¡Tú no debes conocer a los niños de hoy en día!
Hola, Gala, te veo trabajando en el huerto y me he acercado a saludarte dijo Tía Petra, balanceándose junto a la verja.
Gala y ella vivían en extremos opuestos del pueblo. Petra y su marido, Víctor, cerca del río, mientras que Gala estaba más cerca del bosque.
Antes apenas se hablaban, tenían suficientes vecinos cerca. Pero resulta que los nietos de los demás ya son mayores. Sin embargo, este verano, los hijos de Petra y su marido quieren traerles a sus nietos, Adrián y Darío, durante todo un mes. Dicen que ya están hartos de estar en la ciudad.
Durante años, la familia de su hijo tuvo buenos ingresos y siempre viajaban al extranjero. Pero ahora las cosas han cambiado, y se acordaron de que sus padres vivían en el campo, junto al río. Así que decidieron no venir solo un fin de semana, como antes, sino traer a los chicos un mes entero.
Eso sí, madre les advirtió su hijo, Marcos Adrián, con trece años, se cree ya un adulto. Y Darío no está dispuesto a obedecerle, así que no paran de pelearse.
Bueno, ¿acaso no sabremos manejar a nuestros nietos? Traedlos, ya veremos contestó Petra con optimismo. Pero al colgar el teléfono, tuvo sus dudas. Los niños de ahora no son como antes, a veces ni sabes cómo acercarte a ellos. Antes los traían solo de pequeños. ¿Y ahora? Hasta le daba un poco de miedo, ¿y si no podía con ellos?
Víctor, su marido, era un hombre de carácter fuerte, no iba a tolerar desobediencias. Y menos querían líos.
Así que Petra decidió buscar apoyo y fue a casa de Gala, porque sabía que sus nietos tenían más o menos la misma edad.
Ella recordaba que los niños necesitaban estar ocupados. Así habría menos problemas, sobre todo si se hacían amigos.
¡Pasa, Petra! La vio Gala desde lejos ¿A qué vienes?
Pues que nos traen a los nietos un mes entero, ¿y los tuyos no son de edad parecida? Podríamos presentarlos, si se llevan bien, será bueno para todos propuso Petra.
¡Tú no debes conocer a los niños de hoy en día! se rio Gala ¿No te da miedo tenerlos tanto tiempo? ¡Los míos me dejaron los nervios hechos polvo! Hasta mi marido quiso mandarlos de vuelta. Bueno, si ya has dicho que sí, tráelos, que se conozcan. Al fin y al cabo, son nuestros nietos, ¿qué otra cosa nos queda?
El fin de semana llegó Marcos con su mujer, Lucía, y los chicos, Adrián y Darío.
Se veía que los chicos habían crecido y que estaban contentos de ver a sus abuelos. A Petra se le aligeró el corazón.
¿De qué la había asustado Gala? Quizás los suyos eran unos maleducados, ¡pero los suyos eran educados y respetuosos! Y hasta sacaban buenas notas, no había de qué preocuparse.
Madre, si hay algún problema, llámame y hablaré con ellos le dijo Marcos al irse. Pero Petra levantó la mano con seguridad ¡Déjalo, hijo! ¿Acaso no criamos nosotros a niños?
Esa noche, Adrián y Darío tardaron en calmarse. Los acostaron en la habitación de al lado, que antes era la de Marcos.
Pero, con el cambio de ambiente, los chicos estaban nerviosos y no podían dormir. Hablaban alto, y el alboroto molestaba a Víctor, que estaba muy enfadado.
¿Para qué aceptaste, Petra? ¡No necesitaban nuestro pueblo, pero aquí están!
Sin embargo, por la mañana no había quien los despertara.
Era casi la hora de comer, ¡y seguían durmiendo!
Abuela, déjanos dormir un poco más refunfuñó Adrián, el mayor.
Y Darío, el pequeño, estaba tan profundamente dormido que ni siquiera oyó a su abuela.
¡Pero ¿cuánto se puede dormir?! se exasperó Petra.
Entonces vio algo en el suelo. Se acercó y dio un respingo al verlo.
¡Sus móviles tirados en el suelo!
¡¿Habéis estado jugando hasta tarde?! ¡Eso no se hace! Os los voy a quitar, ¡y no habrá discusión!
Adrián se levantó de un salto.
¡Devuélvelos, no son tuyos! ¡Mamá nos deja!
Pues ahora mismo la llamo para ver qué es lo que os deja dijo Petra. Adrián dejó de intentar quitarle el móvil, se enfurruñó y cerró la puerta de un portazo, gruñendo ¡Pues llámala!
Pasaron dos horas sin que salieran. Víctor ya estaba dispuesto a ir a ver qué clase de boicot era ese en su primer día. Pero al final aparecieron, los dos de mal humor:
No queremos gachas, queremos nuggets o bocadillos calientes.
¿Ah, sí? Pues si no os gustan las gachas, idos sin comer se enfureció Víctor ¿Y habéis hecho las camas? A ver, voy a mirar. ¡¿De dónde salen estas bolsas de patatas vacías y envoltorios de caramelos en la cama?! ¿Y no habéis recogido nada? ¡Ni siquiera os habéis ganado las gachas! ¡Recoged la basura y haced las camas!
¡No podemos estar sin comer! Darío miró a su abuelo con el ceño fruncido ¡Sois malos!
Víctor estuvo a punto de explotar, pero Petra intervino. Vamos, os enseñaré a hacer las camas, ¿y mañana lo hacéis solos, vale? Y los bocadillos solo después de las gachas, ¿trato hecho?
Los estás malcriando, hay que ser más duros con ellos refunfuñó Víctor ¡Menudos frescos, no tienen vergüenza!
Los nietos de Gala y los suyos acabaron haciéndose amigos.
¡Pero lo que armaban los cuatro juntos!
Si jugaban en el patio de Petra, luego ella, a escondidas de Víctor, recogía ramas y palos que aparecían de quién sabe dónde. Las flores rotas, entrando y saliendo de casa, trayendo hierba pegada en los pies, migas por todas partes. Las sillas desestabilizadas, las puertas a punto de saltar de los goznes de tanto dar portazos.
¡Un desastre!
¡¿Qué clase de niños son estos?! se quejaba Víctor ¡Que no vuelvan nunca, si no hay manera con ellos! Adrián, ven conmigo, me ayudarás a arreglar las bicis para ti y Darío. Y la abuela y Darío prepararán la comida, ¿o acaso no hay que ganarse el almuerzo?
¿Y tú también tienes que ganártelo, abuelo? preguntó Adrián, sorprendido.
¿Tú qué pensabas? ¿Me has visto alguna vez sin hacer nada, o durmiendo hasta el mediodía? En esta vida nada es gratis, todo se gana, ¡así es! ¡Y vosotros el primer día rompisteis los pantalones y las camisas! Menos mal que la abuela guardaba ropa de vuestro padre. Ahora corréis con sus pantalones puestos, ¡pero las cosas no aparecen solas, hay que trabajar para conseguirlas!
Tú tampoco te pongas como un santo, ¡que yo te conozco! le advirtió Petra ¡No te creas tan perfecto!
Los nietos se fueron de casa de sus abuelos contentos, quejándose a sus padres:
¡El abuelo nos ha agotado, no nos dejaba el móvil y nos hacía trabajar!
Pero una semana después, Marcos llamó sorprendido:
Madre, padre, ¿cómo lo habéis hecho? ¡Darío ha aprendido a pelar patatas y a pasar la aspiradora! Adrián lava sus calcetines y hasta ha aprendido a cocinar algo