Nos Escondimos para Evitar las Visitas de los Nietos
Nunca pensé que llegaría el día en que diría en voz alta: «No quiero que vengan los nietos». Hasta a mí me avergüenza este pensamiento. Pero toda historia tiene dos caras, y quizá, al escuchar la nuestra, entiendan por qué mi esposa y yo nos escondimos en nuestro propio piso.
Tengo 67 años, mi mujer, Carmen, tiene 65. Nos convertimos en abuelos jóvenes: nuestra hija, Lucía, apenas tenía 30 años cuando fue madre por primera vez. La pequeña Sofía nació, y fue como si nos invadiera una nueva juventud. Paseábamos su carrito por el Parque del Retiro, la cuidábamos con todo el cariño, le comprábamos juguetes, la mimábamos. La felicidad era tanta que hasta bromeábamos: «Somos abuelos jóvenes, así podremos disfrutarlos más». Entonces, parecía una bendición.
Luego llegó la segunda niña, Isabel. La quisimos igual, las llevábamos los fines de semana, ayudábamos en lo posible. Lucía no pedía, éramos nosotros quienes insistíamos. Amamos a nuestros hijos y nietos. Pero después vino el tercer parto gemelos. Y, de pronto, todo cambió.
Con los dos niños, Pablo y Javier, la casa se volvió un caos. Ya no eran fines de semana tranquilos, sino una guardería en toda regla. Gritos, carreras, llantos constantes, un desorden sin fin. Nos cansamos. No de amar, sino de agotamiento. A mí me operaron del corazón, y a Carmen los médicos le prohibieron cargar peso. Pero Lucía parecía no darse cuenta. Llamaba para decir: «Vamos para allá», sin preguntar si nos venía bien. A veces aparecían sin avisar, como imponiendo una obligación.
Un día, al verlos acercarse al portal, me acerqué a Carmen y susurré: «Hagamos como que no estamos». Ella asintió en silencio. Apagamos las luces, nos quedamos inmóviles. Llamaron, tocaron el timbre, hasta intentaron abrir con llave, pero nos escondimos como niños asustados.
Cuando se marcharon, Carmen lloró. No de alegría, sino de amargura. «¿Cómo hemos llegado a esto?», preguntó. Y no supe qué responder.
Amamos a nuestros nietos, pero no somos una residencia con guardería gratis. Queremos vivir nuestros días con paz, estar a veces solos, leer un libro, ir al Teatro Real. No estamos obligados a ser canguros a tiempo completo.
Lucía se sintió herida al descubrir que estábamos en casa y no abrimos. Dijo que nos habíamos vuelto egoístas. Pero pregunto: ¿es egoísmo desear un poco de silencio y respeto por nuestro tiempo?
Escribo esto no para justificarme. Solo para recordar: envejecer no es una condena. Hasta los abuelos tienen derecho a descanso y límites. Amar a los nietos no es permitir que nos pisoteen. Es cuidarlos, sin dejar de cuidarnos.







