Sofía entró de nuevo en la suite presidencial con el corazón encogido. Todo le resultaba familiar, pero también peligrosamente cargado de recuerdos. En cuanto cerró la puerta tras de sí, notó cómo se le aceleraba la respiración. Solo deseaba hacer su trabajo rápidamente, en silencio, y marcharse sin llamar la atención.
Pero, aunque se repetía que era solo otro día de trabajo, sentía una tensión especial. En cada rincón de la habitación, en cada objeto reluciente, recordaba la mirada de Alejandro Wittenberg: serena pero penetrante, como si pudiera leer cada uno de sus pensamientos.
Mientras colocaba las almohadas en la cama, la puerta se abrió de nuevo. Los pasos firmes del hombre llenaron la estancia. Sofía se quedó inmóvil, con las manos tensas sobre la seda de las sábanas.
Esta vez no huyes dijo él con voz grave pero sorprendentemente suave.
Ella se volvió lentamente. Alejandro estaba allí, impecable como siempre, pero en su mirada había algo nuevo: una curiosidad cálida, mezclada con un dejo de ironía.
Pensé que le molestaba balbuceó ella.
Si lo hubieras hecho, ya lo sabrías. Y sin embargo, no he llamado ni a seguridad ni al director del hotel. ¿Sabes por qué?
Sofía negó con la cabeza, sin saber qué responder.
Porque quiero saber quién eres continuó él. Una mujer que se duerme en la cama de un extraño o es inconsciente o tiene el alma tan limpia que el cansancio es su único pecado. Y tú, Sofía, pareces de la segunda clase.
Su nombre, pronunciado por él, le provocó un escalofrío. ¿Cómo lo sabía? Recordó de pronto la insignia con su nombre en el uniforme.
Yo no soy nada especial susurró. Solo una camarera.
Alejandro sonrió por primera vez. Una sonrisa breve, pero suficiente para perturbarla.
¿«Solo» una camarera? No. Una mujer que trabaja hasta caer rendida, pero que, incluso dormida, parece un cuadro antiguo olvidado en un museo secreto. ¿Crees que eso es «nada»?
Sofía sintió que se le encendían las mejillas. Quiso darle las gracias, pero las palabras se atascaron. En cambio, bajó la mirada, intentando recuperar el control.
Debo terminar la limpieza consiguió decir al fin.
Termínala respondió él sencillamente, pero se quedó allí, observando cada uno de sus movimientos.
Las horas pasaron lentas, cargadas de tensión. Él le hizo preguntas sencillas: de dónde era, por qué había venido a trabajar a la ciudad, si le gustaba el hotel. Ella respondía con timidez, pero cada palabra revelaba un poco más su historia. Había llegado de un pueblo pequeño, donde sus padres luchaban contra la pobreza. Había trabajado desde niña, y ahora enviaba gran parte de su sueldo a casa.
Alejandro la escuchaba con una atención inesperada. Por primera vez, alguien lo interesaba no como empresario, sino como un hombre cualquiera, fascinado por la sinceridad de una mujer.
En los días siguientes, sus encuentros se repitieron. Cada visita de Sofía a la suite presidencial se convirtió en una escena de una novela secreta. Él aparecía casi siempre, como si la esperara. La ayudaba a colocar un jarrón, a enderezar un cuadro, y a veces solo se quedaba mirándola, dejando que el silencio hablara.
Sus compañeras empezaron a murmurar. «¿Por qué va siempre Sofía ahí?», preguntaban. Pero ella no podía explicar la verdad. Ni siquiera sabía si todo era un juego para él o algo más.
Una tarde lluviosa, cuando la luz de los faroles se reflejaba en los ventanales de la suite, Alejandro la detuvo con un gesto inesperado.
Sofía, quédate un momento. No como empleada. Como mujer.
Ella se quedó helada, con el corazón desbocado.
Yo no no puedo. Usted está muy por encima de mí.
Arriba y abajo son solo ilusiones dijo él acercándose. Lo que importa es lo que sentimos.
Su mano rozó ligeramente su muñeca. Un gesto simple, pero que la desarmó por completo. En sus ojos no había arrogancia de millonario, sino el deseo de un hombre corriente.
No quiero asustarte continuó. Si te vas ahora, no te detendré. Pero si te quedas, sabrás que estás aquí porque yo te elegí y porque tú también me elegiste, aunque sin darte cuenta.
Sofía sintió que su mundo entero se derrumbaba y renacía al mismo tiempo. Toda una vida huyendo de sueños demasiado grandes, temiendo romperse. Y, sin embargo, en ese instante, bajo la mirada de Alejandro, entendió que algunos sueños debían vivirse, aunque fueran peligrosos.
Se acercó sin palabras. Él la envolvió con una delicadeza que contrastaba con su aparente fortaleza. Por primera vez, Sofía no se sintió la camarera agotada, sino la mujer deseada.
Las noches que siguieron fueron como un sueño. Alejandro le mostró un mundo oculto: restaurantes privados, paseos en coche por calles vacías, largas conversaciones en las que desvelaba sus temores. Para él, Sofía se había convertido en un refugio, una verdad que el dinero no podía comprar.
Pero la realidad no tardó en alcanzarlos. La dirección del hotel supo de sus visitas y de la atención que el millonario le prodigaba. Los rumores eran demasiado fuertes. El gerente la llamó una mañana:
Sofía, tendrás que buscar otro trabajo. Aquí no puedes seguir.
Para ella, las palabras fueron como un rayo. Salió con su maleta pequeña y el corazón pesado, convencida de que su historia había terminado allí.
Pero esa misma noche, al salir del hotel, una limusina negra la esperaba en la entrada. La ventanilla bajó, y la mirada de Alejandro la recibió.
¿Creíste que te librarías de mí tan fácil? preguntó él sonriendo.
Yo no quiero causarle problemas susurró ella.
Sofía, tú no eres el problema. Eres la solución.
Abrió la puerta y extendió la mano. Ella dudó solo un instante antes de tomarla.
Y así comenzó su verdadera vida juntos. No estuvo exenta de obstáculos: las diferencias de clase, la presión pública, la envidia ajena. Pero cada noche, cuando quedaban solos, Alejandro la miraba con la misma intensidad que el primer día.
Para Sofía, el mundo ya no era un hotel frío donde trabajaba hasta el agotamiento. Se había convertido en un lugar donde el amor podía unir dos almas de universos opuestos.
Y cada vez que recordaba aquella noche en que se durmió en la cama de un extraño, sonreía. Porque sabía que ese accidente había sido el comienzo de su destino.