Un hombre debe sacrificar a su perro por falta de recursos para salvarlo.

Life Lessons

Un hombre tuvo que sacrificar a su perro por no tener medios para salvarlo.

Un anciano llevó a su mascota para practicarle la eutanasia, pues no podía costear el tratamiento que necesitaba. Al ver las lágrimas del dueño y la tristeza del animal, el veterinario tomó la única decisión posible

Dicen que la felicidad no está en el dinero, pero a veces es el dinero el que decide nuestros destinos. El pobre hombre no tenía ni un euro ahorrado cuando los médicos le presentaron la factura para salvar a su amigo de cuatro patas.

En la clínica veterinaria, el silencio era absoluto. El doctor observaba a la pareja: un perro mestizo tumbado en la mesa y su dueño, inclinado sobre él, acariciando distraídamente su oreja. Solo se escuchaba la respiración agitada del animal y los sollozos contenidos del anciano. No quería despedirse de su compañero y lloraba en silencio.

Luis Navarro, un joven veterinario, había presenciado muchas veces escenas así durante eutanasias. Era comprensible, pues la gente se encariña profundamente con sus mascotas. Pero este caso, lo intuía, era diferente.

Recordaba la primera vez que los vio en su consulta, tres días atrás. Un hombre mayor, de aspecto humilde, había llevado a su perro de nueve años, Canelo, con urgencia. El animal no se levantaba desde hacía dos días, y su dueño estaba desesperado. Como le explicó, aparte de Canelo, no tenía a nadie más.

Luis examinó al perro. Tenía una infección grave que requería un tratamiento caro e inmediato. De lo contrario, moriría sufriendo. “Si no puede pagar el tratamiento le dijo el veterinario con frialdad, lo más humano sería la eutanasia.” Ahora, Luis podía imaginar lo que aquel hombre había sentido en ese momento, aunque entonces no lo entendió.

Tras escuchar al médico, el anciano dejó sobre la mesa unas monedas y billetes arrugados, el pago por el procedimiento. Tomó a Canelo en brazos y se marchó. Y hoy había vuelto. “Perdone, doctor, solo pude juntar para la eutanasia”, dijo el hombre, mirando al suelo.

Ahora, cuando el anciano pedía cinco minutos más para despedirse, Luis los observaba y no entendía por qué el mundo era tan injusto. Muchos con fortunas trataban a los animales sin compasión, mientras que este hombre pobre y su perro moribundo desbordaban amor.

Al veterinario se le hizo un nudo en la garganta. Puso una mano en el hombro del anciano. “Voy a curarlo dijo con voz quebrada. Trataré a Canelo sin coste. No es tan viejo, aún puede correr.” Sintió cómo los hombros del hombre temblaban bajo su mano, ahogando un llanto silencioso.

Una semana después, Canelo ya se sostenía firme en sus patas. Las medicinas y los cuidados habían surtido efecto. El joven veterinario se sentía feliz. Quizá había sido un pequeño gesto para un anciano desesperado y un perro sin pedigrí, pero, en realidad, había sido un acto de enorme generosidad.

Por suerte, aún hay personas con corazón en este mundo. La bondad, aunque parezca pequeña, puede cambiar una vida entera.

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