No, Irene, no cuentes conmigo. Te has casado, así que ahora preocúpate de tu marido y no de mí. No quiero a un extraño en mi casa cortó en seco Martina.
Irene tragó saliva con fuerza, apretando el teléfono hasta que los nudillos le dolieron. Un nudo le subió por la garganta. No esperaba un rechazo tan frío.
Mamá… No es un extraño. Es mi marido, tu yerno. No te pedimos que nos compres un piso, solo queremos quedarnos un tiempo contigo hasta ahorrar para la entrada.
Se escuchó una risa corta, cargada de irritación.
Ya sé cómo acaban estas cosas. Si os dejo entrar, luego no os saco. Primero es la entrada, luego la reforma, y después otra cosa. Y yo sin paz. No, Irene, no te enfades, pero tu padre y yo lo hicimos todo solos, sin molestar a nadie. Vosotros también tendréis que apañaros.
Mamá, ¿cómo solos? insistió Irene. Sabes que los dos trabajamos, ahorramos en todo. Pero casi todo el dinero se nos va en el alquiler. Con la subida de precios, así nunca podremos ni comprar una caja de zapatos.
¿Y a quién le sobra el dinero ahora? la voz de su madre se volvió más dura. Yo no viví ni un día con mis padres después de casarme. Lo pasamos todo solos y no nos quejamos.
Solos, solos… Mamá, por favor, no me vengas con eso. ¡Yo lo recuerdo todo! Recuerdo que la abuela os ayudó.
No es lo mismo. La abuela nos ayudó porque quiso y pudo. Nosotros no le pedimos nada. Yo me gané este piso con el sudor de mi frente, y con ese…
Yo no te pedí que me tuvieras sin tener nada seguro saltó Irene antes de colgar.
La rabia le hervía por dentro. Tal vez su madre tuviera derecho a decir que no, pero la forma en que lo hizo… Como si hubiera levantado un imperio ella sola, e Irene, la desagradecida, quisiera ahora vivir a su costa. Pero la realidad era otra.
…Cuando Martina supo que estaba embarazada, ni siquiera estaba casada. Jorge, el padre de Irene, era un irresponsable, más interesado en divertirse que en formar una familia. Su madre tampoco era de mucha ayuda, divorciada y siempre en busca de su propia felicidad. Por eso, Martina acudió a Dolores, la abuela de Jorge.
Dolores, al enterarse, lloró de alegría, la abrazó y le prometió ayuda.
Tú no te preocupes, niña, ten al bebé. Ya hablaré con ese gamberro de mi nieto le aseguró. Y como las cosas han salido así, creo que os dejaré la casita. Yo me iré a vivir con mi hija. Me cuesta estar sola, y a Ana le vendrá bien ayuda. Así vosotros tenéis dónde criar al niño.
Dolores, ¿en serio? Martina no daba crédito. ¡Es toda una casa, no una chabola!
No me la voy a llevar al otro mundo. Yo no fui feliz, pero al menos tú sí puedes serlo susurró la anciana.
Y cumplió su palabra. Hizo los papeles a nombre de Martina, sabiendo que su nieto no era de fiar. Martina luego vendió la casa y compró un piso de dos habitaciones.
Con el nacimiento de Irene, nada cambió. Jorge siguió de juerga, y su única aportación a la familia fue un sueldo que a veces ni llegaba.
Martina lo sabía, pero aguantó. Se quejaba, lloraba, pero no lo echó.
Los niños necesitan una familia completa le decía a su madre cuando esta le sugería divorciarse. Cuando Irene cumpla los dieciocho, entonces me iré.
Pero Irene no pensaba igual. Preferiría haber crecido con una madre sola y madurar rápido, antes que ser el paño de lágrimas de nadie, escuchando peleas y teniendo que separar a sus padres.
Martina aguantó hasta que Irene cumplió los dieciocho y se divorció. Irene respiró aliviada… pero no duró mucho.
Irene, ahora estamos las dos solas. Ya somos adultas, así que nos repartiremos los gastos anunció su madre. Este mes descansa, pero a partir del siguiente, mitad en gastos y comida.
Irene estudiaba a tiempo completo y se aterrorizó. Su beca era una miseria, apenas para pan. Pero su madre estaba acostumbrada a comer bien: carne, pescado, verduras. Irene intentó negociar compras separadas, pero fue inútil. Ningún trabajo de estudiante pagaba lo suficiente. Al final, tuvo que dejar los estudios.
Seis meses después, abandonó la universidad. Podría haberse pasado a nocturna, pero sabía que no tendría tiempo. Y qué empresa querría a una estudiante a media jornada.
Esa decisión la perseguía aún. Sin título, las puertas se cerraban. Hasta para trabajos básicos.
Al principio se culpó, pero luego vio que otros jóvenes tenían más oportunidades. A ella no le dieron ese empujón.
Su madre reaccionó con frialdad.
Bueno, si no era lo tuyo… se limitó a decir.
Desde entonces, vivieron como compañeras de piso. Sin peleas, pero sin cariño.
Pasaron diez años. Irene se casó con Adrián, un electric







