La solitaria barrendera encontró un teléfono en el parque. Al encenderlo, tardó en reaccionar.
Marta Valverde salió al trabajo más temprano de lo habitual. Los fines de semana, los jóvenes siempre dejaban mucha basura, así que la mujer llegó a las cuatro de la mañana para tener tiempo de limpiarlo todo. Llevaba muchos años trabajando como barrendera. Hubo un tiempo en que su vida era muy distinta.
Al agarrar la escoba, Marta recordó a su hijo favorito, al que había tenido sola a los 35 años. No había tenido suerte con los hombres, así que decidió dedicarse por completo a su niño. Adoraba a su Javi. El chico era listo y guapo. Lo único que le inquietaba era que a él no le gustaba nada vivir en aquel barrio.
Mamá, cuando sea mayor, ¡seré un tío importante! solía decirle.
Claro que lo serás, cariño, ¿cómo iba a ser de otra manera? lo animaba ella.
Apenas cumplió los 16, Javi se marchó de casa para mudarse a una residencia cerca de su instituto. A Marta no le hacía gracia que su hijo estuviera tan lejos, pero él prometió visitarla a menudo.
Al principio, Javi cumplió su palabra. Pero luego conoció a una chica y, poco a poco, se fue olvidando de su hogar. Hasta que un día volvió para siempre con una noticia devastadora: estaba gravemente enfermo. Marta no entendía por qué la vida les ponía pruebas tan duras.
Tuvo que reunir todas sus fuerzas para luchar. Los médicos recomendaron tratarlo en otra clínica, pero el costo era exorbitante.
Sin dudarlo, la madre, destrozada por el dolor, vendió su piso. Una noche, recibió una llamada.
¡Su hijo ya no está con nosotros! le anunció el doctor.
Marta Valverde no quería seguir viviendo. Sin su querido hijo, todo había perdido sentido.
Una mañana, como siempre, Marta salió a limpiar la calle.
¡Buenos días! la saludó don Ramón, paseando a su perro.
¿Ya está usted por aquí tan temprano? respondió Marta.
Aburrirme en casa no es lo mío. Paseo al bicho y, de paso, charlo un rato con usted contestó él con alegría.
Don Ramón era un soltero empedernido. Marta se sonrojaba un poco con sus atenciones.
Bueno, seguimos nuestro paseo, que no la molestamos dijo él, alejándose con el perro.
Marta retomó su trabajo, pero de pronto vio algo en un banco: un móvil. Miró alrededor; no había nadie. Lo cogió y lo encendió. En la pantalla aparecieron fotos. Alguien debió de hacerlas y olvidarse del teléfono. Al fijarse mejor, Marta rompió a llorar.
¡Hijo mío! ¡Mi Javi! sollozó.
De repente, el teléfono sonó. Marta se sobresaltó pero decidió contestar.
¿Diga? ¡Oiga! Ese es mi móvil, ¿puedo recuperarlo? preguntó una voz femenina.
Sí, claro. Lo encontré en el banco del parque. Puede venir a recogerlo respondió Marta, dictando su dirección.
La chica llegó poco después. Cuando la puerta se abrió, Marta vio a un joven detrás de ella.
Perdone, ¿de dónde salen las fotos de mi hijo en su móvil? preguntó Marta.
¿De Javier? la chica pareció sorprendida.
El chico entró en el piso.
¡Javi! gritó Marta y se desmayó.
El joven corrió hacia ella:
¿Qué le pasa?
Debe de haberte confundido con alguien. Llamaré a una ambulancia dijo la chica.
Quince minutos después, los médicos reanimaron a Marta. Cuando se marcharon, por fin descubrió el misterio de las fotos.
Marta, recuperándose un poco, miró a la joven.
¿Me conoce? ¿Cómo tienen fotos de mi Javi? preguntó, conteniendo la emoción.
Soy Lucía respondió la chica. Salí con su hijo. Pero me dejó cuando supo que estaba embarazada suspiró.
¿Te dejó? ¡Si nunca me habló de ti! se extrañó Marta.
Salimos unos meses. Cuando le dije lo del bebé, desapareció. No quise buscarlo… Pensé que tuvo miedo.
No, cariño. Ahora lo entiendo. Mi hijo estaba muy enfermo. No quiso ser una carga para nadie, ni siquiera para ti. Hace años que Javi no está con nosotros… Marta volvió a llorar.
Los ojos de Lucía se agrandaron.
¿Cómo que no está?
Se nos fue. Vendí el piso para salvarlo, pero ni eso sirvió. No llegamos a tiempo… susurró Marta.
Lucía, tras asimilarlo, suspiró:
Ahora lo entiendo. Solo quería protegerme. No quiso hacerme sufrir más…
Llamó al chico, que esperaba cerca.
Javi, ven aquí.
El muchacho se acercó.
¿Sí, mamá?
Cariño, ¿recuerdas que te dije que tu padre nos abandonó? Pues no fue así. Se puso muy enfermo y murió antes de que nacieras. Y esta… es tu abuela dijo Lucía, mirando a Marta.
A Marta se le llenó el corazón. Sus ojos brillaron al ver a su nieto.
Abuela… murmuró el chico, tímido.
Ven aquí, cielo Marta lo abrazó.
Lucía sonrió:
¿Por qué no se muda con nosotros? Tenemos sitio de sobra, y nos hará mucha falta. ¡Una abuela es imprescindible!
No, cariño. Estoy acostumbrada a mi barrio. Pero os visitaré con gusto respondió Marta.
En ese momento, llamaron a la puerta.
¿Se puede? Era don Ramón, con un ramo de flores gigante. Se lo tendió a Marta. Para usted, señora Valverde. ¿Nos damos un paseo?
Encantada sonrió ella.
Desde la cocina, asomaron Lucía y Javi.
¿Y a nosotros nos llevas? preguntaron al unísono.
Si os portáis bien bromeó don Ramón.
Dos meses después, Marta Valverde se convirtió en la esposa de don Ramón. Su perro, Ronaldo, celebró la llegada de nuevos miembros a la familia. Paseaba a menudo con Javi mientras la feliz abuela horneaba magdalenas para todos.







