Si encontraras a un hombre decente de verdad

Life Lessons

En aquellos tiempos, cuando la vida aún era sencilla pero llena de desafíos, la voz de Doña Carmen resonaba con exigencia en el pequeño piso alquilado donde Lucía y Javier llevaban viviendo tres años.

¿Cuándo vais a comprar un piso? preguntó, sentada en el sofá, mirando a su hija como si hubiera cometido un crimen. ¿Hasta cuándo vais a estar tirando el dinero en un alquiler?

Lucía suspiró y apartó la mirada hacia la ventana. Aquellas conversaciones ya no eran solo molestas, sino una tortura constante. Desde que se casó con Javier, su madre no cesaba de reprocharle: que había elegido mal, que Javier no tenía patrimonio, ni dinero, ni futuro. ¿Para qué quería un marido así? Y año tras año, Doña Carmen insistía: ¿cuándo tendrían su propio hogar? ¿No les daba vergüenza vivir así?

La irritación hervía en su pecho, lista para estallar.

Estamos buscando algo que se ajuste a nosotros, madre dijo Lucía con calma forzada. Un barrio decente, un precio razonable, con alguna reforma hecha. No tenemos para arreglarlo nosotors. ¿Lo entiendes?

Doña Carmen resopló y puso los ojos en blanco con tal dramatismo que Lucía apretó los puños sin querer.

Claro, claro ironizó su madre. Si hubieras encontrado un hombre de provecho, vivirías como una reina, no buscando pisos baratos. Podrías mirar en nuevas promociones. Pero así Te conformas con las sobras.

Lucía se levantó de golpe, conteniendo a duras penas el impulso de gritar.

Tengo que salir, madre dijo secamente, dirigiéndose a la puerta.

Doña Carmen siguió hablando, pero Lucía ya no la escuchaba. La acompañó hasta la salida, cerró la puerta y se apoyó contra ella con la espalda. Respiró hondo. Solo entonces se dio cuenta de lo tensa que estaba: los hombros le dolían, la mandíbula le ardía de tanto apretar los dientes. Últimamente, cada visita de su madre era una batalla. Se defendía, se justificaba, discutía y todo en vano.

Entró en la cocina, se sirvió agua del jarro y se sentó a la mesa. Bebió unos tragos, intentando calmarse. Entonces sonó el teléfono.

¡Lucía! la voz de Javier sonaba emocionada. ¡Lo he encontrado! ¡El piso perfecto! Tienes que venir ahora mismo a la dirección que te voy a decir. ¡Hay que cerrar el trato ya! ¡Es nuestra oportunidad!

El corazón de Lucía latió con fuerza. Anotó la dirección, se vistió apresuradamente, salió a la calle y tomó un taxi. No dejaba de moverse en el asiento, mirando por la ventana, deseando que el conductor fuera más rápido.

Javier la esperaba en la puerta del edificio. Su rostro brillaba de felicidad.

Vamos, mira la tomó de la mano y la guió al interior.

El piso estaba en el tercero. Un dos ambientes, pequeño pero acogedor. La reforma era reciente, con paredes de un beige cálido, suelos de parquet imitación madera y ventanas nuevas. Incluso dejaban algunos muebles: el sofá, los armarios, la cocina. Todo limpio y cuidado.

Mira Javier la llevó de habitación en habitación. Aquí el dormitorio, aquí el salón. La cocina tiene mucha luz. Y lo mejor: cerca hay tiendas, paradas de autobús, un colegio Todo lo necesario. El precio es justo. Los dueños se mudan a otra ciudad y quieren vender rápido. Hemos tenido suerte.

Lucía recorrió el piso en silencio. Tocó las paredes, abrió los armarios. Una oleada de calor le llenó el pecho. Era su hogar. Ya imaginaba cómo lo decorarían, dónde colocarían sus cosas, las mañanas tomando café juntos en la cocina.

¿Lo compramos? preguntó Javier con esperanza.
Lo compramos sonrió Lucía, y él la abrazó.

Cer

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