¡Vaya, tener un hijo casi a los 50! ¿En qué estabas pensando? me reprochaban mis familiares por teléfono.
Tengo 46 años. Hace un mes di a luz a mellizos: un niño, Arturo, y una niña, Elena. No hay palabras para describir lo que siento cuando los miro. Felicidad, alegría, lágrimas, un calor que me llena por dentro hasta reventar, la verdad.
Pero ni mi madre ni mi hermana vinieron siquiera al hospital cuando me dieron el alta. Los parientes de mi marido también ignoraron el nacimiento. Todo por nuestra edad.
La verdad, nunca pensé en tener hijos. Era joven, disfrutaba de la vida sin preocupaciones, salía de fiesta por las noches. ¿Qué más podía pedir una chica? Cócteles, pretendientes, madrugadas Mi alma cantaba de felicidad.
A los 22 conocí a Adrián. Guapo, barba, gafas y un sentido del humor que me hacía reír sin parar. Las mujeres lo perseguían, pero me eligió a mí. Reconozco que eso me subió el ego bastante. Adrián tenía piso, coche y un negocio familiar. Sus padres tenían varias tiendas de ropa en la ciudad y ganaban buen dinero.
Pensé que había encontrado a mi príncipe azul. Adrián era mi billete a una vida feliz y despreocupada. Soñaba con el vestido de novia, con una luna de miel en Egipto
Pero para él no era nada serio. Viví en su piso solo un mes, hasta que un día cambió la cerradura y dejó mis cosas en la calle. ¡Justo cuando estaba en la peluquería haciéndome las uñas! Lo único que me dijo fue: “Somos de mundos distintos, no encajas conmigo”. Como si yo fuera un zapato sin pareja.
La ruptura me destrozó. Adelgacé 15 kilos, parecía un espectro. El pelo se me caía a puñados, llevaba pelucas o sombreros. Mi salud empeoró, y el peso perdido afectó mi fertilidad. Me operé, tomé medicinas, hasta probé infusiones de hierbas pero nada funcionó.
Así que me centré en mi carrera. Siempre me gustó pintar uñas, así que me hice manicurista. Por suerte, no faltaban clientes, y el dinero llegaba. Pedí un crédito, compré un piso pequeño, luego un coche y a los 33 cumplí mi sueño: abrir mi propio salón de belleza. Ahora trabajo con otras chicas jóvenes.
Hace dos años conocí a David. Trabajaba cerca y un día entró al salón para cambiar 20 euros. Y ahí me enamoré otra vez. Pronto nos mudamos juntos, nos casamos y, claro, empezamos a hablar de tener hijos.
Nada ocurría, y la edad pesaba. Así que opté por la fecundación in vitro. Rezaba a Dios cada noche, pidiendo un bebé, prometiendo ser la mejor madre.
Y Dios me escuchó. Tuve dos hijos sanos, el parto fue rápido
¿Te has vuelto loca? ¿Hijos a tu edad? ¿Has perdido el juicio? me gritó mi madre al teléfono.
Dios mío, ¡yo estoy a punto de ser abuela y tú teniendo bebés! ¡Hermana, ya no estás para esto! chillaba mi hermana.
Ningún familiar nos apoyó. Así que, al salir del hospital, solo me esperaban David y un fotógrafo. Hicimos unas fotos y nos fuimos a casa.
Los niños ya tienen un mes. Ni mi madre ni mi hermana quieren visitarnos. Dicen que les he avergonzado ante todo el mundo por tener hijos siendo mayor.
Pero ¿es un crimen querer una familia? ¿Tan malo es?