Mi madre está convencida de que mi novia solo está conmigo por el piso

Life Lessons

Mi madre está convencida de que mi novia solo está conmigo por el piso.

Vivía con mi madre en un amplio apartamento de tres habitaciones en el corazón bullicioso de Madrid. Aquel lugar nos lo quedamos después del divorcio de mis padres. Mi padre se marchó, dejándonos todo. Al principio, mantenía algún contacto, me llamaba de vez en cuando para saber de mí, pero con los años esas llamadas se fueron espaciando. Ahora solo se manifiesta con mensajes fríos y mecánicos en las fiestas.

Mi madre, en cambio, nunca logró reconstruir su vida sentimental. Algunos hombres pasaron por su camino, pero ninguno superó las dos o tres citas. Quizá no lo deseaba de verdad, o tal vez nunca encontró a quien pudiera reemplazar a mi padre.

En cuanto a mí, las relaciones siempre fueron un campo minado. Tuve encuentros, salidas, pero nunca se concretó nada serio. Nunca quise aferrarme a una historia solo por no estar solo. Si no surgía esa chispa única, lo decía sin rodeos. Perder mi tiempo o el de otra persona no tenía sentido para mí.

Pero un día, todo cambió de forma inesperada.

Conocí al amor de mi vida.

Cuando miré a los ojos de Lucía, supe al instante que esto era distinto. Desde el primer momento, sentí un vínculo raro y poderoso que nos unía. Me sumergí en ella, ardiendo por pasar cada instante libre a su lado.

Lucía había llegado a Madrid desde un pequeño pueblo de los Pirineos. Se había inscrito en la universidad y luchaba por labrarse una vida nueva en la gran ciudad. Era ambiciosa, inteligente, dulce y de una belleza que dejaba sin aliento. Nos acercamos con rapidez, empezamos a salir y, por primera vez, probé un amor puro y ardiente.

Sin embargo, descubrí que aquella felicidad era para mi madre una herida abierta, una afrenta insoportable.

Rechazó mi elección con violencia.

Siempre fui sincero con mi madre. Conocía a todas las chicas con las que había salido, nunca le escondí nada. Así que cuando le hablé de Lucía, esperaba una reacción normal: quizá un poco de recelo, pero también curiosidad.

En cambio, se desató una tormenta.

Ni siquiera quiso escuchar. Apenas mencioné que Lucía venía de fuera cuando me interrumpió, gritando que esa chica solo estaba conmigo por mi posición, mi comodidad y, sobre todo, por nuestro piso.

Quedé aturdido, como si un rayo me hubiera caído encima.

¿De dónde había sacado esa idea? ¿Cómo podía juzgar así a alguien que no había visto nunca, de quien no conocía ni la voz, con quien jamás había cruzado una palabra?

Mi madre se encerró en una hostilidad feroz contra nuestra relación. Empezó a montar escenas, a gritar hasta quedarse ronca, a derrumbarse en lágrimas, intentando convencerme de que estaba a punto de cometer el peor error de mi vida. Según ella, para Lucía yo solo era una oportunidad, una forma de establecerse en la ciudad, y acabaría rompiéndome el corazón antes de deshacerse de mí como de un trapo viejo.

Intenté defenderme, explicarle que Lucía nunca había dado a entender que quería vivir conmigo. Tenía su propio piso de alquiler, no me pedía dinero ni ayuda. Era una mujer independiente, acostumbrada a valerse por sí misma.

Pero mi madre seguía inflexible, firme como una roca.

La presión que me aplastó.

Al principio, intenté hacer oídos sordos a sus palabras. Confiaba en Lucía, sabía que no estaba conmigo por el piso. Pero cuando las mismas acusaciones te golpean día tras día, la duda acaba filtrándose como un veneno lento.

Empecé a escuchar los susurros venenosos de mi madre.

Analizaba cada gesto de Lucía, buscando intenciones ocultas donde no las había.

¿Por qué era tan cariñosa? ¿Sería un engaño? ¿Por qué me hacía regalos? ¿Estaría tramando algo a mis espaldas?

Me llevé al borde de la locura.

Lucía, claro, notó que algo pasaba. Me preguntaba si todo iba bien, si había ocurrido alguna desgracia. Quise confesárselo todo, pero la vergüenza me paralizaba, me apretaba la garganta como una mano invisible.

¿Cómo decirle a la mujer que amo que mi propia madre la ve como una cazadora de pisos sin corazón?

Amor o familia.

El conflicto con mi madre llegó a un punto insoportable.

Me lanzó un ultimátum, frío y afilado como una navaja: o rompía con Lucía, o me resignaba a no tener una relación normal con ella.

Estaba perdido, al borde del abismo, con el corazón hecho pedazos.

Por un lado, estaba mi madre. Me crió, cuidó de mí, y sentía hacia ella un deber aplastante, una deuda imposible de ignorar.

Pero por el otro ¿no tengo derecho a mi propia felicidad? ¿No merezco amar a quien mi corazón eligió?

Mi madre se negaba a escuchar mis súplicas. Su certeza era un muro de acero, impenetrable.

Entendí que debía tomar una decisión.

Pero ¿cuál?

Tengo un miedo visceral a equivocarme. Tiemblo ante la idea de perder a quien amo más que a nada, pero no estoy preparado para cortar los lazos con mi madre.

¿Y si solo tiene miedo de quedarse sola, abandonada en el silencio? ¿O será que ve algo que mi amor me ciega y me impide ver?

Estoy desgarrado entre el deber y la pasión, partido en un suplicio sin fin. Y por ahora, no sé cómo salir de esto.

Rate article
Add a comment

one × 5 =