Mientras Katya pagaba, Sergei se alejaba. Cuando ella empezó a organizar las compras, él salió. Al salir de la tienda, Katya se encontró con Sergei, que estaba fumando.

Life Lessons

**Diario de un hombre**

Mientras Catalina pagaba en la caja, Javier se quedó atrás, distante. Cuando ella empezó a meter las compras en las bolsas, él salió del supermercado sin más. Al salir, Catalina lo encontró fumando un cigarrillo en la acera.

Javi, coge las bolsas, por favor pidió, tendiéndole dos bolsas pesadas.

Javier la miró como si le pidiera algo inmoral y preguntó, sorprendido:
¿Y tú qué?

Catalina se quedó perpleja. ¿Qué quería decir con eso? Un hombre debería ayudar sin más. Era absurdo que ella cargara con todo mientras él iba de manos vacías.

Javi, pesan mucho respondió.
¿Y qué? replicó él, firme.

Notó que empezaba a enfadarse, pero por orgullo no quería ceder. Echó a andar rápido, sabiendo que no lo alcanzaría. *”¿Coger las bolsas? ¿Acaso soy un burro? ¡Ni que fuera su criado! Soy un hombre. Yo decido. Que las lleve ella, no se va a morir”*, pensó. Hoy le apetecía humillarla.

¡Javi! ¿Adónde vas? ¡Cógelas! gritó ella, casi al borde del llanto.

Sabía que pesaban: él había llenado el carrito. La casa no estaba lejos, a cinco minutos, pero con tanto peso parecía una eternidad.

Catalina caminó hacia casa, conteniendo las lágrimas. Esperó que Javier volviera, pero no: se alejaba cada vez más. Le dieron ganas de tirarlo todo, pero siguió adelante. Al llegar al portal, se sentó en un banco, exhausta. Quería llorar de rabia y cansancio, pero se contuvo. Llorar en la calle era de mala educación. ¿Tragarse aquello? No. No solo la había faltado, sino que lo hizo a propósito. Él, que antes de casarse era tan detallista… Sabía muy bien lo que hacía.

¡Hola, Catalina! La voz de la vecina la sacó de sus pensamientos.
Hola, Doña Carmen respondió, forzando una sonrisa.

Doña Carmen, de soltera Carmen López, vivía un piso más abajo y había sido amiga de su abuela. Cuando esta murió, la ayudó en todo. No le quedaba más familia: su madre vivía en otra ciudad con su nueva pareja, y su padre nunca estuvo presente. Doña Carmen era lo más cercano que tenía.

Sin dudarlo, decidió darle las compras. Al fin y al cabo, no había cargado con ellas en vano. La pensión de Doña Carmen era escasa, y a Catalina le gustaba mimarla con caprichos.

Venga, Doña Carmen, la ayudo a subir dijo, cogiendo otra vez las bolsas.

En la cocina de la vecina, dejó todo, diciendo que era para ella. Al ver boquerones, paté, melocotones en almíbar y otros dulces que le encantaban pero no podía permitirse, Doña Carmen se emocionó tanto que Catalina se sintió culpable por no hacerlo más a menudo. Se despidieron con un beso, y ella subió a casa.

Al entrar, Javier salió de la cocina, masticando algo.

¿Y las bolsas? preguntó, como si nada hubiera pasado.
¿Qué bolsas? contestó ella igual. ¿Las que me ayudaste a llevar?
Venga, no exageres intentó bromear. ¿Te has enfadado?
No respondió con calma. Solo saqué conclusiones.

Javier se puso tenso. Esperaba gritos, peleas, lágrimas… Pero esa serenidad lo desconcertó.

¿Qué conclusiones?
Que no tengo marido dijo ella, suspirando. Creí que me había casado, pero resulta que me casé con un niño.
No te entiendo se hizo el ofendido.
¿Qué no entiendes? lo miró fijamente. Quiero un marido que sea un hombre. Y tú, al parecer, quieres una mujer que haga de hombre. Hizo una pausa. Entonces lo que necesitas es un marido.

El rostro de Javier se enrojeció de ira, apretando los puños, pero ella ni lo vio. Ya estaba en el dormitorio, metiendo sus cosas en una maleta.

Se resistió hasta el final. No quería irse. No entendía cómo algo tan pequeño acababa con todo.
¡Si todo iba bien! ¿Tan difícil era llevar las bolsas sola? protestó mientras ella tiraba su ropa dentro.
Tu maleta, espero que la lleves tú solo dijo Catalina, ignorándolo.

Sabía que era solo el primer aviso. Si toleraba el desprecio, la humillación iría a más. Así que cortó por lo sano, cerrándole la puerta en las narices.

**Lección:** El respeto no se pide, se gana. Y hay cosas que, por pequeñas que parezcan, rompen lo que el orgullo no puede reparar.

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