Ricardo Salazar permaneció largo tiempo inmóvil.

Life Lessons

Ricardo Salazar permanece inmóvil durante mucho tiempo.

El mundo en el que estaba convencido de que podía comprarlo todo personas, destinos, futuro se desmorona en unas cuantas frases que pronuncia una niña con los zapatos raídos.

¿Quién te lo mostró? murmura al final.

Nadie, señor Salazar responde Luz, en voz baja. Simplemente lo entiendo. A veces los idiomas me hablan solos.

Elena Martínez, su madre, está a su lado con las manos apretadas, intentando no temblar. Observa cómo, en el rostro del hombre al que todos en el edificio temen siquiera mirar, se asoma una inseguridad que nunca había visto en él.

Mientes dice él, brusco, casi rudo. Es un truco, una artimaña para impresionarme.

Se levanta, se dirige a su escritorio y pulsa un botón. En la pantalla aparece la imagen de un manuscrito antiguo.

Mira. Los profesores de la Universidad Complutense de Madrid no pudieron traducirlo. Si me dices una sola frase verdadera, te doy mil euros. Si no tu madre será despedida.

Señor Salazar, ¡no lo haga! grita Elena. ¡Es una niña!

¡Cállate! le corta.

Luz no se inmuta.

De acuerdo dice. Pero no le gustará la respuesta.

Se acerca a la pantalla y pasa el dedo por las líneas.

No es solo texto. Es una advertencia.

¡Ja! ¿Y qué advertencia? se ríe nervioso Ricardo.

Para ti.

¿¡Para mí!?, su voz se vuelve áspera, mezclada con duda.

Luz susurra:

Quien se eleve sobre todos caerá por su propia soberbia. Su nombre será borrado por el viento y su casa arderá en llamas.

Silencio.

De repente, un relámpago rasga el cielo. La habitación se sumerge en penumbras y el rostro de Ricardo se ilumina por un instante pálido, tenso, con los ojos muy abiertos.

Coincidencia pura coincidencia murmura.

Luz se vuelve hacia él.

Se burla de la gente que limpia su piso, pero ¿sabe quién escribió el código que sostiene su negocio?

¿Qué a qué te refieres? su voz tiembla.

Mi padre.

Elena se queda inmóvil.

Luz no, no lo hagas

Sí, mamá, es hora de que lo escuche. Luz no quita la mirada de Ricardo. Él era programador en el departamento de ciberseguridad. Trabajaba en su sistema de noche, mientras ustedes celebraban en la costa. Cuando enfermó, ustedes firmaron la orden de despido.

¿Cómo cómo se llamaba? pregunta él, ya más pálido.

Andrés Iván.

Los ojos de Salazar se agrandan.

¿Ese era el que escribió el código de protección? ¿El mismo que trajo los millones del banco alemán?

Sí responde Luz. Él. Y usted lo despojó de todo.

Silencio.

Solo se oye el sonido de la lluvia golpeando los cristales.

No buscamos venganza susurra Elena. Solo justicia. Y paz.

No lo sabía balbucea Ricardo, pero sus palabras suenan vacías.

Lo sabían replica Luz. Simplemente no les importaba.

El hombre se reclina en su sillón. Todo lo que había construido le parece ahora vacío.

¿Qué quiere de mí? ¿Dinero? ¿Educación? ¿Una casa? Le daré todo.

Luz lo mira con serenidad.

No queremos nada. Pero recuerde Dios a veces habla con la voz de quienes no vemos.

Toma la mano de su madre.

Vamos, mamá.

Elena se vuelve hacia él.

Terminaré la limpieza hoy. Luego busque otra mujer.

Las dos salen. La puerta se cierra despacio.

Ricardo se queda solo.

Permanece allí, inmóvil. Después abre el cajón y saca una carpeta vieja A. Iván.

Dentro hay una solicitud de prórroga de contrato por motivos de salud. En el fondo, su firma: Rechazado.

Salazar coloca la carpeta sobre el escritorio, luego quita lentamente el reloj de su muñeca y lo deja allí.

Afuera la lluvia inunda los cristales como una vergüenza líquida.

Al día siguiente los noticieros estallan:

«El empresario Ricardo Salazar ha donado todo su patrimonio y sus participaciones a una fundación que financia la educación de niños de familias desfavorecidas».

Un mes después la Torre Cristal se vende a la Universidad Complutense para convertirse en un centro de enseñanza gratuita.

Y en una pequeña escuela de los suburbios de Madrid, una niña llamada Luz crea un círculo de idiomas para niños sin recursos.

Cuando le preguntan por qué lo hace, ella sonríe:

Porque el conocimiento es poder. Pero el verdadero poder es perdonar.

Epílogo

Elena y Luz abandonan Madrid. Nadie vuelve a saber de ellas.

Y Ricardo Salazar desaparece de la vida pública.

Meses después, en la última planta de la Torre Cristal, aparece un cartel que reza:

«La verdadera riqueza es aprender de quienes hablan con el corazón».

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