¿Un piso para dos? ¡Ni pensarlo!
Voy a ceder el piso a Lucía y a mudarme contigo. Ya vives sola, ¿no? dijo Nuria sin preguntar nada.
¿Qué voz masculina sale de tu boca? exclamó su madre con tono severo, como si la niña tuviera trece años y no treinta y dos.
Televisión, mamá. ¿Qué quieres? respondió Lucía, intentando acabar la conversación de una vez.
Tenemos que hablar, de verdad insistió la madre antes de colgar. A ella solo le gusta señalar, nunca preguntar.
¡Arturo! gritó Lucía, lanzando el móvil al sofá.
¿Qué pasa? salió Arturo de la cocina con dos tazas de café en la mano.
Mi madre viene esta noche.
¿Te quedas?
No hace falta. Lo resolveré yo sola
**Los fantasmas del pasado**
Los recuerdos son como fotos de álbum: se desvanecen, pero lo esencial permanece. Lucía tenía once cuando sus padres se separaron. Su hermana Luz aún jugaba con muñecas, mientras Lucía ya había aprendido a leer entre líneas las discusiones de los adultos.
Ya no puedo más, Carmen exclamó su padre. Esto ya no es matrimonio, es una sombra.
¿Y los niños? la voz de la madre resonó como cristal roto.
Tras el divorcio, el padre empaquetó en silencio sus cosas: el sillón favorito, la taza gastada, los libros todo desapareció poco a poco.
Lucía se convirtió en el puente entre dos mundos: la tiranteza de la madre y la calma del padre. Luz, por su parte, decidió que el padre era un traidor y la madre una mártir.
**La vida adulta**
Lucía se fue a estudiar a Madrid. Trabajó con ahínco, con la firme intención de tener un día su propio piso. Luz, en cambio, se hizo manicure y se casó casi al instante.
El padre falleció, dejando solo recuerdos bonitos y un vacío enorme.
La madre aparecía de vez en cuando solo para pedir dinero o quejarse:
Lucía está embarazada, ayúdale. Tomás gana poco y en el salón ni siquiera la contratan bien
Lucía suspiró, agotada.
Sabía en qué se metía. Esa era su decisión.
**Su propio nido**
Pasaron algunos años y Lucía compró su piso soñado. Solo, con sudor y lágrimas.
Qué bonito piso comentó la madre, mirando a su alrededor. Algo así le vendría bien a Luz, en vez de vivir en una residencia con el bebé Y tú, aquí, en tu palacio, sola. No es justo.
Porque Luz siempre creyó que todo le correspondía. Yo he trabajado.
Entonces, años después, llegó una visita inesperada:
He decidido que el piso será de Luz y me mudaré contigo dijo la madre con una sonrisa, inspeccionando cada rincón.
No replicó Lucía, seca. Este es mi piso.
¿Qué quieres decir con no? ¡Yo ya lo he decidido!
Entonces vete a vivir con Luz. Aquí no es un hotel.
¡Eres tan fría como tu padre!
Gracias. Él me quería y nunca puso condiciones.
La puerta se cerró de golpe. Sólo quedó el silencio y un soplo de alivio.
En el móvil parpadeó un mensaje:
¿Cómo ha ido?
Lucía sonrió:
Pasa por allí. Te enseño a preparar tiramisú.







