Si el bebé se parece a él lo dejaré ¡le daré la vida y lo dejaré! dijo Valeria con una voz sin color.
Querida, ya es tarde para arrepentirte. Ahora solo queda esperar el momento concluyó el médico. Si no, podrías quedarte sin hijos.
Valeria salió del consultorio y se dejó caer en el sofá del pasillo, tratando de recuperar el aliento. Las ganas de llorar la ahogaban. Alzó la mirada y vio, a través de la ventana, cómo el viento otoñal mecía sin piedad las ramas de los árboles, arrancando las últimas hojas.
Se sintió como una de esas ramas: frágil, abandonada. Ahora, ese niño que esperaba le parecía un error. Solo tres meses atrás lo había deseado con toda su alma. ¿Cómo había cambiado todo tan rápido?
Al salir de la clínica, se cruzó con una pareja radiante: el hombre abrazaba a su esposa, ambos sonreían. La imagen le quemó el pecho. Con paso lento, Valeria se dirigió a la parada del autobús.
Al llegar a casa, se encerró en su habitación y no salió en casi una hora. Su madre, Carmen, le rogó que comiera algo, pero ella no pronunció palabra. Carmen se quedó en la cocina, sumida en sus pensamientos. Un silencio espeso llenaba el piso.
Finalmente, Valeria apareció y se sentó frente a su madre. Permanecieron así, en silencio, durante un largo rato.
Si se parece a él lo dejaré repitió Valeria, vacía.
Carmen se estremeció al oírla.
¡Eso es lo único que faltaba! ¡Valeria María, piensa lo que dices! Cuando quería ser firme, la llamaba por su nombre completo. Una chica sana, trabajadora, abandonando a su hijo ¿Qué dirá la familia? ¿Los compañeros? ¿Cómo vivirás con eso? ¡El niño no tiene la culpa de que su padre sea un canalla!
¿Y a mí qué me importa lo que digan? ¿Quién me va a compadecer? gritó Valeria, como un animal acorralado. Sus grandes ojos marrones brillaban de angustia, los labios le temblaban, los hombros caídos.
Yo te compadezco y te ayudaré contestó Carmen. Y no permitiré que abandones a mi nieto
Tú apenas sobrevives con lo que ganas, ¿qué ayuda vas a darme?
Saldremos adelante insistió su madre. La gente sobrevivió tiempos peores, y ahora estamos en paz. Es 1989.
Valeria respiró hondo. El miedo ya la atenazaba, y el futuro era una incógnita. No sabía que los años noventa le mostrarían su peor cara. Pero hoy solo sabía una cosa: Adrián la había abandonado.
Se habían casado hacía seis meses, después de año y medio de noviazgo. Nada hacía presagiar el desastre.
Valeria recordaba con claridad el día en que Adrián volvió a casa convertido en un extraño. Intentó actuar con normalidad, pero era imposible no notar su distancia, su mirada ausente la mirada de un hombre que ya no la amaba.
Él sabía que ella estaba embarazada, y eso lo atormentaba. De otro modo, se habría ido de inmediato. Valeria pasó un mes preguntándole qué ocurría, hasta que, cuando finalmente se marchó, supo la razón.
Se desató en llanto cuando llegó la madre de Adrián, quien tampoco podía creer la traición de su hijo.
La historia se remontaba a la adolescencia. En su último año de instituto, Adrián había asistido a un campamento juvenil. Allí conoció a Lucía, y se enamoró perdidamente. Pasaron dos semanas inseparables, pero al regresar, perdieron el contacto.
Con los años, Adrián creyó superarlo. Conoció a Valeria, se casaron, y esperaban un hijo. Pero entonces, Lucía apareció de pronto. Había puesto un anuncio en el periódico local, y Adrián lo vio.
La invitó a la ciudad, le alquiló una habitación Quería verla solo una vez, para cerrar ese capítulo. Pero el encuentro lo devolvió al pasado. Decidió dejar a Valeria, embarazada, e irse con Lucía.
En el trabajo, todos apoyaron a Valeria. Una compañera nueva comentó con tristeza:
Un hijo es una bendición. Llevamos cinco años intentando tener uno
Sí, con tu marido replicó Valeria, amarga. Ya no sentía alegría por su bebé. Solo dolor y rabia.
En casa, Carmen hacía lo posible por animarla. Hasta que un día llegó su suegra, llorando. Quería que Adrián y Valeria estuvieran juntos. A Lucía, la nueva mujer de su hijo, la odiaba. ¿Cómo se atrevía a llevárselo a mil kilómetros?
El apoyo de las dos futuras abuelas le daba fuerzas, pero Valeria temía una cosa: ver a su hijo.
¿Y si tenía los ojos, la nariz, la boca de Adrián? ¿Cómo viviría mirando cada día al fruto de su traición?
El día del alta del hospital, no esperaba tanta gente: su madre, su suegra, una amiga cercana con su marido, su hermana mayor con su sobrina y casi todo su equipo de trabajo.
Todos querían cargar al bebé. Todos dese







