Los ciervos ni se plantearon ofrecerle a Sergio mudarse con ellos. Salir juntos es una cosa, pero vivir bajo el mismo techo es muy diferente.

Life Lessons

**Diario de un hombre**

A Elena nunca se le habría ocurrido proponerle a Sergio mudarse con ella. Salir juntos era una cosa, pero vivir bajo el mismo techo era muy distinto. El sábado, Elena esperaba a Sergio para su paseo habitual. Al abrir la puerta, se quedó sin aliento: allí estaba él, con dos maletas enormes.

Elena se sentó en el sillón y hojeó fotos en su teléfono. Ahí estaban los dos en el parque, dando de comer a los patos; otra en una exposición, y aquella de su excursión a recoger setas. Seis meses de relación habían pasado volando.

Se conocieron en una página de citas. Ella tenía sesenta y uno, él sesenta y tres. Ambos divorciados, hijos ya mayores e independientes.

Sergio le cayó bien desde el principio: culto, leído, con sentido del humor. No buscaba una madre para sus hijos ni una ama de casa. Solo quería compañía de alguien interesante.

Quedaban dos o tres veces por semana. Iban al teatro, a exposiciones, a cafés, paseaban por Madrid o visitaban la casa de campo de una amiga. A Elena le gustaba esa relación sin ataduras, pero con cercanía emocional.

Elena, cuéntame cómo es tu vida le preguntó Sergio una vez, al principio.

Tranquila. Llevo cinco años viviendo sola, ya estoy acostumbrada.

¿No te aburres?

A veces. Pero tengo amigas, mis hijas me visitan y ahora te tengo a ti.

Me alegra oír eso.

Tras el divorcio, Sergio alquilaba un piso pequeño en un edificio viejo. Se quejaba de que la dueña era exigente, no arreglaba nada y subía el alquiler sin aviso.

Pero, ¿qué le voy a hacer? decía él. No tengo propiedad. Tras el divorcio, todo quedó para mi ex. Sus padres le compraron el piso, y aunque yo pagué reformas, nadie lo va a reconocer.

¿No has pensado en comprarte algo?

¿De dónde voy a sacar tanto dinero?

Elena lo entendía. Ella tenía un piso de tres habitaciones en un buen barrio de Barcelona, fruto de años de trabajo. Sus hijas vivían fuera, así que había espacio de sobra.

Pero jamás se le pasó por la cabeza invitar a Sergio a vivir con ella. Salir era una cosa; compartir hogar, otra.

El sábado, al abrir la puerta y verlo con las maletas, Elena se quedó paralizada.

Sergio, ¿qué pasa? preguntó.

¿Puedo pasar? Te lo explico.

Entraron al salón. Él dejó las maletas en el recibidor y se sentó en el sofá.

Verás, la dueña va a vender el piso. Me ha dado una semana para irme.

¿Y ahora qué?

Pues que no tengo donde vivir. Encontrar otro piso no es fácil, y no tengo ahorros.

Elena empezó a entender hacia dónde iba la cosa.

Elena, he pensado Llevamos seis meses juntos, nos conocemos bien. ¿Por qué no probamos a vivir juntos?

¿Juntos? repitió ella.

Sí. Tienes tres habitaciones, hay espacio. No seré una carga, trabajo y puedo aportar para gastos.

Sergio, nunca hemos hablado de esto.

¿Para qué hablar antes? La vida misma nos lo está pidiendo.

Elena se sintió confundida. No estaba preparada para ese giro.

Necesito pensarlo.

¿Pensar qué? Nos queremos, ¿no?

Quererse y vivir juntos no es lo mismo.

¿Por qué no? A nuestra edad, hay que decidirse.

¿Decidir qué?

En la relación. Si salimos, es para estar juntos.

Elena miró las maletas. Parecía que Sergio ya había decidido por ella.

¿Y si digo que no?

¿No a qué? ¿A ser felices?

No a que alguien llegue con sus maletas sin preguntarme.

Elena, no te enfades. No es por maldad. Son las circunstancias.

Las circunstancias no surgen solas. Las crea la gente.

¿Qué quieres decir?

Que primero se habla, luego se traen maletas.

Sergio guardó silencio, reflexionando.

Vale. Hablemos ahora. Te propongo vivir juntos.

Y yo te digo que no.

¿Por qué?

Porque me gusta vivir sola. Disfruto de nuestra relación, pero no quiero compartir mi espacio.

Pero ¿por qué? Nos complementamos bien.

Para salir, pasear, divertirnos. No para la rutina diaria.

¿Y qué cambia?

La rutina es todos los días. Son hábitos, orden, compromisos.

Pues nos adaptamos.

Justo eso no quiero. Estoy bien como estoy.

Sergio parecía herido.

Elena, ¿y si te propongo matrimonio?

¿Para qué?

¿Cómo que para qué? Para hacer las cosas bien.

El matrimonio no cambiaría nada. Sigo sin querer vivir juntos.

Entonces, ¿qué sentido tiene esto?

El mismo de siempre. Salir, compartir momentos.

¿Y después?

Seguimos igual.

¡Eso no es serio!

Para mí sí.

Pues a mí no. Yo quiero estabilidad.

¿Qué estabilidad necesitas? preguntó Elena, sentándose frente a él.

La normal. La de una familia. Desayunar juntos, hacer planes.

Yo no quiero desayunar con nadie cada día. Ni adaptarme a los planes de otro.

¡Pero estás sola!

No estoy sola. Tengo hijas, amigas, a ti. Soledad y vivir sola son cosas distintas.

No lo entiendo.

La diferencia es que ahora elijo cuándo y con quién estar. Si vivimos juntos, pierdo esa elección.

A los sesenta, hay que pensar en quién cuidará de uno.

Lo pienso. Pero no tiene que ser un hombre.

¿Entonces quién?

Mis hijas, una cuidadora, servicios sociales. Hay opciones.

¡Eso no es lo mismo!

Para ti no. Para mí, sí.

Sergio se levantó y caminó por la habitación.

¿O sea, quieres que siga alquilando y nos veamos los fines de semana?

Que vivas como prefieras. Y nos veremos cuando ambos queramos.

¿Y si no puedo pagar un alquiler?

Eso es problema tuyo, no mío.

Eres dura, Elena.

Pero honesta. No soy responsable de tu situación.

¡Pero salimos!

Salimos. ¿Y? Eso no me obliga a solucionarte la vida.

Sergio volvió al sofá, pensativo.

Si encuentro piso, ¿seguiremos viéndonos?

Claro. Si queremos.

¿Y mientras busco, puedo quedarme aquí un tiempo?

No.

¿Nada?

Nada.

Él entendió que ella no cedería. Cogió las maletas y se dirigió a la puerta.

Entonces, toca buscar piso y otra relación.

Quizá.

¿No te arrepentirás?

No.

Sergio se fue. No volvió a llamar. Elena retomó su vida tranquila, sin un hombre compartiendo su espacio. A los sesenta, valoraba la paz más que el romance, y la libertad por encima de cualquier compañía.

Moraleja: A veces, el amor no es suficiente para renunciar a la propia independencia. Cada uno debe elegir qué pesa más en su balanza. ¿Qué haríais vosotros en su lugar?

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