Fui la niñera y cocinera gratis de la familia de mi hijo, hasta que me vieron en el aeropuerto con un billete de ida.

Life Lessons

Fui para mi familia la niñera y cocinera gratuita, hasta que me vieron en el aeropuerto con un billete de ida.

Nina, ¡hola! ¿Te molesto? La voz de mi nuera, Carla, sonaba falsamente animada al otro lado del teléfono.

Movía despacio la cuchara en una sopa que llevaba fría horas. No molestaba. Nunca estoy ocupada cuando me necesitan.

Dime, Carla.

¡Tenemos una noticia bomba! ¡Pablo y yo hemos comprado billetes, nos vamos a Grecia quince días! Todo incluido, ¿te imaginas? ¡Fue de última hora, una ganga!

Me lo imaginé. Playa, sol, Pablo y Carla. Y, fuera de cuadro, su hijo de cinco años, Lucas. Mi nieto.
Enhorabuena. Me alegro por vosotros dije con voz plana, como si leyera un prospecto médico.

¡Ah! Y tú te quedas con Lucas, ¿no? No puede ir ahora al cole, hay otra vez varicela dando vueltas.

Además tiene natación los martes, sería una pena que faltara. Y la logopeda la semana que viene, te mando el horario.

Hablaba rápido, sin dejarme intervenir, como si temiera que pensara en negarme. Aunque nunca lo había hecho.
Carla, pensaba ir unos días a la casa del pueblo mientras hace buen tiempo empecé, sin creer en mi propio intento.

¿La casa del pueblo? Su tono denotaba genuina incredulidad, como si hubiera dicho que viajaría a Marte. Nina, ¿en serio?

Aquí el niño necesita atención, y tú pensando en huertos. No nos vamos de fiesta, es por salud. ¡Aire del mar, vitaminas!

Miré por la ventana al patio gris. Mi aire del mar. Mis vitaminas.

Y otra cosa continuó sin pausa, el miércoles llega el pienso del gato, premium, doce kilos.

El repartidor viene de diez a seis, así que quédate en casa, ¿vale? Y riega las plantas, sobre todo la orquídea. Es delicada.

Enumeraba mis obligaciones como algo natural. Yo no era una persona, sino una función. Una aplicación gratuita de su vida cómoda.

Vale, Carla. Como siempre.

¡Eso es! Sabía que podía contar contigo trinó, como si me hubiera concedido un gran favor. ¡Beso, corro a hacer la maleta!

Colgó.

Dejé el móvil sobre la mesa lentamente.

Mis ojos cayeron en el calendario de pared. Un círculo rojo marcaba el sábado siguiente: la reunión con mis amigas, a las que no veía desde hacía un año.

Tomé un trapo húmedo y borré esa marca con un gesto firme. Como si borrara otro pedacito de la vida que no viví.

No había rabia ni rencor en mí. Solo un vacío pegajoso y una pregunta clara: ¿cuándo se darían cuenta de que no era solo un servicio gratuito, sino una persona?

Quizás cuando me vieran en el aeropuerto con un billete de ida.

Lucas llegó al día siguiente. Pablo, mi hijo, entró cargado con una maleta enorme, una bolsa de deporte y tres bolsas de juguetes. Evitaba mirarme.

Mamá, tenemos prisa, que perdemos el vuelo dijo rápido, dejando todo en mitad del pasillo.

Carla entró detrás, ya en modo vacaciones: vestido ligero, sombrero de paja. Escaneó mi humilde piso con una mirada evaluadora.

Nina, no le pongas muchas horas de dibujos, mejor léele. Y poco dulce, que luego se pone imposible.

Aquí tienes una lista con todo me alargó un folio doblado en cuatro. Horarios, teléfonos de la logopeda, la entrenadora, la alergóloga. Y su menú diario.

Hablaba como si nunca hubiera cuidado a mi propio nieto. Como si no me hubiera quedado con él desde que nació, mientras ellos hacían carrera.
Carla, sé lo que le gusta dije en voz baja.

Saber es una cosa, la dieta otra cortó. ¡Vamos, Lucasito, pórtate bien con la abuela! ¡Te traeremos un coche grandísimo!

Se marcharon, dejando un rastro de perfume caro y corriente de aire frío.

Lucas, al verse solo, rompió a llorar. Los primeros tres días fueron un infierno.

Natación en un extremo de Madrid, logopeda en el otro. Rabietas, noches en vela y un constante “quiero a mamá”. Agotada, apenas podía más.

El cuarto día, llamé a Pablo. Justo llegaban al hotel.
¿Mamá? ¿Pasa algo? ¿Está bien Lucas? su voz sonaba tensa.

Lucas está bien. Pablo, quería hablar Esto es demasiado.

¿Podríais contratar a una canguro unas horas al día? Pagaría la mitad.

Silencio al otro lado. Luego, un suspiro.

Mamá, no empieces. Acabamos de llegar. Carla ya estaba nerviosa antes de viajar. ¿Qué canguro? ¿A quién le dejamos al niño? Eres su abuela. Esto debería ser un gusto para ti.

Pablo, el gusto no quita el cansancio. No soy joven.

Solo te has desacostumbrado insistió. Ya te adaptarás. No nos amargues las vacaciones. No viajamos tanto. Bueno, mamá, cuelgo. Carla me llama.

Colgó. Y algo en mí se endureció. No era ira.

Era la fría certeza de que, para él, yo no era su madre, sino un recurso. Fiable, gratuito y siempre disponible.

El miércoles llegó el pienso para el gato. El repartidor dejó el saco de doce kilos en la puerta y se fue sin más.

Tardé diez minutos en arrastrarlo dentro, con la espalda a punto de romperse. Cuando lo logré, me senté junto a ese saco que olía a pescado y me reí. Sin sonido.

Esa noche llamó Carla. Se oían olas y música de fondo.

Nina, ¡hola! ¿Cómo vas? ¿Regaste mi orquídea? Solo con agua reposada, ¿eh? ¡Y no mojes las hojas!

No preguntó por Lucas. Ni por mí. Solo por la planta.

Lo hice, Carla. Todo bajo control dije, mirando el maldito saco de pienso.

Esa noche casi no dormí. No pensaba en la casa del pueblo ni en mis amigas. Abrí el armario, saqué mi vieja libreta de ahorros y el pasaporte. Los observé, pasando los dedos por las tapas.

La idea que había tenido días atrás ya no era solo un sueño. Tenía forma. Era un plan.

El teléfono sonó al décimo día de sus “vacaciones”. Era Pablo.

Mamá, ¡hola! ¿Cómo está el campeón?

Durmiendo respondí secamente.

Mira, tenemos un tema vaciló, y supe lo que venía. Esto es increíble, mamá. El hotel nos hace descuento si nos quedamos otra semana.

Guardé silencio. Sabía lo que seguiría.

Nos quedamos. Pero nos hemos quedado justos de dinero su voz era melosa, la que odiaba. Mamá, ¿podrías?

En fin, Carla recordó que tienes esos pendientes de zafiros de tu madre. Tú no los usas.

¿Qué quieres, Pablo? pregunté, helada.

Llévalos al empeño, ¿sí? soltó. Dan buen dinero. Luego los rescatamos. ¡Palabra! ¿Para qué guardarlos? ¡Aquí estamos viviendo!

Al fondo, Carla gritó: ¡Pablo, deja de dudar! Nina, ¡son solo cosas! ¡Déjanos disfrutar!

“Solo cosas”. Mis recuerdos. Mi familia. Mi vida. Solo un objeto para empeñ

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