Un hombre de 70 años se casa con una joven de 20 como segunda esposa para tener un hijo, pero en su noche de bodas ocurre un suceso impactante

Life Lessons

En un pequeño pueblo de Andalucía, rodeado de olivares y viñedos, vivía Don Sebastián, un hombre de setenta años que había conocido tanto la fortuna como la desgracia. A pesar de su edad, era considerado uno de los labradores más ricos de la comarca. Sus tierras se extendían por lomas y valles, sus rebaños pastaban en abundancia, y su nombre inspiraba respetoo al menos reconocimientoentre los vecinos.

Pero el dinero, como murmuraban algunos, no llena todos los vacíos. Diez años atrás, Sebastián había perdido a su primera esposa, Doña Carmen, una mujer de carácter que le dio tres hijas. Estas ya estaban casadas, repartidas por otras casas, ocupadas con sus propias familias. Lo visitaban a menudo, pero él sentía un hueco. Por mucha riqueza que tuviera, no había un hijo que llevara su apellido, nadie que continuara su linaje como manda la tradición. Esa ausencia lo corroía, convirtiéndose en una obsesión.

Aunque el pelo se le había vuelto blanco y la espalda se le curvaba con los años, Sebastián se aferraba a la idea de que el destino aún le debía un varón, un hijo que heredara sus tierras, sus ovejas, su orgullo. Fue ese deseo el que lo llevó a tomar una decisión que escandalizó al pueblo: se volvería a casar.

**La elección de Rosalía**

Su elección recayó en Rosalía, una muchacha de apenas veinte años, hija de una familia humilde del mismo pueblo. La vida no había sido fácil para los suyos. La pobreza se arrastraba por cada rincón de su casa, las deudas crecían, y su hermano pequeño padecía una enfermedad que requería medicinas que no podían pagar.

Rosalía era hermosa, con el rostro fresco como el agua de manantial, el pelo oscuro y largo, los ojos brillantes pero marcados por la penuria. Sus padres, desesperados y acorralados por los acreedores, aceptaron la propuesta de Sebastián. A cambio de una buena suma de dinero, prometieron la mano de su hija.

Ella no protestó en voz alta. Se tragó las lágrimas, sabiendo que su sacrificio quizá era la única forma de salvar a su hermano y aliviar las cargas de su familia. La noche antes de la boda, se sentó con su madre a la luz tenue de un candil. Con la voz quebrada, susurró:

“Espero que me trate bien… Cumpliré con mi deber.”

Su madre, enjugándose las lágrimas, solo pudo asentir, sin fuerzas para más que un abrazo tembloroso.

**La boda**

La ceremonia fue modesta en gastos pero grandiosa en intención. Sebastián quería que todo el pueblo viera que aún estaba “en sus plenas facultades”, que podía desposar a una mujer lo bastante joven como para ser su nieta. Los músicos tocaron sevillanas, los vecinos llenaron la iglesia y luego el patio, cuchicheando mientras observaban a la pareja intercambiar votos.

“Pobrecilla”, murmuraban algunas mujeres, compadeciendo a Rosalía.
“Míralo, a su edad… qué ridiculez”, se burlaban otras.

Pero Sebastián las ignoró. El pecho se le hinchaba de orgullo al caminar junto a Rosalía. Para él, aquello no era solo un matrimonioera la prueba de que aún tenía vigor, de que el destino no le había cerrado la puerta a su sueño de un heredero.

Rosalía, con el rostro sereno, sonreía cuando debía, agradecía a los invitados y fingía alegría. Por dentro, el estómago se le anudaba de miedo y resignación.

**La noche de bodas**

Esa noche, el aire en la casa de Sebastián olía a carne asada y vino dulce, restos de la fiesta. Los invitados se habían ido, y el silencio envolvía las paredes de cal y piedra.

Sebastián, vestido con su mejor traje, se sirvió un vaso de licor medicinal, un brebaje que juraba le devolvería la juventud. Miró a Rosalía con ansia, los ojos brillantes de deseo y esperanza. Tomándole la mano con suavidad, murmuró:

“Esta noche comenzamos nuestra vida juntos, mi reina.”

Ella forzó una sonrisa, con el corazón acelerado. Lo siguió hasta el dormitorio, donde les esperaba una cama de madera tallada. Las velas titilaban, proyectando sombras que bailaban en las paredes.

Pero antes de que la noche pudiera desarrollarse, la tragedia llegó. La expresión de Sebastián se torció de repente; su respiración se volvió agitada. Se llevó la mano al pecho, tambaleó y cayó pesadamente sobre la cama.

“¡Don Sebastián! ¿Qué le pasa?”, gritó Rosalía, con la voz temblorosa.

Corrió hacia él, lo sacudió, pero su cuerpo ya estaba rígido, el rostro pálido. Un gemido débil escapó de su garganta, luego… silencio. El olor del licor fuerte flotaba en el aire como un cruel recordatorio de su inútil intento por burlar al tiempo.

**El caos**

Rosalía gritó pidiendo ayuda. Los vecinos y familiares, aún despiertos, llegaron corriendo. Sus tres hijas, vestidas de luto aunque la noche no había terminado, irrumpieron en la habitación. Encontraron a Rosalía llorando junto al cuerpo sin vida de su padre.

La escena se sumió en el caosgritos, sollozos, pasos apresurados, confusión. Alguien llamó a un coche; Sebastián fue llevado al hospital más cercano. Pero los médicos, tras un rápido examen, negaron con la cabeza.

“Fue un infarto fulminante”, declaró uno. “El corazón no resistió el esfuerzo.”

Y así, el sueño que había llevado a Sebastián a casarse de nuevo se esfumó.

**La reacción del pueblo**

La noticia corrió más rápido que el amanecer. Para cuando salió el sol, todo el mundo lo sabía. La gente se agrupaba en corrillos, murmurando, algunos con lástima, otros con cruel satisfacción.

“Ni siquiera llegó a darle un hijo”, decían.
“El destino hace justicia.”
“Pobre chica, viuda antes de ser esposa de verdad.”

Los comentarios le clavaban a Rosalía dagas invisibles, pero ella se mantuvo callada. Miraba al vacío, las lágrimas secas, el corazón entumecido. Recordaba sus palabras a su madre”Cumpliré con mi deber”y le sonaban ahora como una broma amarga.

**Las consecuencias**

El funeral fue grande, como correspondía a un hombre de su posición. Los músicos tocaron saetas, los vecinos asistieron, y sus hijas lloraron. Rosalía permaneció al lado, el velo cubriendo su rostro joven, atrapada entre dos papeles: demasiado joven para ser viuda, pero marcada para siempre como la segunda esposa de un hombre cincuenta años mayor.

El dinero que Sebastián había pagado por el matrimonio alcanzó para saldar las deudas de su familia y pagar el tratamiento de su hermano. En ese sentido, su sacrificio dio fruto. Pero para Rosalía, el costo fue insoportable. Había cambiado su juventud, su libertad, por un matrimonio que duró menos de un día y la dejó cargada con una reputación que nunca podría sacudirse.

**Un futuro marcado**

Desde aquella noche, Rosalía llevó la cruz de su destino. Cada vez que paseaba por el pueblo, la miraban con una mezcla de pena y curiosidad. Algunos la llamaban “la viudita”, otros susurraban “la mujer de Don Sebastián”.

Con solo veinte años, sentía que su vida había terminado antes de empezar. Los sueños de amor, de elegir a su compañero, parecían imposibles. Había cumplido con su deber familiar, pero al hacerlo, se había encadenado a un rec

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