**19 de octubre de 2023**
Hoy, mi esposa llevó a nuestra hija pequeña al refugio de animales para elegir un cachorro, pero la niña se detuvo frente a la jaula del perro más triste y no quiso seguir sin él…
Lucía sostenía con firmeza la manita de nuestra hija de dos años, Martina, mientras cruzaban el umbral del refugio municipal. Los primeros hilos de sol se colaban por las amplias ventanas, iluminando las hileras de jaulas de donde los animales observaban con miradas llenas de esperanza. El aire olía a desinfectante, mezclado con el sonido de ladridos, maullidos y el roce de patas contra el suelo de cemento.
Vamos, cariño dijo Lucía con dulzura, ¿encontramos un amigo?
Martina asintió, sus ojos brillando de emoción. Llevaba soñando con un perro desde hacía meses, observando con envidia a los niños del vecindario jugar con sus mascotas en el parque.
En la mente de Lucía, el día había sido planeado de otra forma. Imaginaba elegir un cachorro alegre, quizá un golden retriever o un labrador, que crecería junto a Martina. Un perro sano, obediente, perfecto.
Pasaron frente a jaulas de cachorros juguetones, perros adultos elegantes y gatos esponjosos. Lucía señaló a los más simpáticos, pero Martina parecía distraída.
Hasta que, de repente, se detuvo en seco.
En el rincón más oscuro, en una jaula apartada, yacía un perro que hizo que a Lucía se le helara la sonrisa. Era un pitbull en un estado lamentable: pelo enmarañado, piel inflamada, cuerpo demacrado. Se había encogido contra la pared, como si tuviera vergüenza de sí mismo.
Martina, vámonos dijo Lucía, impaciente. Mira esos cachorros tan bonitos.
Pero mi hija apretó su nariz contra los barrotes.
Mamá, ¿qué le pasa? ¿Está enfermo? susurró.
Sí, cariño contestó un trabajador del refugio que se acercó. Se llama Thor. Lleva aquí más de seis meses. Pero… el hombre dejó la frase en el aire.
Lucía frunció el ceño. Para ella, los pitbulls siempre habían sido sinónimo de peligro. Y este, además, estaba enfermo. ¿Y si era contagioso? ¿O impredecible?
Martina, vamos insistió, más seria. Hay muchos otros perros.
Pero la niña se sentó frente a la jaula, como si sus pies hubieran echado raíces.
Quiero a este dijo con determinación.
¿Qué? No, Martina, ni hablar. Mira cómo está. Además, los pitbulls son peligrosos.
El empleado, que se presentó como Javier, movió la cabeza con tristeza.
Thor no es agresivo. Es… un alma rota. Lo abandonaron de cachorro porque lo consideraban “feo”. Lo encontraron enfermo, lleno de infecciones. Una familia lo adoptó, pero lo devolvió a las semanas: dijeron que era demasiado apático.
Lucía sintió cómo la lógica y la compasión luchaban dentro de ella. En casa tenían un hogar ordenado, un niño pequeño. ¿Para qué traer problemas?
Tiene problemas graves de piel continuó Javier. Necesita cirugía, y es muy cara. El refugio no puede costearla. Si en un mes no lo adopta nadie… calló.
Lo sacrificarán murmuró Lucía, casi sin querer.
Desgraciadamente, sí.
Martina no apartaba la vista del perro.
Perrito llamó en voz baja. Perrito, mírame.
Nada cambió.
Yo soy Martina. ¿Y tú quién eres?
Lucía estuvo a punto de levantarla y llevársela, pero algo la detuvo.
Se llama Thor dijo.
Thor repitió la niña. Qué nombre tan bonito. Thor, seamos amigos.
Entonces ocurrió el milagro. El perro levantó lentamente la cabeza y miró a Martina. Sus ojos reflejaban una tristeza tan profunda que a Lucía se le encogió el corazón.
¿Puedo acariciarlo? preguntó Martina.
No sé… dudó Javier. Tiene miedo de la gente. No suele dejar que se le acerquen.
¿Podemos intentarlo? Su voz era tan sincera que fue imposible negarle.
Javier abrió la jaula con cuidado. Al sonido de la cerradura, Thor se encogió en su rincón y gimió.
¡Martina, no! gritó Lucía.
Pero nuestra hija ya había entrado. Se agachó en el centro de la jaula y extendió su manita hacia el perro.
No tengas miedo, Thor susurró. No te haré daño, solo quiero ser tu amiga.
El perro la observó con cautela durante varios segundos. Luego, paso a paso, se acercó. Olfateó su mano y, al final, la lamió con timidez.
Martina soltó una risa de pura alegría.
¡Mamá, míralo! ¡Me ha dado un beso!
Algo cambió dentro de Lucía. Por primera vez en meses, una chispa de esperanza brilló en los ojos de Thor. Miró a Martina con una ternura que conmovió hasta a mi esposa.
Mamá dijo Martina, acariciando la cabeza del perro, está muy triste. Necesita una familia.
Nunca lo había visto así musitó Javier, maravillado. ¡Mirad! ¡Está sonriendo!
Y era cierto. La expresión de Thor se iluminó. Movía la cola, y sus ojos ya no reflejaban dolor.
Pero está enfermo suspiró Lucía. Y el tratamiento es caro…
Yo lo pago dijo de pronto, como si las palabras se le escaparan.
Javier sonrió.
Solo hay un “pero”. Las normas dicen que los animales deben completar su tratamiento antes de ser adoptados.
Lucía asintió. Pero a los pocos días, sonó el teléfono.
¿Lucía? la voz de Javier sonaba preocupada. ¿Podrías venir? Thor… ha dejado de comer. No para de gemir. Creemos que echa de menos a tu hija.
Vamos para allá respondió sin dudar.
En el refugio, Thor yacía en su rincón, inerte. Pero al ver a Martina, revivió: saltó, movió la cola y lloró de alegría.
¡Thor! gritó Martina, abrazando los barrotes. ¡Te he echado de menos!
Lleváoslo dijo Javier con firmeza. Es una excepción, pero estará mejor con vosotros. Podréis continuar el tratamiento en una clínica privada.
En casa, Thor se escondió bajo la cama y no salió en horas. Lucía empezó a dudar: ¿y si era peligroso? Pero Martina se tendió en el suelo y le habló de sus juguetes, de la comida que compartirían, de donde estaría su plato.
Al anochecer, el perro salió y se acostó a su lado. Esa noche, cuando Martina se durmió en el sofá, Thor se acomodó junto a sus pies.
Bueno pensé al verlos, parece que ahora sí tenemos perro.
La cirugía fue un éxito. El tratamiento duró un mes, y los resultados fueron asombrosos. La piel mejoró, el pelo creció brillante, y sus ojos recuperaron vida. Pero lo más importante fue el cambio en su alma. Con Martina era paciente, dejándose vestir y dar de comer con cuchara. Con nosotros, agradecido y leal, como si supiera que le habíamos salvado.
Sabes le confesó Lucía una tarde a su amiga mientras veía jugar a