Un multimillonario esperaba un Uber cuando vio a su ex, a quien no había visto en seis años, llevando de la mano a dos niños que se parecían a él como dos gotas de agua

Life Lessons

Un multimillonario esperaba un Uber cuando vio a su ex, a quien no había visto en seis años, llevando de la mano a dos niños que se parecían a él como dos gotas de agua. No estaba preparado para lo que ocurriría después.

Estaban en la acera, frente a una librería del centro de Madrid, jugando con gorras azul marino idénticas y riéndose de algo que solo ellos entendían. Ambos tenían el mismo pelo rubio arena, el mismo hoyuelo en la mejilla izquierda y esa misma energía inquieta que él tenía a su edad. Parecían tener cinco o seis años, aún lo suficientemente pequeños como para correr en lugar de caminar.

La aplicación de Uber de Javier indicaba que su conductor llegaría en tres minutos. Revisó el mapa en su teléfono y luego volvió a mirar a los niños.

Fue entonces cuando ella salió de la librería.

Lucía.

Por un momento, Javier pensó que sus ojos le jugaban una mala pasada. No la había visto desde hacía seis años, desde aquella fría mañana de noviembre en que se separaron. Llevaba un jersey color crema y unos vaqueros oscuros, el pelo un poco más corto, pero seguía siendo de ese castaño suave que él recordaba. Lucía parecía más madura, pero en el sentido de alguien que ha crecido por dentro, más serena, más segura de sí misma.

Y cuando extendió la mano para tomar las de los niños, algo se encogió en el pecho de Javier.

Sonó la notificación del Uber. Dos minutos.

Podía marcharse. Subir al coche, ir a su reunión y fingir que ese momento nunca había existido. Pero sus pies se quedaron clavados en el suelo.

Lucía lo notó mientras ayudaba al más pequeño a ajustar la correa de su mochila. Sus ojos se abrieron, no tanto de sorpresa, sino de reconocimiento con un toque de duda.

Javier dijo con cautela.

Lucía. Su garganta se secó. Hola.

Los niños lo miraron, curiosos. El mayor inclinó la cabeza. ¿Quién es, mamá?

Mamá.

La palabra le pesó más de lo que jamás habría imaginado.

Es un viejo amigo respondió Lucía tras una pausa. Javier, estos son mis hijos, Mateo y Lucas.

Ambos le hicieron un pequeño gesto con la mano. Mateo, el mayor, tenía exactamente el mismo color de ojos que Javier grises con un fino anillo verde. Lucas tenía su misma nariz. Javier pensó que quizá se estaba sugestionando, pero el parecido era demasiado obvio para ignorarlo.

Parecen unos niños encantadores dijo con una voz más firme de lo que realmente sentía.

Gracias. Lucía esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Siguió un silencio incómodo, lo suficientemente largo como para que el aire entre ellos se llenara de todo lo que no se había dicho en seis años.

Entonces ¿vives por aquí? preguntó Javier, más por retenerla que por verdadera curiosidad.

No muy lejos respondió ella. Volvimos hace más o menos un año.

El icono del Uber mostraba que el conductor estaba doblando la esquina.

Javier dudó. Quería preguntar por los niños, por su padre. Pero la última vez que hablaron, había sido él quien puso fin a su relación. En aquel entonces, estaba demasiado enfocado en construir su empresa, convencido de que no podía conciliar amor y ambición. Ahora, siendo multimillonario, con un ático en Salamanca pero sin nadie que lo esperara, esa elección le parecía mucho menos clara.

Los niños se distrajeron con un perro que pasaba, dejando a Javier un momento a solas con Lucía.

Parecen se interrumpió. Felices. Eso es bueno.

Lo son respondió ella suavemente. Hemos salido adelante.

Asintió, aunque una parte de él ardía por hacer más preguntas.

El Uber se detuvo en la acera. El conductor bajó la ventanilla. ¿Javier?

Miró el coche y luego a Lucía. Ella volvía a tomar de la mano a los niños, lista para marcharse.

Ha sido un placer verte dijo él.

Igualmente. Apretó el teléfono entre sus dedos.

Subió al Uber, pero mientras se alejaban, se volvió para mirar atrás. Los niños observaban el coche, y por un instante, la sonrisa pícara de Lucas idéntica a la que Javier veía en las fotos antiguas de su familia le encogió el corazón.

No sabía que ese breve encuentro desataría una verdad capaz de cambiar los últimos seis años de su vida.

**Segunda parte La verdad**

Javier no había planeado volver a ver a Lucía. Pero la vida, con su caos y sus giros inesperados, se burla de los planes.

Tres días después, salía de una cafetería cuando alguien lo llamó. Lucía estaba al otro lado de la calle, con una bolsa de la compra en la mano. Los niños no estaban con ella.

¿Tienes un minuto? preguntó.

Terminaron sentados en un banco del parque, la bolsa a sus pies. Esta vez, sin formalidades.

Debería explicarte comenzó ella. Sobre los niños.

Javier se preparó. Lucía, no tienes que

Son tuyos, Javier.

Las palabras lo golpearon como un puñetazo. Por un momento, solo escuchó el zumbido del tráfico a lo lejos.

Parpadeó. ¿Qué?

Después de nuestra ruptura, descubrí que estaba embarazada. Intenté llamarte, pero tu número había cambiado. Te envié un correo, pero nunca respondiste. Pensé que habías dejado claro que no querías esa vida.

Javier la miró fijamente. No recibí nada. Ni llamadas, ni correos.

Ella frunció el ceño. Usé tu viejo correo del trabajo.

Vendí esa empresa un mes después de que termináramos. Cambié todo.

Quedaron en silencio, abrumados por el peso de seis años perdidos.

No supe cómo encontrarte dijo ella en voz baja. Y no iba a perseguir a alguien que ya se había ido.

Javier exhaló bruscamente, la mente invadida por todo lo que se había perdido: primeras palabras, primeros pasos, cumpleaños. Dos infancias enteras que desconocía que también eran suyas.

Mateo y Lucas repitió lentamente, saboreando esos nombres de una manera nueva. Son mis hijos.

Lucía asintió.

Por primera vez desde su ruptura, no parecía a la defensiva. Solo cansada, como alguien que ha cargado con un peso demasiado tiempo en soledad.

Javier se inclinó, apoyando los codos en las rodillas. Quiero formar parte de sus vidas.

Ella lo estudió. No es tan simple. No saben quién eres no en ese sentido. Y yo he sido su única familia. Son todo para mí.

No quiero quitártelos respondió con firmeza. Solo que no puedo irme otra vez. No ahora.

Sus ojos se suavizaron levemente, aunque la incertidumbre persistía. Habrá que ir poco a poco.

Puedo ir despacio dijo él. Pero no puedo quedarme sin hacer nada.

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