicatessen. ¿Verdad?

Ainhoa dio un paso atrás. La distancia entre ellas se redujo a menos de un metro.

Eres una buena nuera, ¿no? No abandonarás a la familia. Somos uno. ¿Quién más sino tú?

Las palabras se atascaban en la garganta de Ainhoa. La audacia de la mujer cruzaba cualquier límite. Miró a su suegra sin poder creer lo que oía.

¿Por qué debo ayudar? exclamó al fin.

Dolores se enderezó, su mirada brilló con seguridad.

Porque ahora recibes lo mejor de la familia. Los hijos deben ayudar a sus padres, incluso mantenerlos. ¿Lo ves?

Sí, los padresrepitió Ainhoa, retrocediendo. Pero los míos, no los tuyos.

El rostro de Dolores se torció. Se acercó, alzando la voz.

¡Soy la madre de tu marido! ¿Lo has olvidado? ¡Somos familia! ¡Tienes que ayudarnos!
¡No le debo nada a nadie! Ainhoa apretó los puños. Tengo mis planes, mi familia. Además, si el préstamo es tan grande, nunca debió haberse tomado.

Dolores se volvió hacia su hijo.

¡Víctor! ¿Escuchas lo que dice? ¡Haz que tu esposa entienda! ¡Qué descaro!

Víctor se acercó a su madre, su rostro endurecido.

Mamá, basta. Si necesitas dinero, pídelo a mí, no a Ainhoa. Ella no te debe nada.

Dolores abrió la boca, pero Víctor la interrumpió.

Te acompañaré fuera. La conversación ha terminado.

La sujetó del codo y la arrastró hacia la puerta. Ainhoa quedó en el salón, escuchando el crujido de la cerradura. Un minuto después, Víctor volvió. Ainhoa recogió los paquetes del suelo y lo miró.

¿Celebramos?

Víctor sonrió, cansado pero sincero. La abrazó, la acercó a su pecho.

Felicidades por tu primer gran sueldo. Eres mi ingeniosa.

Ainhoa se aferró a él, cerró los ojos. Dentro, la tempestad se calmó. Por fin comprendió que Dolores ya no volvería a exigirle dinero. En aquel sueño, la luz que antes se le escapaba se había apagado, pero Víctor estaba a su lado, y eso era lo único que importaba.

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