– Si el bebé se parece a su ex… ¡Lo rechazaré! Le daré la vida y lo rechazaré – dijo Lera con una voz sin color

Life Lessons

Si el niño se parece a él renunciaré le daré la vida y renunciaré dijo Lera con voz apagada.

Querida, ya es tarde para arrepentirse, ahora solo queda esperar el momento concluyó el médico. De lo contrario, podrías quedarte sin hijos.

Lera salió del consultorio y se sentó en el sofá para recuperar el aliento. Las ganas de llorar la ahogaban. Alzó la cabeza y vio por la ventana cómo el viento otoñal sacudía sin piedad las ramas desnudas.

Se sintió igual que aquellas ramas: indefensa, sin fuerzas. Y ahora, aquel niño que antes había deseado con tanta ilusión, le parecía fuera de lugar. ¡Cómo habían cambiado las cosas en solo tres meses!

Al salir de la clínica, adelantó a una pareja feliz: el hombre abrazaba a su esposa, ambos sonreían. La imagen le dolió aún más. Lera caminó lentamente hacia la parada del autobús.

Al llegar por fin a casa, se encerró en su habitación y no salió en casi una hora. Su madre, Carmen, le rogó que comiera algo, pero la joven no pronunció palabra. La mujer se dirigió a la cocina y se sentó allí, ensimismada. Un silencio pesado llenaba el piso.

Al rato, Lera salió y se sentó frente a su madre. Las dos permanecieron en silencio un buen rato.

Si se parece a él renunciaré repitió Lera con la misma voz descolorida.

Carmen se estremeció. Las palabras de su hija la sacaron de su ensueño:

¡Eso es lo que faltaba! Valeria, ¿has perdido el juicio? Cuando Carmen quería hablar en serio, usaba el nombre completo de su hija. Una muchacha sana y trabajadora como tú, ¿renunciar a su hijo? ¿Qué dirá la familia? ¿Qué pensarán tus compañeros? ¿Cómo vivirás con eso? La criatura no tiene la culpa de que su padre sea un canalla.

¿Y a mí qué me importa lo que digan? gritó Lera. En ese momento, parecía un animal acorralado: sus grandes ojos marrones brillaban de angustia, sus labios temblaban, los hombos caídos.

Yo te ayudaré respondió Carmen. Y no permitiré que abandones a mi nieto.

¿Con qué? ¡Si apenas tienes para vivir, con los salarios atrasados!

Sobreviviremos insistió la madre. La gente ha pasado por tiempos peores. Esto es el año ochenta y nueve, no una guerra.

Lera suspiró hondo. Ya sentía miedo, y el futuro era una incertidumbre. No sabía que los noventa le mostrarían su lado más cruel. Pero hoy solo sabía una cosa: Adrián la había abandonado.

Se habían casado hacía seis meses, después de un año y medio de noviazgo. Nada presagiaba el desastre para aquella joven y hermosa pareja.

Lera recordaba aquel día, minuto a minuto, cuando Adrián llegó a casa convertido en otra persona. Intentó ser cariñoso, como siempre, pero era imposible no notar su distanciamiento, su mirada perdida la mirada de un hombre que ya no la amaba.

Él sabía que ella estaba embarazada, y eso lo atormentaba. De lo contrario, se habría ido de inmediato. Durante un mes, Lera le preguntó qué ocurría, y solo cuando Adrián se marchó para siempre, supo la verdad.

Lera se deshizo en lágrimas cuando llegó la madre de Adrián, quien también lloró, sin esperar tal traición de su hijo.

La historia se remontaba a sus años de instituto. Adrián, en su último curso, había asistido a un campamento juvenil.

Allí conoció a Vega, y se enamoró al instante. Durante dos semanas, no se separó de ella. Al despedirse, intercambiaron direcciones. Pero Adrián, al mudarse, perdió el papel con la dirección. Nunca recibió carta alguna.

Con el tiempo, intentó olvidarla. Pero luego comprendió que era el único amor de su vida. Tres años después, conoció a Lera. Creía que Vega era cosa del pasado, y al cabo de dos años se casaron. Esperaban un hijo.

Pero Vega apareció de pronto. Ella tampoco había guardado la dirección, pero sabía en qué ciudad vivía Adrián. Puso un anuncio en el periódico local, y él lo vio. La invitó a su ciudad y le alquiló una habitación en una pensión.

Al principio, solo quería ver a la mujer que no había podido olvidar. Pero el encuentro los unió de nuevo. La decisión le costó, pero la tomó: abandonar a Lera, embarazada, y marcharse con Vega.

En el trabajo, todos apoyaron a Lera. Una compañera nueva, recién llegada, comentó con tristeza:

Un hijo es una bendición. Llevamos cinco años intentándolo

Sí, con un marido replicó Lera con amargura. Ya no sentía alegría por su primogénito, solo el dolor del abandono.

En casa, Carmen hacía lo posible por aliviar su pena. Una tarde, llegó su suegra. Entró y rompió a llorar. Quería que su hijo y Lera estuvieran juntos. No soportaba a Vega, la nueva mujer de Adrián, sobre todo porque se lo había llevado a mil kilómetros. Claro, eso creía ella, porque en realidad fue decisión de Adrián.

El apoyo de las dos futuras abuelas aliviaba un poco a Lera, pero lo que más la aterraba era pensar en el momento de conocer a su hijo.

¿Y si tenía los ojos, la nariz, la boca de Adrián? ¿Tendría que mirar a su propio hijo y recordar la traición de su marido toda la vida? Eso era lo que la asustaba.

Cuando Lera salió del hospital, no esperaba tanta gente: su madre Carmen, su exsuegra Pilar, su mejor amiga con su marido, su hermana mayor con su sobrina y todo su pequeño equipo de trabajo.

Todos querían cargar al niño. Todos deseaban salud para madre e hijo. Ya en casa, al desenvolver al bebé, su exsuegra lo tomó en brazos, lo miró, sonrió entre lágrimas y murmuró:

Idéntico a Adrián.

Creía que Lera no la oyó, pero sí lo hizo. Se acercó, tomó a su hijo y dijo:

No es Adrián. Se llama Iván.

Su suegra y su madre respiraron aliviadas: todo iría bien.

Pasaron veinte años. En 2010, Iván cursaba el tercer año de universidad. En casa, tenía dos hermanitas menores a las que adoraba. Cuando eran pequeñas, ayudaba a su madre como una auténtica niñera.

Valeria se volvió a casar cinco años después del nacimiento de Iván. Su nuevo marido fue un padrastro cariñoso, casi un padre, y juntos tuvieron dos hijas.

A sus hijas las amaba, pero en su hijo Iván no cabía todo el amor que sentía. Aquel momento en que, ciega de dolor, había prometido dejar al recién nacido si se parecía a su padre, ni siquiera se atrevía a recordarlo. Le daba pavor pensar en ello.

Adrián y Vega, aquel amor loco por el que lo había dejado todo, se separaron a los cinco años. Vega se fue al extranjero con su hija. Adrián se casó de nuevo, parece que vive bien, y de vez en cuando ve a su hijo Iván.

Valeria no se interpone, pero siente absoluta indiferencia por su exmarido. Solo es el padre biológico de su amado Iván

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