Tengo 55 años y por fin vivo para mí. Sin remordimientos, sin miedo a ser “diferente” o a desilusionar a alguien. En mi espacio reina la armonía: tranquila, suave, casi silenciosa. No hay emociones ajenas que antes me agotaban por completo. Nadie me dice cómo debo vivir, qué vestir o de qué soñar. He vuelto a pertenecerme.

Life Lessons

Tengo 55 años y, por fin, vivo para mí. Sin remordimientos, sin miedo a ser diferente o a complacer a alguien. En mi espacio reina una armonía tranquila, suave, casi silenciosa. Ya no hay esas emociones ajenas que antes me agotaban hasta el límite. Nadie me dice cómo vivir, qué ponerme o qué soñar. He vuelto a ser dueña de mí misma.

Mis mañanas empiezan sin prisas. Cuando me apetece, pongo mi canción favorita; cuando quiero, me quedo a saborear el silencio y el aroma del té recién preparado. Me asomo a la ventana y observo cómo se despierta la calle de la Gran Vía, y pienso lo bonito que es estar en paz conmigo. No hay quien me recrimine por leer un libro demasiado tiempo o por demorar la cena. El silencio ya no da miedo, se ha convertido en mi mejor amigo.

Antes creía que una vida sin pareja estaba incompleta. Desde pequeñita nos inculcan que la mujer tiene que estar con alguien, cuidar, fundirse, proteger el fuego del hogar. Así viví durante años, olvidándome de mí, intentando ser cómoda, atenta, la correcta. Con los años entendí que el amor no es sacrificio. El amor es respeto, tranquilidad y aceptación. Y la primera persona a la que tengo que amar soy yo.

A veces pasa por mi cabeza: ¿Y si vuelvo a abrirme a una relación? Pero basta recordar cuánta energía y nervios se lleva el mal humor, las expectativas, los rencores de los demás, y me dan ganas de abrazar de nuevo mi libertad. Esa libertad es ligera como el viento de la mañana, no pide explicaciones y me sienta muy bien.

Ahora puedo hacer lo que quiera, cuando quiera y con quien quiera. Si me apetece, paseo por el Parque del Retiro; si prefiero, me quedo en casa, me envuelvo en una manta y veo viejas películas. Puedo quedarme en silencio todo el día o, de repente, llamar a mi amiga Begoña y reír hasta que nos duela la barriga. Nadie controla, nadie pone celos, nadie espera informes. Es una sensación increíble: ser libre tanto por fuera como por dentro.

Me gusta la vida hecha de momentos agradables: nos vemos, nos reímos, pasamos una buena velada y cada uno vuelve a su hogar, donde hay calidez, tranquilidad y nadie exige explicaciones. Sin dramas, sin aclaraciones de relaciones, sin subidas y bajadas emocionales. Sólo calor humano, ligereza y respeto mutuo.

Yo elijo la ligereza. Yo elijo a mí. Finalmente he comprendido que la felicidad no llega con otro, nace en nuestro interior. Para sentirla solo hay que permitirnos ser auténticas, sin máscaras, sin papeles, sin miedo a quedarnos solas. La soledad no es castigo, es un lujo cuando aprendes a ser autosuficiente.

Tengo 55 años. No busco ni huyo. Simplemente vivo. Y cada día es una nueva oportunidad para agradecer a la vida por la paz, la experiencia, la libertad y por estar, al fin, en el centro de mi propio mundo.

Rate article
Add a comment

15 − 1 =