**Entrada del diario**
Hoy he vivido algo que me ha dejado sin palabras. Todo comenzó como un día cualquiera, pero el destino tenía preparada una sorpresa.
María Valverde salió a trabajar más temprano de lo habitual. Los fines de semana, la gente joven siempre deja el parque lleno de basura, así que llegó a las cuatro de la mañana para tenerlo todo listo. Llevaba años trabajando como barrendera. Antes, su vida era muy diferente.
Al coger la escoba, María recordó a su hijo querido, al que había tenido sola a los treinta y cinco años. Los hombres nunca le habían dado suerte, así que decidió dedicarse por completo a su niño. Adoraba a su pequeño David. Era listo, guapo Lo único que le preocupaba era que no le gustaba vivir en aquel barrio.
Mamá, cuando sea mayor, seré un hombre importante decía él.
Claro que lo serás, mi vida respondía ella con una sonrisa.
Cuando cumplió dieciséis, David se fue de casa para vivir en una residencia cerca del instituto. A María no le gustaba tenerlo tan lejos, pero él prometió visitarla a menudo.
Al principio, lo cumplió. Pero luego conoció a una chica y cada vez venía menos. Hasta que un día volvió para quedarse, diciendo que estaba gravemente enfermo. María no entendía por qué la vida les ponía pruebas tan duras.
Hicieron lo imposible por salvarlo. Los médicos recomendaron un tratamiento en otra clínica, pero costaba mucho dinero. Sin dudarlo, María vendió su piso. Una noche, recibió la llamada que temía.
Su hijo ya no está con nosotros dijo el doctor.
María no quería vivir. Sin David, todo había perdido el sentido.
Una mañana, como siempre, salió a limpiar la calle.
¡Buenos días! la saludó Antonio López, paseando a su perro.
¡Buenos días! ¿Tan temprano hoy? preguntó ella.
En casa me aburro. Paseo al perro y charlo un rato con usted respondió él, sonriendo.
Antonio era soltero, y a María le daba un poco de vergüenza su atención.
Bueno, seguimos, que no la molestamos más dijo él, alejándose con el perro.
María siguió barriendo, pero de pronto vio algo en un banco: un móvil. Miró alrededor; no había nadie. Lo cogió y lo encendió. En la pantalla aparecieron fotos. Alguien lo había olvidado allí. Al mirar más de cerca, María empezó a llorar.
¡Hijo mío! ¡Mi David! gimió entre lágrimas.
De repente, el teléfono sonó. Nerviosa, decidió contestar.
¿Hola? ¿Hola? Es mi móvil, ¿puedo recuperarlo? preguntó una voz femenina.
Sí, claro. Lo encontré en el parque. Venga a por él dijo María, dando su dirección.
La chica llegó poco después. Al abrir la puerta, María vio a un joven detrás de ella.
Dígame, ¿por qué tiene fotos de mi hijo en su teléfono? preguntó María.
¿De Dani? la chica pareció sorprendida.
El chico entró en el piso.
¡David! gritó María, desmayándose.
Él se acercó rápidamente.
¿Qué le pasa?
Creo que te ha confundido con alguien. Llamemos a una ambulancia dijo la chica.
Los médicos la reanimaron, y cuando se fueron, María por fin supo la verdad.
¿Me conoce? ¿Cómo tiene fotos de mi hijo? preguntó, conteniendo el llanto.
Soy Lucía respondió la joven. Salí con su hijo, pero me dejó cuando supo que estaba embarazada.
¿Que os dejó? Él nunca me habló de ti.
Estuvimos juntos unos meses. Cuando le dije lo del bebé, desapareció. Pensé que tuvo miedo.
María suspiró.
No, cariño. Ahora lo entiendo. Mi hijo estaba muy enfermo. No quiso ser una carga para nadie Hace años que nos dejó.
Lucía palideció.
¿Qué? ¿Cómo?
Se fue. Vendí el piso para salvarlo, pero no sirvió de nada.
Lucía, con lágrimas en los ojos, llamó al chico.
Dani, ven.
Él se acercó.
Sí, mamá.
¿Recuerdas que te dije que tu padre nos abandonó? No fue así. Estaba enfermo y murió antes de que nacieras. Y esta es tu abuela.
María no pudo contener las lágrimas al ver a su nieto.
Abuela dijo Dani tímidamente.
Ven aquí, cariño lo abrazó con fuerza.
Lucía sonrió.
¿Por qué no se viene a vivir con nosotros? Tenemos sitio.
No, cielo. Este es mi barrio. Pero os visitaré siempre.
En ese momento, llamaron a la puerta.
¿Se puede? Era Antonio, con un ramo de flores.
Son para ti, María. ¿Nos damos un paseo?
Claro respondió ella, sonrojándose.
Lucía y Dani asomaron la cabeza.
¿Nos apuntamos? preguntaron al unísono.
Si os portáis bien bromeó Antonio.
Dos meses después, María y Antonio se casaron. Su perro, Canelo, adoraba a sus nuevos compañeros de paseos. Mientras ella hacía magdalenas para todos, Dani jugaba en el jardín.
Hoy he aprendido que, aunque la vida nos golpee, siempre hay una segunda oportunidad. A veces, la felicidad llega cuando menos la esperas.
                                    






