Lo principal es casarse con éxito.

Life Lessons

Lo principal es casarse bien. Un hombre adinerado es una vida feliz.

Amaranta era la única hija de sus padres. Su padre la protegía, su madre la mimaba y siempre le repetía lo mismo:

Lo principal es casarse bien. Un hombre adinerado es una vida feliz le insistía a Amaranta, y ella asentía.

Pero, ¿dónde estaba ese hombre próspero? En la universidad había buenos chicos, claro. Incluso tuvo un novio de buena familia.

Sin embargo, su padre la vigilaba con rigidez: nada de paseos nocturnos, reuniones estudiantiles ni viajes al campo. Todo estaba bajo control.

Pronto, su envidiable prometido encontró otra compañera, más libre e interesante que Amaranta.

Pero entonces llegó la defensa del diploma, y no hubo tiempo para pasiones amorosas.

Después, consiguió trabajo gracias a su padre y organizó su vida personal con la ayuda de su madre.

Su madre sabía lo que hacía. La única hija debía casarse bien, y ahí apareció el pretendiente perfecto: el sobrino de una buena amiga.

Amarantito, debes prestarle más atención a este hombre. Es mayor que tú, pero eso es una ventaja, no un defecto. ¿Para qué quieres a un chiquillo? Piensa. ¿Y Óscar Pérez? Es un hombre serio. Tiene su propia empresa. Ni siquiera tendrás que trabajar.

¡Pero estuvo casado, mamá! Tiene una hija, lo que significa pensiones alimenticias.

Eso no debe preocuparte. Su exmira no valía nada, además, vive en otra ciudad con la niña. No es problema.

Y así se conocieron. El padre de Amaranta guardó un silencio elocuente. Desde que su hija terminó la universidad, ya no se metía en asuntos femeninos.

Que ellas lo resolvieran.

Pero, para su sorpresa, a Amaranta le gustó Óscar Pérez.

Los diez años de diferencia no le molestaban. Con su aspecto, dentro de otra década seguiría luciendo espléndido.

Guapo, con modales, vestido impecable.

Amaranta también le impresionó, y se casaron.

Su madre suspiró aliviada, cumpliendo su deber maternal, y empezó a dedicarse por completo a sí misma. Salones, tiendas, viajes con su marido a lugares cálidos ahora sin su hija.

Amaranta, siguiendo su ejemplo, no se quedó atrás.

Su esposo fomentaba sus caprichos y necesidades, así que vivía para su propio placer.

Sus únicas tareas domésticas eran dar órdenes a la empleada, que ya se hacía cargo de todo sin necesidad de supervisión.

El rayo en cielo, despejado cayó tan inesperadamente que Amaranta no tuvo tiempo de reaccionar.

La exmira de Óscar Pérez había fallecido. Bajo circunstancias que a Amaranta no le interesaron.

Y él se vio obligado a llevarse consigo ¡La hija!

Era inaudito. ¡Vaya problema! ¿Y ahora qué? Ella había pospuesto indefinidamente tener hijos, y ahora tendría que convivir con una mocosa, convertirse en su “segunda madre”, como decía Óscar.

Pero no había opción.

Su marido no le pidió su opinión, simplemente le informó y le pidió compasión.

¡La niña no tenía la culpa!

Pronto, él mismo fue a buscarla y la trajo con una maleta raída y una mochila escolar.

María ya cursaba tercero, era alta, callada casi muda, notó Amaranta.

No hablaba más de lo necesario, todo en silencio, todo a escondidas.

Pero algo la tranquilizaba: se parecía a su padre. Era su hija, sin duda.

La vida en la gran casa con su padre, su madrina y la empleada abrumaba a Maricuela.

¡No estaba acostumbrada a eso!

Tras cada cena, la niña corría a lavar los platos, preguntaba por la escoba para limpiar, intentaba planchar su ropa y todo lo que hacía irritaba a Amaranta.

Su padre, absorto en el trabajo y los negocios, llegaba tarde y apenas tenía tiempo para atenciones.

Con su esposa no escatimaba en cariño, pero a María solo le alcanzaba una caricia en la cabeza y un:

¿Qué tal en el colegio?

Aun así, Amaranta se sintió limitada: ya no podía salir cuando quisiera, visitar sus lugares favoritos o arreglarse.

¡No iba a correr al gimnasio a primera hora!

Necesitaba dormir, pasar tiempo frente al ordenador, navegar por redes sociales.

Y luego llegaba María, y tampoco podía evadirla: su marido le pidió supervisar sus estudios y ayudarla con los deberes.

Así que Amaranta pensó: ¿por qué no proponerle a su marido que la niña fuera a algún buen internado?

Pero no se atrevió, aunque en cambio sugirió dejarla en el comedor escolar:

Mira, me cuesta seguir sus deberes y ayudarla. No soy maestra. Y ya ves, tiene algunas calificaciones bajas. En el comedor hará mejor. Es por su bien.

Pero Óscar se enfadó tanto que Amaranta lamentó haber dicho nada.

Y así siguió todo: relaciones vacías, insatisfacción, irritación

Dos años después, Amaranta dio a luz a un niño. Surgió la cuestión de la niñera, pero María ya tenía casi doce años y se ofreció a ayudar.

¡Y fue la mejor niñera posible!

María lo hacía todo: sus tareas, jugar con Daniel, planchar su ropa y la suya.

Hasta la ropa de cama pasó a su responsabilidad, pues la empleada, Nina, ya pasaba de los sesenta y se cansaba.

Amaranta se resignó, acostumbrándose a que María ayudara a Nina, mientras ella dedicaba tiempo a mantenerse encantadora, como una dama de sociedad.

Daniel crecía, quería a su hermana mayor

Cuando María terminó el instituto, Daniel empezaba primaria. Y otra vez, la carga de su educación recayó en su hermana, madura para su edad.

Entró en la universidad, estudiaba inglés, y enseñaba a su hermano.

¿No crees, cariño, que has dejado toda la responsabilidad de la casa y nuestro hijo en María? preguntó Óscar un día, pues su esposa cada vez pasaba menos tardes en casa.

Tenía un círculo social, intereses, cafés, reuniones.

¿Y qué es lo que te molesta, cariño? Tu hija se ocupa de todo. Nina solo finge trabajar. Cocina, y ahí terminan sus obligaciones.

Eso digo. Todo lo demás lo hace María, ¿no?

Amaranta calló.

Sí, todo lo hacía María. ¿Pero acaso la chica se quejaba? Además, a veces llevaba a Daniel con ella. La semana pasada lo llevó a una exposición. Al museo, a un concierto infantil. ¿No era suficiente?

Cuando María se graduó, su padre la contrató en su empresa.

El negocio ya traspasaba fronteras, y necesitaban una traductora.

Allí conoció a Iván, un muchacho hábil del departamento de ventas.

El amor surgió de inmediato, ante los sorprendidos ojos de su padre.

No imaginaba que su hija, siempre tímida y callada, se atrevería a un romance laboral. Y eso lo entristeció.

Pero María anunció que se casarían, e insistió por primera vez en su vida. Él cedió

Amaranta no estuvo menos disgustada. Perdía a su ayudante doméstica, y Nina ya avisó que se jubilaría. La edad. Y su marido no se apresuraba a buscar reemplazo.

María tomó la iniciativa:

Ayudaré, mamá dijo alegre. Iré una vez por semana, limpiaré, planuraré. Siempre lo he hecho.

Sí, pero no una vez, sino más replicó la madrastra, molesta.

Aun así, María se mudó con su esposo tras una boda fastuosa y empezó su vida

Rate article
Add a comment

7 + 17 =