¡Vaya forma de ser justa, abuela Carmen! O sea, el año pasado nuestros hijos se asaban en el huerto, luego pasamos todo el año trabajando para arreglar tu casa de campo, y ahora los hijos de Lucía disfrutarán de las comodidades mientras los nuestros se quedan en casa. ¡Muy justa eres! No pudo contenerse Laura.
Sí, dije que era para los niños, pero nunca dije que solo para los tuyos. ¿O crees que no tengo otros nietos? Primero descansaron los tuyos, ahora los de Lucía, ¡todo muy justo!
Vaya justicia la tuya, abuela. Nuestros hijos el año pasado pasaron calor, luego nos deslomamos todo el año arreglando tu casa, y ahora los de Lucía disfrutan mientras los nuestros se aguantan. ¡Qué bien repartes! replicó Laura, indignada.
Bueno, el año que viene traeréis a los vuestros. La casa no se va a mover. ¡Al fin y al cabo somos familia! A veces ayudáis vosotros, a veces Lucía. ¡Y al final es mi casa y hago lo que quiero!
¡Ah, sí! Lucía contribuyó con arena para el arenero. Vaya gran aportación ironizó la nuera.
Carmen, justo sería repartir el tiempo por igual. ¿Qué tal si los llevas un mes unos y otro mes los otros?
¡Ni hablar! Con esa cantidad de niños en dos meses, acabaré agotada. Ya no tengo edad para tanto se defendió la suegra.
¿Y si son dos semanas?
No puedo. Ya le prometí a Lucía. Ella y Javier tienen vacaciones en julio y quieren descansar sin niños. Así que no hay manera.
Bueno, tráelos un miércoles hasta el viernes. Unos días los paso con ellos encantada, pero más ya me cuesta.
Laura soltó un suspiro frustrado. Unos días Después de todo lo que habían invertido en esa casa, era un insulto. Casi una limosna.
Vale. Lo entiendo. Adiós colgó con rabia.
Se llevó las manos a la cabeza. ¿Y ahora qué? Todo el año los niños habían soñado con ir a la casa de la abuela, jugar en el parque infantil nuevo, bañarse en la piscina y ahora todo eso sería para otros.
Y todo había empezado de forma inocente. El verano pasado, Carlos fue a visitar a su madre, y Laura lo acompañó. La última vez que había estado en esa casa era hacía diez años, cuando el suegro aún vivía. Y, la verdad, casi nada había cambiado.
Nunca había sido cómoda, pero ahora parecía un almacén abandonado. Ventanas chirriantes, un baño exterior, maleza hasta la cintura El techo torcido, ramas secas colgando de los árboles.
Dentro tampoco estaba mejor. Muebles de los setenta, papel pintado descolorido, suelo hundido en algunas partes. Olía a humedad y moho.
Ay, cuánto trabajo hay aquí suspiró la suegra. Bueno, hijo, empieza por cortar la hierba y las ramas. Te enseño qué podar.
Mientras Carlos trabajaba fuera, Carmen preparó té para ella y su nuera. Primero hablaron del día a día: notas del colegio, trabajo, salud. Y de pronto
Me encantaría traer a los nietos, pero ¿qué van a hacer aquí? dijo la suegra con amargura. Solo cazar ranas junto al arroyo o cavar en el huerto. Aquí no hay comodidades ni diversión.
Laura miró alrededor. Recordó sus veranos en el pueblo con su abuela. Hasta dar de comer a las gallinas era una aventura.
Ayudaba a su abuelo a buscar gusanos para pescar, tejía coronas de flores que a su abuela le molestaban.
¡Otra vez estas enredaderas! ¡No hay paz con ellas! se quejaba la anciana.
Laura no entendía por qué le molestaban. Eran flores bonitas.
En esos días, cada descubrimiento era una alegría: ver una mariposa diferente, llorar cuando la mosca que atrapó resultó ser una abeja que le picó. Esos veranos los recordaba con más cariño.
Claro que quería que sus hijos tuvieran esos mismos recuerdos.
Oye, ¿y si entre todos arreglamos este sitio? propuso Laura. Poco a poco, claro.
¡Eso mismo iba a decir! se alegró Carmen. Mejor invertir en algo nuestro que gastar en viajes a Turquía.
A mí me da igual, pero será bueno para los niños. No tenemos mar, pero al menos podrán bañarse en el lago. Los traeré todos los veranos.
Y así fue. Para finales de verano, pusieron ventanas nuevas. Carlos arregló la valla, Laura encontró muebles para los niños.
Usados, pero en buen estado. En agosto, los niños se fueron con la abuela y volvieron encantados.
¡Mamá, ¿podemos volver con la abuela Carmen? ¡Es genial! Recogimos caracoles, vimos saltamontes, ¡hasta un ratoncito! contaban emocionados.
Claro que sí sonrió Laura. Seguiremos ayudando, y el año que viene será aún mejor.
Carmen también escuchaba, sonreía y asentía.
El año pasó entre gastos y esperanzas. Llevaron agua, hicieron un baño, dieron un lavado de cara a la casa.
Compraron un aire acondicionado para el calor. En el jardín pusieron una glorieta, un arenero y una piscina.
No era fija, de armazón, pero los niños estaban felices. No paraban de preguntar cuándo irían a casa de la abuela.
¡Sois unos campeones! celebraba Carmen. Ahora los niños lo pasarán en grande.
Laura creyó que era un proyecto familiar. Que para eso estaban: para ayudarse, unirse, compartir alegrías.
Mientras tanto, Lucía no movió un dedo. En las reuniones, escuchaba los avances y callaba. Solo participó una vez, cuando hicieron falta sacos de arena.
A Laura y Carlos les costó mucho esfuerzo. Renunciaron a vacaciones, pensando en el futuro de sus hijos. ¿Y qué ganaron? «El año que viene».
Laura, dolida, llamó a su madre para desahogarse.
Bueno, la situación es complicada dijo su madre al escucharla. Pero Carmen no ha actuado bien. Formalmente no puedes reprocharle nada, pero os ha engañado. Y tú te lo creíste.
¡Todos nos lo creímos! Carlos iba cada dos días. Los niños no paran de preguntar por la casa. ¿Qué les digo? se lamentó. Por un lado, nos metimos solos. Por otro
Por otro, os ha tomado el pelo resumió su madre. Podía haber avisado de que este año no podía con los niños.
¡Exacto! Pero ahora el problema es otro ¿Qué hacemos? No tenemos ahorros para viajar, y en casa se aburrirán.
Hay opciones. Alquilar una casita, por ejemplo. No es barato, pero comparado con lo que gastasteis Más económico que la playa.
¿Y quién cuida de los niños? Trabajamos, y son muy pequeños para dejarlos solos.
Yo puedo ofreció su madre. Me vendrá bien el aire libre, y estaréis más tranquilos.
Al principio, Laura dudó. Pero en una semana encontraron una casita en las afueras.
Pequeña pero acogedora, con un huerto de manzanos y paredes de madera que aún olían a resina. En el porche, una mesa vieja; en el jardín, una barbacoa.
Solo faltaba lo último. Con su marido, fueron a por la piscina y los columpios. A casa de Carmen.
¿Así que así es? protestó la suegra, viendo cómo Carlos desmontaba todo lo que habían construido. ¿Como este año no pude recibir a tus hijos,