Al escuchar pasos acercándose, Lucía borró rápidamente el mensaje donde alguien confesaba añorarla y ansiaba un nuevo encuentro, dejando el teléfono sobre la mesilla, donde permaneció desde entonces.
Lo había releído una y otra vez, incapaz de creer que no era un sueño, sino la pura realidad. Su marido, su sostén y esperanza, su querido Javier, volvía a engañarla.
Y no era con una joven de porte de modelo, como antes, sino con una mujer quince años mayor que él.
Al entrar en la habitación, Javier silbaba alegre. Ese día, la empresa había repartido primas considerables, lo que significaba poder comprarle un regalo a su esposa por su aniversario y escaparse a la costa con Natalia.
Recordándola, sonrió con nostalgia. Había tenido muchas amantes: jóvenes, divorciadas, incluso casadas, pero ninguna como Natalia, su compañera de trabajo. No era delgada, pero su elegancia, su conversación, su actitud en la intimidad Aunque la edad pesaba, aún conservaba su encanto, y él estaba decidido a disfrutarlo hasta la última gota.
Al ver el ceño fruncido de Lucía, su sonrisa se desvaneció.
¿Ocurre algo? No pareces tú.
Nada, solo pensaba en el aniversario. ¿Podrías darme dinero para organizarlo?
Claro, claro.
Ni ella misma entendía su reacción. Ante las infidelidades anteriores, había armado escándalos y amenazado con el divorcio. Ahora, fingía indiferencia, como si nunca hubiera leído aquel mensaje.
Javier tomó el teléfono, simuló una llamada de trabajo y salió al balcón para enviar mensajes apasionados a su amante. Lucía contuvo las lágrimas; gritar no cambiaría nada.
No era la primera vez. Antes, él excusaba sus engaños culpando su figura posparto. Pero ahora, con un cuerpo esbelto, melena cuidada y vestidos elegantes, Lucía rivalizaba con cualquier actriz de telenovela.
Sus amigas no la comprendían. De familia acomodada, con profesión y tres hijos, podría haberlo dejado, pero aguantaba, aunque a veces, cansada, amenazaba con divorciarse. Entonces, sus suegros intervenían:
Mira a nuestra vecina Carmen. Viuda, trabaja dos empleos y aún cose de noche. O a Vera, con un marido borracho y ropa vieja para ella y los niños.
Pero
¡No hay peros! Vives como una reina: casa llena, sin trabajar, vestida en boutiques caras. ¿Que tu marido sale? Poco importa. Tu suegro también lo hizo, y yo no protesté. Los hombres son como gatos: buscan calor y mimos. Si lo regañas, se irá. ¿Qué habría sido de mí con cuatro hijos? Ahora es un padre ejemplar. Así que deja tonterías y haz que Javier no mire a otras.
Lucía sonrió con ironía. Hacía poco había visto a su suegro salir de casa de Carmen. Aún seguía sus aventuras, solo que, a diferencia de su hijo, las ocultaba mejor.
Paloma tiene razón. Si busca fuera, es que le faltas en algo. Si mi esposa me hubiera regañado así, la habría puesto en su lugar. ¡Si no le gusta, que se vaya!
La suegra sonreía condescendiente, pero a Lucía le revolvía el estómago. En su familia, el amor era fiel. Sus padres les enseñaron que, si el amor se acaba, se habla, no se engaña.
Nadie merece ser traicionado. ¿Por qué era normal que un hombre lo hiciera, y por qué la culpa siempre caía sobre la mujer?
Lloró incontables noches, gastó fortunas en videntes que prometían hacerlo fiel todo inútil.
Sus amigas le urgían a huir. ¿Pero adónde ir con tres hijos? ¿A casa de sus padres, ya ocupada por su hermano? ¿Alquilar? ¿Podría costearlo?
No trabajaba, y criar a tres niños sola era abrumador. Además, amaba a Javier. Se conocían desde primaria, se declararon amor en sexto y nunca se separaron.
Quizá su suegra tenía razón. Tal vez Javier se cansaría, o ella tenía la culpa. Antes, él era cariñoso y fiel.
Pero al recordar el mensaje, el dolor regresaba. Antes la criticaba por su peso. ¿Y ahora? ¿Qué tenía esa mujer mayor, con ese pelo teñido, que ella no tuviera?
Pronto sería su décimo aniversario, y él volvía a lo mismo.
Determinada, Lucía buscó en internet organizadores de eventos y concertó una cita.
Al día siguiente, llegó León, el dueño de la empresa. Tras disculparse por su colega, le aseguró que cumplirían sus deseos.
Tenemos catálogos de regalos y ideas para celebraciones, pero puede proponer algo. ¿Qué le gusta a su marido? ¿Pesca, deportes, coches?
Mujeres e infidelidades.
¿Perdón?
A mi marido le encantan las mujeres. No pasa un día sin engañarme.
Rompió a llorar, atrayendo miradas en el café.
¿Por qué lo permite? Es culpable por consentirlo. Si no se respeta, ¿qué espera de él?
No lo entiende
Lo entiendo perfectamente. Mi hermana menor pasó por lo mismo. Calló mucho, hasta que hizo algo irreparable. Ahora crío a mis sobrinos. ¿Tiene hijos?
Sí
Viva por ellos. Encontrará casa y trabajo. La vida solo se vive una vez.
Tiene razón.
Secándose las lágrimas, Lucía esbozó una sonrisa culpable.
Gracias por escucharme. Ya sé qué sorpresa prepararé. Apunte.
La semana siguiente, supervisó cada detalle. Eligió una finca en las afueras, envió invitaciones a familiares, amigos y colegas de Javier, incluso a Natalia. Todo estaba listo: menú, vestido, regalo. León la animaba cuando vacilaba. Él le mostró que no todos los hombres eran iguales y le dio más apoyo del que jamás tuvo.
El gran día, Lucía se admiró en el espejo: vestido negro de encaje, peinado impecable, maquillaje perfecto.
Es hora ¿Segura? preguntó León.
No hay vuelta atrás.
Bien. Llamaré a los nuestros para trasladar tus cosas mientras todos distraen.
La fiesta estaba en su apogeo. Los suegros presidían la mesa, sin notar su ausencia. Javier recibía felicitaciones y lanzaba miradas a Natalia, con quien ya se había escapado al baño. Ella también estaba invitada: parte del plan.
¡Hora de los regalos! Querido, en diez años juntos aprendí que contigo es mejor no discutir. Te acepto como eres. Gracias por mostrarme cómo debe ser el matrimonio y la mujer perfecta. No soy de palabras, así que solo diré: ¡este regalo te encantará!
Entraron tres chicas de una tarta: rubia, morena y pelirroja. Javier, desconcertado, miraba con avidez. Lucía se acercó a Natalia y susurró:
¿Crees que eres la única? Mira cómo brilla al verlas. Ahora mírate.
Mientras Natalia palidecía, Lucía fue a su suegra:
Parece que Gregorio no ha terminado con Carmen.
Antes de que reaccionara, se dirigió a Javier:
¿Te gusta? Siempre amaste a las mujeres. ¿Cuántas has tenido? ¿Tres? ¿Diez? Rubias, morenas ahora Natalia. Tus padres tenían razón: no pelearé más. Si te gusta esta vida, adelante pero sin mí. ¡Feliz aniversario!
Las últimas palabras resonaron en el salón. Tomó a sus hijos y salió, donde León la esperaba.
El divorcio fue tedioso. Javier la acus







