Aún no ha llegado. Últimamente, está agobiado de trabajo y llega cada vez más tarde.

Life Lessons

Todavía no había llegado. Últimamente, se encontraba agobiado por el trabajo y llegaba cada vez más tarde.

Marisol metió a los niños en la cama y se dirigió a la cocina para prepararse una taza de té. Javier aún no había vuelto a casa. En las últimas semanas, estaba abrumado por el trabajo y el cansancio, por lo que llegaba tarde con frecuencia. Marisol lo comprendía e intentaba aligerarle las tareas domésticas. Al fin y al cabo, él era el único que llevaba dinero a casa.

Justo después de casarse, decidieron que Marisol se encargaría del hogar y de los futuros hijos, mientras que Javier aseguraría el bienestar de la familia. Así fueron llegando, uno tras otro, los tres niños. Javier se emocionaba cada vez y decía que no pensaba detenerse ahí.

Marisol, sin embargo, estaba agotada por los pañales interminables, las leches de fórmula y las noches en vela. Decidió hacer una pausa en lo de tener más hijos.

Javier regresó a casa pasada la medianoche, algo alegre. Cuando ella le preguntó por el retraso, respondió:
Marisol, estábamos hasta arriba de trabajo, así que decidimos salir a relajarnos un poco.
¡Cariño! sonrió ella. Ven, te preparo algo de comer.
No hace falta. Comí unas alitas de pollo y ya no tengo hambre. Mejor me acuesto directamente.

Se acercaba el Día de la Mujer. Marisol, tras pedirle a su madre que cuidara de los niños, fue al centro comercial. Quería celebrar esa fecha de manera especial: una cena romántica solo para ellos. Su madre accedió a quedarse con los pequeños.

Además de los regalos y víveres, Marisol decidió comprarse algo para ella. Hacía tiempo que no adquiría nada nuevole daba vergüenza pedirle dinero a Javier para ropa, y tampoco tenía dónde estrenarla. Lo último que había comprado fue un pijama, pero no era adecuado para la velada planeada. Entró en una tienda de ropa, eligió varios vestidos y se metió en el probador.

Estaba probándose el segundo cuando escuchó la voz familiar de su marido en el cubículo de al lado:
Mmm, ¡qué ganas tengo de quitártelo!
Una risa cristalina siguió a su comentario.
¡Ten un poco de paciencia, bobo! Ve y cómprale algo a tu esposa.
¿Para qué? Está encerrada con los niños. A ellos no les importa cómo vaya vestida, solo que les des de comer, les cambies y recojas sus juguetes. ¡Le compraré una olla rápida! O quizá una panificadora ¡que disfrute!

Marisol sintió un escalofrío helado. Siguió probándose vestidos de manera automática, concentrada en escuchar las voces cercanas.

Pero, ¿y si te pregunta en qué te gastaste tanto dinero? Ni la olla ni la panificadora cuestan tanto se rio la chica.
¿Por qué tengo que dar explicaciones? ¡Yo trabajo, ella se queda en casa! Le doy una cantidad fija para la casa y es suficiente. ¡Debería estar agradecida!

Parecía que las pruebas habían terminado, y las voces se alejaron. Marisol echó un vistazo cauteloso y vio a su amado esposo en caja, pagando sus compras junto a una rubia. Al terminar, no dudó en besarla, justo delante de la cajera.

¿Se encuentra bien? preguntó la dependiente, al notar a Marisol aún en el probador.
Sí, sí, todo bien respondió ella, apartando la cortina y entregándole la ropa.

En casa, Marisol liberó a su madre y acostó a los niños para la siesta. Empezó a hacer planes. Nunca había esperado tal traición de su marido. No solo por la infidelidad, sino por la falta de respeto hacia ella y su labor en la familia. En un instante, todo lo que había construido perdió valor. Quería huir y pedir el divorcio de inmediato, pero se detuvo a reflexionar.

“Si me divorcio, él se irá con su rubia, y yo me quedaré con los niños, sin ingresos. ¿Y la pensión alimenticia? Será una miseria ¿De qué viviremos?”

Al anochecer, tomó una decisión. Javier, esa noche, no se retrasó con la excusa del trabajo. “Probablemente ya estuvo con ella durante el día”, pensó Marisol con indiferencia. Todos sus sentimientos por él se habían esfumado. Ahora era un extraño. Su única preocupación era que él quisiera intimidad, pero ella no podía ofrecérsela. Le resultaba repulsivo.

Sin embargo, al parecer, Javier había obtenido todo lo que quería de su amante, porque no se acercó a Marisol.

Al día siguiente, Marisol redactó su currículum y lo envió a varias empresas y agencias. Solo tenía que esperar. Comenzaron largos días de espera. Cada mañana revisaba su correo. Finalmente, llegó una respuesta. La citaban para una entrevista en una empresa de la ciudad. La misma donde trabajaba Javier.

Marisol dudó, pero decidió asistir. Tras dos horas de conversación con los directivos, le ofrecieron un buen puesto con horario flexible. El sueldo no era alto al principio, pero suficiente para mantenerla a ella y a sus hijos.

Volvió a casa flotando de felicidad. Su madre, al verla tan contenta, empezó a hacerle preguntas.
Mamá, ¡Javier me engaña! exclamó Marisol, casi eufórica. Pensando que su hija había perdido la cabeza por el estrés, su madre la tomó de la mano y la sentó en el sofá.
Marisol, ¿cómo puedes decir eso? ¡Javier trabaja todo el día!
¡No trabaja, está con su amante! le contó todo lo que había escuchado en el probador. Su madre, al escucharla, preguntó:
¿Y qué piensas hacer?
¡Pediré el divorcio! Y sí, me he contratado con horario flexible. Ahora solicitaré plaza en la guardería y, cuando todos mis hijos vayan, trabajaré a jornada completa.
¡Bien! No te detendré. ¡La traición no se perdona! Esto es solo el principio. Él ya no te ve como una persona. ¡Te ayudaré con los niños!
¡Gracias, mamá! Marisol la abrazó con emoción.

Esa noche, el 7 de marzo, Javier llegó tarde otra vez. Marisol no le preguntó nada. Sorprendido por su indiferencia, Javier empezó a justificarse:
Marisol, otra vez nos entretuvimos con los chicos pero ella lo interrumpió, diciéndole que se fuera a dormir.

A la mañana siguiente, mientras Marisol estaba en la cocina dando el desayuno a los niños, Javier se acercó triunfante con un regalo: una panificadora.
¡Cariño, para que te sea más fácil la vida en casa! intentó besarla, pero ella se apartó y, sin mirar el regalo, se levantó.
Yo también tengo un regalo para ti.

Confundido, Javier, con la caja en mano, la siguió. Marisol fue al recibidor y señaló dos maletas grandes.
Nos divorciamos. Ahora no tendrás que inventar excusas para tus escapadas.

¿Cómo lo supiste? murmuró Javier, atónito.
Lo escuché todo en el probador, cuando le comprabas un regalo a tu rubia. Y sí: la panificadora dásela a ella. Yo no la necesito.

Atrapado en su adulterio y a punto de perder a su familia, Javier estalló:
¿Estás celosa porque tengo otra mujer? ¡Una guapa, apasionada y cuidada, a diferencia de ti! ¡Ni siquiera te maquillas! Te encerraste en casa con los niños y vives de mi dinero. ¡No importa en qué o en quién lo gaste! ¡Es lo que siento que

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