Casarse por culpa del Julián

Life Lessons

**Casarse por Colín**

La infancia feliz de Colín terminó a los cinco años. Un día, sus padres no fueron a recogerlo a la guardería. Todos los niños se habían ido, y él seguía sentado en su mesita, dibujando a su mamá y a su papá. La profesora lo miraba de vez en cuando y, por alguna razón, no dejaba de secarse las mejillas. Finalmente, se acercó, lo levantó en brazos, lo apretó fuerte y le dijo:

Pase lo que pase, no debes tener miedo, Colín. Ahora tienes que ser fuerte. ¿Me entiendes, cariño?

Quiero ir con mi mamá respondió él, con voz temblorosa.

Vendrán una tía y un tío a buscarte. Irás con ellos, pequeño. Habrá muchos niños como tú, pero no llores, ¿vale?

Y lo abrazó con el rostro empapado de lágrimas.

Lo llevaron de la mano hasta un coche. Cuando preguntó cuándo vería a su mamá, le dijeron que estaba muy lejos y que ese día no podría venir. Lo instalaron en una habitación llena de otros niños como él. Pero sus padres no aparecieron ni al día siguiente, ni al otro. El niño, destrozado, lloraba por las noches hasta que le subió la fiebre.

Solo una enfermera, después de que se recuperara, le habló con seriedad. Le explicó que sus padres estaban en el cielo, que no podían bajar, pero que lo veían siempre y que, por eso, él tenía que portarse bien y no enfermar, para no entristecerlos.

Pero Colín no lo creyó. Miraba al cielo y solo veía pájaros y nubes. Decidió que, cueste lo que cueste, los encontraría.

Primero exploró el patio del orfanato (así lo llamaban los otros niños). Tras mucho buscar, descubrió un agujero tras unos arbustos, donde los barrotes de la valla estaban doblados. No podía pasar entero, así que empezó a cavar. La tierra era blanda, mezclada con arena, y pronto logró ensanchar el hueco.

Colín se deslizó por él y salió al exterior. Corrió como si le persiguiera el demonio, alejándose de aquel lugar que odiaba. Pero no conocía la ciudad y pronto se perdió. Necesitaba encontrar su casa, aunque todas le parecían iguales.

De pronto, vio a una mujer en un paso de cebra. Llevaba un vestido de lunares y un moño rubio perfecto, igual que su madre.

¡Mamá! gritó, lanzándose hacia ella.

Ella no se giró.

¡Mamá! repitió, agarrándola de la manga cuando por fin la alcanzó.

La mujer se agachó y lo miró con atención. No, no era su madre.

Nina se enamoró a los veinte años, y fue para siempre. Con Víctor formaban una pareja perfecta. Se conocieron por casualidad en una verbena de verano. Él, tímido, la invitó a bailar un bolero. No se separaron en toda la noche, y él la acompañó a casa.

No tardaron mucho en casarse, tres meses después. Vivían felices, pero a los tres años Nina descubrió que no podía tener hijos. Víctor no lo aceptaba, y ella se sometió a tratamientos y curas en balnearios. Al final, asumieron que nunca tendrían un hijo propio, y Víctor propuso adoptar.

Pero Nina lo amaba tanto que le sugirió divorciarse. «Todavía eres joven le dijo. Cásate con otra que pueda darte lo que yo no puedo».

Víctor se negó. Juró que jamás la dejaría. Entonces Nina ideó un plan: fingir que lo había dejado por otro hombre. Víctor no se lo creyó, hasta que una noche ella no volvió a casa hasta el amanecer, oliendo a vino y colonia masculina. Ante sus preguntas, insistió: tenía un amante. Y Víctor, al fin, aceptó el divorcio.

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Cuando Colín la llamó «mamá», Nina llevaba dos meses separada. Echaba terriblemente de menos a Víctor y se preguntaba cómo estaría. De pronto, un niño desconocido le arrancó el corazón de un tirón.

¿Qué pasa, cariño? ¿Te has perdido? preguntó con dulzura.

Busco a mis padres. Me dijeron que están en el cielo, pero yo no me lo creo respondió Colín, llorando.

Vamos, vivo cerca. ¿Quieres que te invite a unos pasteles? Lo tomó de la mano y se fueron.

En casa, Colín devoró los pasteles que Nina había comprado, acompañándolos con té de hierbas. Le contó todo lo que le había pasado: cómo los niños mayores le quitaban los dulces, le pegaban y se burlaban de él.

A Nina se le encogió el corazón.

Oye, Colín, ¿quieres que te lleve conmigo? Viviremos juntos. Cuando crezcas, lo entenderás todo, y algún día verás a tus padres. Pero falta mucho para eso.

Colín asintió, feliz.

Nina llamó al orfanato para avisar. Lo llevó ella misma, habló con las cuidadoras para que vigilaran mejor a los niños, y empezó a visitarlo a diario. Pero no podía adoptarlo.

Tenía trabajo y piso, pero no marido. Y a una mujer sola no le daban niños en adopción. Por primera vez, lamentó haber insistido en el divorcio. ¿Cómo recuperar a Víctor ahora?

Decidió hablar con un compañero de trabajo, recién divorciado. Estanislao era un donjuán, pero buen profesional. Le pidió un matrimonio de conveniencia. Él dudó, pero aceptó… con condiciones.

Me gustas desde hace tiempo, Nina. Cenita romántica, y lo que surja.

A ella le repugnó la idea. Seguía amando a Víctor. Pero esa misma noche vio a Colín con un ojo morado: castigo por «chivarse». Las cuidadoras habían contado su conversación con Nina.

Al día siguiente, aceptó.

El sábado, vistiendo un rojo escote (como quería Estanislao), encendió velas y esperó, con el estómago revuelto. Pero cuando sonó el timbre, en la puerta estaba… Víctor.

Necesito hablar, Nines. Te he estado vigilando. Nunca ha entrado nadie en tu casa.

En ese momento, el ascensor se abrió, y apareció Estanislao con flores y champán.

¡Nina, cariño, aquí estoy!

Víctor enrojeció, apretó los puños y se marchó sin decir nada.

¡Víctor, espera! ¡No es lo que piensas! gritó ella, corriendo tras él.

Pero él saltó a un tranvía y se fue.

Nina, entre lágrimas, echó a Estanislao. ¿Qué sería ahora de Colín?

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Dos años después, Colín, orgulloso, esperaba en fila con su primer uniforme escolar. En la mano, un ramo enorme para su profesora.

A su lado estaban sus padres y su hermanita Maripí, que no paraba de moverse en brazos de su padre. Su madre llevaba el vestido de lunares que tanto le gustaba a Colín.

Eran Nina, Víctor y su segunda hija adoptiva.

Porque Estanislao, al final, no fue tan canalla. Buscó a Víctor y le explicó la verdad.

Al día siguiente, Víctor arrastró a Nina al registro civil. Se casaron de nuevo, adoptaron a Colín y siguen yendo al orfanato, llevando regalos. A Maripí la adoptaron en cuanto llegó.

Mamá, papá susurró Colín, mirando al cielo, prometo estudiar mucho. No os enfadéis por mis nuevos padres. Los quiero, pero son temporales, hasta que os vea.

Ya sabía que sus padres habían muerto en un accidente. Había ido a su tumba. Pero los domingos asistía a

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