¡Vaya, parece que no conoces bien a los niños de hoy!
Hola, Carmen, te veo trabajando en el huerto y he pensado en pasarme a saludar dijo Concha mientras se acercaba a la verja.
Carmen y Concha vivían en extremos opuestos del pueblo. Concha y su marido, Vicente, cerca del río, mientras que Carmen vivía más cerca del bosque.
Antes apenas se hablaban, tenían suficientes vecinos cerca. Pero todos los nietos de esos vecinos ya eran mayores. Sin embargo, este verano, los hijos de Concha querían dejar a sus nietos, Álvaro y Javier, con ellos todo un mes. Decían que los niños estaban hartos de la ciudad.
En años anteriores, la familia de su hijo había tenido mejor situación económica y siempre viajaban al extranjero. Pero ahora las cosas habían cambiado, y recordaron que los abuelos vivían en plena naturaleza, junto al río. Así que decidieron no venir solo un fin de semana, como solían hacer, sino dejar a los chicos todo un mes.
Eso sí, madre les advirtió su hijo Antonio , Álvaro, con trece años, se cree mayor. Y Javier no quiere obedecerle, así que se pelean constantemente.
¡Vamos, cómo no vamos a poder con nuestros nietos! Tráelos, ya nos arreglaremos contestó Concha con entusiasmo. Pero al colgar, dudó. Los niños de ahora no son como antes. A veces ni sabes cómo acercarte. La última vez que los tuvieron mucho tiempo eran pequeños. ¿Cómo se comportarían ahora? Hasta le daba un poco de miedo no poder con ellos.
Vicente, el marido de Concha, era un hombre firme y no iba a tolerar desobediencias. Y desde luego, no querían peleas.
Así que Concha decidió ir a ver a Carmen, pues recordaba que sus nietos tenían aproximadamente la misma edad.
Por experiencia, sabía que había que mantener a los niños ocupados. Si se hacían amigos, todos estarían más tranquilos.
¡Pasa, Concha! la saludó Carmen al verla ¿A qué debo la visita?
Verás, me traen a los nietos un mes entero, y creo que los tuyos son de edad parecida. Podríamos presentarlos, si se llevan bien, mejor para todos propuso Concha.
¡Parece que no conoces a los niños de hoy! se rio Carmen ¿No te da miedo tenerlos tanto tiempo? Mis nietos me dejaron los nervios hechos polvo, y mi marido hasta quiso mandarlos de vuelta a casa. Pero bueno, si has dicho que sí, tráelos. ¿Qué más nos queda? ¡Son nuestros nietos!
El fin de semana llegó Antonio con su mujer, Luisa, y los chicos, Álvaro y Javier.
Los niños habían crecido, y se veía que estaban contentos de ver a los abuelos. A Concha se le quitó un peso de encima.
¿Por qué Carmen la había asustado tanto? Quizás sus nietos eran difíciles, pero los suyos eran educados y respetuosos. ¡Hasta sacaban buenas notas! No había de qué preocuparse.
Madre, si pasa algo, llámame y hablaré con ellos dijo Antonio al irse. Pero Concha agitó la mano con seguridad Vamos, hijo, ¿acaso no criamos niños nosotros?
Por la noche, Álvaro y Javier tardaron en calmarse. Los acostaron en la habitación que antes era de Antonio.
Pero, nerviosos por el cambio, no podían dormir. Hablaban alto, revoloteaban y molestaban a Vicente, que empezaba a impacientarse.
Concha, ¿para qué aceptaste? ¡No necesitaban el pueblo, y ahora vienen aquí!
Sin embargo, por la mañana fue imposible despertarlos.
Ya era casi mediodía y seguían durmiendo.
Abuela, déjanos dormir un poco más rezongó Álvaro.
Javier ni siquiera se enteró, dormía profundamente.
¡Pero ¿cuánto van a dormir?! se quejó Concha.
Entonces vio algo en el suelo. Al mirar mejor, se llevó las manos a la cabeza.
¡Sus móviles tirados en el suelo!
¿Habéis estado jugando hasta tarde? ¡Esto no puede ser, os los voy a quitar!
Álvaro saltó de la cama.
¡Dámelos, no son tuyos! Mamá nos deja.
Pues ahora mismo la llamo a ver qué os deja dijo Concha. Álvaro dejó de forcejear, se enfurruñó y, al salir, dio un portazo. ¡Llama si quieres!
Pasaron dos horas sin que salieran. Vicente ya quería ir a ver qué clase de boicot era ese el primer día. Pero al fin aparecieron, ambos de mal humor.
No queremos gachas, queremos nuggets o bocadillos calientes.
¿Ah, sí? Pues si no os gusta la comida, os quedáis sin nada se enfadó Vicente . ¿Y habéis hecho las camas? A ver qué tenéis ahí ¡Bolsa de patatas vacías y envoltorios de caramelos en la cama! ¿Y nada recogido? ¡No os habéis ganado ni las gachas! ¡Recoged la basura y haced las camas!
¡No podemos estar sin comer! dijo Javier mirando a Vicente con mala cara . ¡Sois malos!
Vicente estuvo a punto de estallar, pero Concha intervino. Venga, os enseño a hacer la cama. Mañana lo haréis solos, ¿vale? Y los bocadillos serán después de las gachas, ¿trato hecho?
Los estás mimando demasiado, hay que ser más firmes refunfuñó Vicente . ¡Se creen los dueños del mundo y no tienen vergüenza!
Los nietos de Carmen y los de Concha se hicieron amigos.
¡Pero lo que armaban los cuatro juntos!
Si jugaban en el patio, Concha tenía que recoger a escondidas de Vicente palos y ramas de quién sabe dónde. Las flores rotas, entrando y saliendo de casa, hierba pegada en los pies, migas por todas partes. Hasta las patas de las sillas las habían aflojado, y las puertas casi se salían de los goznes de tanto portazo.
¡Un desastre!
¡¿Qué clase de niños son estos?! se quejaba Vicente . ¡Que no vuelvan nunca, si no hay manera con ellos! Oye, Álvaro, ven conmigo, me ayudarás a arreglar las bicis. Y Javier, que ayude a la abuela con la comida. ¡Hay que ganarse el almuerzo!
¿Tú también tienes que ganártelo? preguntó Álvaro sorprendido.
¿Tú qué crees? ¿Me has visto holgazanear o dormir hasta mediodía? En esta vida nada es gratis, todo hay que ganárselo. ¡Así es! Además, el primer día rompisteis los pantalones, menos mal que la abuela guardaba ropa de vuestro padre. Pero las cosas no aparecen solas, ¡hay que trabajar!
Tú tampoco te pases, Vicente, acuérdate de cómo eras tú le advirtió Concha . ¡No finjas que eras un santo, que te conozco!
Cuando se fueron, los nietos se quejaron a sus padres:
¡El abuelo nos tuvo trabajando y no nos dejaba el móvil!
Pero una semana después, Antonio llamó con asombro.
Madre, padre, ¿cómo lo habéis hecho? ¡Javier ha aprendido a pelar patatas y a pasar la aspiradora! Álvaro lava sus calcetines y hasta ayuda en la cocina. ¡Y ahora hacen sus camas solos!
¿Qué, íbamos a ser sus criados? se indignó Concha . Claro que se enfadaron, se fueron contentos No sé si querrán volver.
Pero al año siguiente, Álvaro y Javier pidieron ir otra vez al pueblo. Incluso rechazaron ir de vacaciones. Porque allí les esperaban sus amigos.
Y qué bien sabía la comida de la abuela, los pasteles y todo lo que preparaba ¡cuando estaba bien ganado!
Porque quien trabaja, tiene de qué sentirse orgulloso. ¡Y hasta puede presumir de lo que sabe