**Diario Personal**
Nunca se me ocurrió ofrecerle a Sergio mudarse conmigo. Salir juntos era una cosa, pero vivir bajo el mismo techo, algo completamente distinto. El sábado, lo esperaba para dar nuestro paseo habitual. Cuando abrí la puerta, me quedé helada: allí estaba, con dos maletas enormes.
Me senté en el sillón repasando fotos en el móvil. Ahí estábamos en el parque de El Retiro, dándole migas a los patos. Otra en la plaza Mayor, paseando. Y esa del domingo, buscando setes en el bosque. Seis meses de relación habían pasado sin darme cuenta.
Nos conocimos en una página de citas. Yo tengo sesenta y un años, él sesenta y tres. Los dos divorciados, hijos ya mayores e independientes.
Sergio me gustó desde el principio: culto, leído, con sentido del humor. No buscaba una madre para sus hijos ni una ama de casa. Solo quería compañía, alguien interesante con quien compartir el tiempo.
Nos veíamos dos o tres veces por semana. Íbamos al teatro, a exposiciones, tomábamos café en la Plaza de Santa Ana o visitábamos la casa de campo de mi amiga Luisa. Me gustaba esa relación sin compromisos, pero con cercanía.
Carmen, cuéntame cómo es tu vida me preguntó Sergio una tarde, al principio de todo.
Tranquila. Llevo cinco años viviendo sola, estoy acostumbrada.
¿No te aburres?
A veces. Pero tengo a mis amigas, mis hijas me visitan y ahora te tengo a ti.
Me alegra oírlo.
Tras el divorcio, Sergio alquilaba un piso pequeño en un edificio viejo. Se quejaba de la casera: caprichosa, no arreglaba nada y subía el alquiler cada año.
Pero, ¿qué le vas a hacer? decía. No tengo propiedad. Tras el divorcio, todo quedó para mi ex. Sus padres le compraron el piso, y aunque yo invertí en reformas, no tengo cómo demostrarlo.
¿No has pensado en comprar algo?
¿Con qué dinero?
Yo lo entendía. Mi piso de tres habitaciones en Chamberí me costó toda una vida de trabajo. Mis hijas viven por su cuenta, así que no falta espacio.
Pero jamás se me pasó por la cabeza invitar a Sergio a vivir conmigo. Salir juntos era una cosa, compartir el día a día, otra muy distinta.
El sábado, cuando abrí la puerta y lo vi con esas maletas, el corazón se me encogió.
Sergio, ¿qué pasa? pregunté.
Carmen, ¿puedo pasar? Te lo explico dentro.
Dejó las maletas en el recibidor y se sentó en el sofá.
La dueña va a vender el piso. Me dijo que desalojara en una semana.
¿Y ahora qué?
Ahora no tengo dónde ir. Encontrar otro piso no es fácil, y el dinero no me alcanza.
Empecé a entender hacia dónde iba la conversación.
Carmen, he pensado Llevamos seis meses juntos, nos conocemos bien. ¿Por qué no probamos a vivir juntos?
¿Juntos? repetí.
Sí. Tienes espacio de sobra. No seré una carga, aún trabajo y puedo aportar para la comida y gastos.
Sergio, nunca hablamos de esto.
¿Para qué hablar antes? La vida misma nos lo ha puesto delante.
Me sentí perdida. No estaba preparada para esto.
Necesito pensarlo.
¿Pensar qué? Nos queremos.
Quererse y convivir no es lo mismo.
¿Por qué no? A nuestra edad, hay que decidirse.
¿Decidir qué?
Si estamos juntos, es para estar juntos de verdad.
Miré las maletas en el recibidor. Él ya había tomado la decisión por mí.
¿Y si digo que no?
¿No a qué? ¿A ser felices?
No a que alguien aparezca en mi casa con maletas sin preguntar.
No lo hice con mala intención. Son las circunstancias.
Las circunstancias no caen del cielo, las crean las personas.
Hubo un silencio.
Entonces hablemos ahora dijo él. Te propongo que vivamos juntos.
Y yo te digo que no.
¿Por qué?
Porque me gusta mi independencia. Disfruto de nuestra relación, pero no quiero compartir mi casa.
Pero nos complementamos.
Para salir, pasear, divertirnos No para compartir una rutina.
¿Y qué tiene de malo? Podemos adaptarnos.
Justo eso no quiero: adaptarme. Estoy bien así.
Sergio se veía dolido.
¿Y si te propongo matrimonio?
¿Para qué?
Para hacer las cosas bien.
El matrimonio no cambiaría nada. No quiero vivir juntos.
Entonces, ¿qué sentido tiene esto?
El mismo de siempre: vernos, disfrutar, pasar tiempo juntos.
¿Y luego?
Luego seguimos igual.
Eso no es serio.
Para mí, lo es.
Yo necesito estabilidad.
¿Qué estabilidad? pregunté, sentándome frente a él.
La de un hogar. Desayunar juntos, hacer planes.
Yo no quiero desayunar con nadie cada mañana. Ni ajustarme a los planes de otro.
Pero estás sola.
No estoy sola. Tengo a mis hijas, mis amigas y a ti. Soledad y vivir sola son cosas distintas.
No lo entiendo.
La diferencia es que ahora elijo cuándo y con quién comparto mi tiempo. Si vivimos juntos, perderé esa elección.
Sergio se levantó y caminó por la habitación.
A los sesenta, hay que pensar en quién estará ahí en la vejez.
Lo pienso. Y no tiene que ser un hombre.
¿Entonces quién?
Mis hijas, una cuidadora, los servicios sociales Hay opciones.
Eso no es lo mismo.
Para ti, no. Para mí, es suficiente.
Se acercó a las maletas.
Así que prefieres que siga alquilando y nos veamos los fines de semana.
Prefiero que cada uno viva como quiera, y nos veamos cuando ambos lo deseemos.
¿Y si no puedo pagar otro alquiler?
Eso es asunto tuyo, no mío.
Eres dura, Carmen.
Soy honesta. No soy responsable de resolver tus problemas.
Pero somos pareja.
Eso no me obliga a cargar con tu vida.
Se quedó callado un momento.
Si encuentro piso, ¿seguiremos igual?
Claro, si ambos queremos.
¿Y mientras tanto, podría quedarme aquí un tiempo?
No.
¿Nada?
Nada.
Entendió que no cedería. Recogió las maletas y se dirigió a la puerta.
Entonces tendré que buscar piso y otra relación.
Quizá.
¿No te arrepentirás?
No.
Se fue. No volvió a llamar. Yo seguí con mi vida tranquila, sin un hombre en casa. A los sesenta, valoro más la paz que una relación, y mi libertad por encima de cualquier compañía.
¿Qué haríais vosotros en mi lugar?







