**Falsificación para la persona más querida**
Pero los anillos los haré yo, ¡recuérdalo bien!
Maximiliano lo dijo con tanta seguridad y candidez que Vera no pudo evitar reírse.
Maxi, solo llevamos un par de meses saliendo Vera tomó su taza de café, escondiendo una sonrisa. ¿De qué boda me hablas?
Ya lo verás asintió él con complicidad. Cuando llegue el momento, ven a mí. Te haré una obra maestra, te lo prometo.
De camino a casa, Vera reflexionaba sobre su amistad. Maximiliano llevaba quince años a su lado, desde la universidad. Quince años de apoyo mutuo y confianza. Cuando él decidió ser joyero, ella se sintió orgullosa. Vio crecer su taller, cómo ganaba clientes fieles. Sus piezas se hicieron conocidas en Madrid, y Vera siempre lo recomendaba.
Meses después, cuando Adrián le propuso matrimonio, la elección de los anillos fue obvia. ¿A quién más podía confiarle algo tan importante?
Maximiliano se sentó a su lado y comenzaron a dibujar bocetos. Ella señalaba los diseños que le gustaban, él proponía ajustes. Una hora pasó volando. Entre los trazos, uno destacaba: elegante, con intrincados dibujos entrelazados.
Este quedará espectacular Maximiliano golpeó el lápiz contra el papel. Pero es un trabajo delicado, llevará tiempo. Aumentará el precio.
Vera se mordió el labio. El presupuesto de la boda estaba ajustado.
Maxi, ¿y si te llevo oro para fundir? ¿Bajaría el coste?
Claro. Si es oro de buena ley, solo pagarás la mano de obra.
Recordó entonces la cajita con las joyas de su abuela: un brazalete pesado, antiguo, dos cadenas, unos anillos. Nunca los usaba. Fundirlos para algo significativo le parecía lo correcto.
Trato hecho. Yo traigo el oro, tú haces los anillos.
Trato hecho Maximiliano le estrechó la mano. Será mi mejor trabajo. Para la persona más importante.
Una semana después, Vera llevó la cajita. Maximiliano pesó cada pieza, verificó los quilates y anotó todo. Había oro de sobra.
La boda fue maravillosa. Maximiliano, entre los invitados, brindó con emoción. Vera y Adrián se colocaron los anillos. El oro brillaba, los dibujos se entrelazaban, y en el interior, grabado, decía «Para siempre».
El primer mes de matrimonio pasó entre risas y planes. Vera no se quitaba el anillo, admirándolo cada día. Hasta que una mañana notó un picor bajo la alianza. Pensó que sería el jabón, pero al atardecer, su piel enrojeció.
¿Será alergia? sugirió Adrián.
Vera se aplicó crema y se durmió sin el anillo. Por la mañana, la irritación había desaparecido. Pero al ponérselo de nuevo, el picor regresó. Días después, Adrián tuvo los mismos síntomas.
Esto es raro Vera examinó ambos anillos. ¿Por qué nos pasa lo mismo?
¿Será el oro? Adrián frunció el ceño. O la mezcla
Vera no quería pensar mal. Maximiliano era su amigo. Pero la duda la perseguía. Al final, decidió llevar los anillos a un tasador.
El experto los examinó bajo lupa, los pesó, hizo pruebas. Vera hojeaba una revista sin leer, el estómago encogido.
Cuando el tasador regresó, su expresión era grave.
Esto no es oro de 18 quilates dejó el informe sobre la mesa. Bajo un baño dorado hay una aleación barata con mucho níquel. Por eso la reacción. La ley no coincide con lo acordado.
Vera miraba los números, incapaz de asimilarlo.
O sea ¿son falsos? Adrián releía el documento.
Sí. Su valor real es diez veces menor. Y si entregaste oro para fundir, no se usó. Fue reemplazado por esta mezcla.
A Vera le dio un vuelco el corazón. El brazalete de su abuela, las cadenas todo perdido. Y en su lugar, bisutería barata.
En casa, revisó el informe una y otra vez. Los números no mentían. Maximiliano los había engañado. Se quedó con el oro y les dio chatarra. Y luego, en la boda, brindó por ellos.
Adrián estaba furioso. Intentaron contactar a Maximiliano, pero él los evitó. ¿Alguien le habría advertido?
Entonces Adrián fue al taller. Vera se quedó. Regresó dos horas después, con el cuello de la camisa rasgado y un arañazo en la mejilla.
¿Qué pasó? Vera se levantó de un salto.
No lo admite Adrián bebió un trago de agua. Primero dijo que era un error. Luego gritó que nosotros le habíamos dado oro falso. Cuando mostré el informe, intentó arrebatármelo. Los guardias nos separaron.
Vera se dejó caer en una silla.
Denunció Adrián se sentó frente a ella. Dice que yo lo ataqué. Pero no fue así, Vera. ¡Tú me conoces!
Las semanas siguientes fueron una pesadilla. Adrián tuvo que declarar, buscar testigos. Vera no se quedó quieta. Escribió reseñas detalladas en foros y redes, con copias del informe.
Al día siguiente, Lena, una amiga, le escribió:
*«Vero, ¿no exageras? Son amigos desde siempre. Habría otra forma».*
*«Lena, solo di la verdad. Tengo pruebas».*
*«Pero le estás arruinando la reputación».*
*«Él mismo arruinó su reputación al estafar a sus amigos».*
Lena no respondió más.
Pronto, el grupo de amigos estalló en discusiones. Muchos defendían a Maximiliano:
*«Los tasadores se equivocan».*
*«¿Por qué publicarlo? Se podía hablar».*
*«Solo ahorró un poco. La amistad importa más».*
Maximiliano era el alma del grupo. Nadie quiso perderlo.
Poco a poco, Vera fue excluida de los chats. Sin explicaciones. Le escribió a Carla, su excompañera de piso:
*«Carli, ¿por qué me eliminaron?».*
*«Vero, Maximiliano es importante para nosotros. Lo que hiciste parece acoso. No queremos involucrarnos».*
*«No es acoso. Es la verdad».*
*«Para nosotros no. Lo siento».*
Vera bloqueó el teléfono. Quince años de amistad, reducidos a nada.
Su cumpleaños, en septiembre, solía celebrarse con todos. Este año, de veinte invitados, solo fueron tres.
Marina, su mejor amiga, le envió un mensaje:
*«Vero, no iré. Tuve que elegir entre tú y Maximiliano. Elegí a él. Perdón».*
Vera lo leyó sin sentir ya nada. Solo vacío.
El juicio contra Adrián duró seis meses. Las cámaras mostraron que Maximiliano había comenzado la pelea. Lo multaron y archivaron el caso.
Intentaron denunciarlo por fraude, pero Maximiliano insistió en que el oro era el acordado. Sin pruebas contundentes, el caso se cerró.
Vera salió del juzgado, sentada en un banco. Adrián la tomó de la mano. Sus amigos habían desaparecido. Las joyas, también. Los anillos falsos reposaban en una cajita, inútiles.
Vamos a casa Adrián la ayudó a levantarse.
Al llegar, Vera sacó los anillos. Nadie los usaría jamás.
Al día siguiente, entraron a una joyería común. Eligieron dos alianzas sencillas, con certificados.
¿Las envuelvo? preguntó la vendedora.
No, gracias. Nos las pondremos ahora respondió Vera.
Miró su







