Querido diario,
Esta tarde, durante la boda de mi futuro cuñado, anuncié su traición delante de todos los invitados y me marché.
¡Eres digna de mi hijo! exclamó Doña Ana, mi suegra, con una sonrisa satisfecha. Te dije a Máximo que te casaras con una madrileña; ellas saben cuánto valen y saben mostrarse, a diferencia de nuestras provincianas, perdón al cielo. Mirá a la hija de la vecina, Lucía, que va a sus citas en chándal deportivo, ¿te lo puedes imaginar? Y vos parecés sacada de un cuadro.
Yo sonreí. El vestido era, en efecto, una pieza de seda natural color crema, comprada ad hoc para esa visita.
Doña Ana no dejaba de elogiar mi gusto, mis modales, incluso la forma en que sostenía la taza de té. En sus ojos leí una adoración sin filtros: al fin, su hijo había encontrado a la chica perfecta.
Máximo está loco por ti susurró conspiradora, inclinándose. Ayer me llamaba preguntando qué anillo comprar para el compromiso. Yo le dije: no escatimes, hijo, una chica así solo se encuentra una vez en la vida.
Sentí una presión en el pecho, pero seguí sonriendo. Todo marchaba según lo planeado
Hace un mes llegué a este pueblecito, en la provincia de Castilla, con una única meta. Conseguí empleo en una agencia de publicidad local; mi experiencia en la capital me había abierto las puertas. Alquilé un piso en el centro y lo amueblé con buen gusto, pues los años en Madrid me enseñaron a apreciar el interiorismo. Y entonces empezó la caza.
Encontrar a Máximo fue pan comido. En una fiesta de empresa de conocidos mutuos, yo llevaba un vestido negro con la espalda descubierta El exitoso empresario no pudo evitar fijarse en mí.
¿No eres de aquí? me preguntó, ofreciéndome una copa de cava.
De Madrid respondí, entrecerrando los ojos y evaluándolo. He decidido cambiar de aires. En la capital el ruido es insoportable
Sus ojos brillaron; una madrileña era, para él, todo un trofeo.
Desde el primer momento interpreté el papel a la perfección: caprichosa, pero sin exceder; independiente, pero permitiendo que él se ocupara de mí; lista, pero sin eclipsar su brillo provincial. Sabía qué restaurantes elegir, a qué halagos responder, qué regalos rechazar la primera vez para aceptarlos la segunda.
Dos semanas después, estaba totalmente cautivado. Tres semanas, estaba perdidamente enamorado. Un mes después, me pidió matrimonio.
Luz, entiendo que estás acostumbrada a otro nivel de vida me dijo, pero haré todo lo posible para que no te falte nada. Casa, coche, viajes lo que desees.
Miré a Máximo y pensé en Carmen.
Mi hermana menor había llegado hace tres años a este pueblo para hacer prácticas y se había enamorado de un rey local, el atractivo Máximo. Él la llevaba a restaurantes, le regalaba flores y luego desapareció. Dejó de contestar llamadas y, al encontrarse, fingía no conocerla.
Cuando Carmen descubrió que estaba embarazada y se lo contó, él la bloqueó en todas partes. Carmen dio a luz a un niño llamado Arturo. Se mantuvo en pie medio año, pero la depresión postparto, la desesperación y la falta de apoyo la vencieron. Los médicos hablaban de palabras sabias, pero la traición la llevó al límite.
Sí, Máximo dije, extendiendo la mano para recibir el anillo, acepto.
Doña Ana me adoraba cada día más. Yo era, para ella, el sueño de la nuera perfecta: educada, con buenos modales, de familia respetable. Ya había pensado la leyenda con antelación.
¡La boda será espléndida! anunciaba. Invitaremos a doscientos personas, ¡no menos! ¡Que todo el pueblo vea a la novia que ha encontrado mi hijo!
Asentí, discutí el menú, el vestido, la decoración del salón. Máximo brillaba, su madre rebosaba de felicidad y yo contaba los días para el gran día.
Una semana antes, exigí el anillo de compromiso con diamante.
Luz, pero ya hemos gastado mucho comenzó Máximo.
¿Mucho? levante una ceja. Si para ti es mucho, quizá debamos replantear nuestros planes. No me gusta escatimar en lo importante. En Madrid los hombres regalan joyas verdaderas, no bisutería barata.
Compró un anillo de plata blanca, con un diamante de claridad perfecta, tal como yo quería.
Llegó el día de la boda. Sábado soleado, doscientos invitados, entre ellos el alcalde, los socios de negocio de Máximo, la prensa local Me miré en el espejo: vestido blanco, velo, ramo de rosas blancas.
La música del conjunto de la banda de la capital llenaba el salón; se escuchaba el tintineo de copas y las risas de los presentes. Todos esperaban la aparición de la feliz novia.
Máximo, impecable en smoking negro, llevaba una boutonnière de rosa blanca. Detrás de él, estaba Doña Ana. A los lados, las damas de honor en iguales vestidos rosados; un fotógrafo, un camarógrafo y varios periodistas.
¡Luz, eres preciosa! exclamó Doña Ana. ¡Todo el pueblo verá a nuestra princesa madrileña! ¿Lo veis? ¡Menuda belleza!
Máximo se acercó para tomar mi mano, pero retrocedí.
¿Luz? notó su expresión. ¿Qué ocurre? Te has palidecido
Desenrollé el velo y lo arrojé al suelo. La tela blanca cayó a sus pies como una nube desvanecida. Me quité los zapatos de tacón y los coloqué contra la pared.
¿Qué haces, Luz? se quedó boquiabierta Doña Ana. ¡Los invitados están esperando! ¡El alcalde ha venido! ¡Todo el pueblo está aquí!
¿Todo listo? Entonces perfecto desabroché un botón superior del vestido para respirar mejor. Lo que sigue será una presentación gratuita y muy instructiva.
Cielo, me estás asustando intentó sonreír Máximo. ¿Qué te pasa?
¿Cielo? rié. ¿Te acuerdas de a quién llamabas cariño hace tres años? A la estudiante de veinte años de Madrid, Carmen Fernández. ¿La recuerdas?
El silencio se apoderó del salón. Los periodistas, percibiendo la bomba, sacaron sus grabadoras.
No lo recuerdas, ¿verdad? dije con una sonrisa sarcástica. Era una pelirroja, pecas, ingenua. Os conocisteis en la capital y me la invitaste a tu empresa para que practicara. Ella se enamoró perdidamente, tú la colmaste de flores, restaurantes, promesas y al final la abandonaste. Cuando te dijo que estaba embarazada, la bloqueaste en todas partes.
El rostro de Máximo se volvió pálido y sus orejas se sonrojaron.
¿De dónde? comenzó entrecortado.
De la sombra, miré a los presentes. Es mi hermana menor, Máximo. Tuviste un hijo con ella, Arturo, que ya cumple casi tres años. Ella luchó sola durante medio año, pero la depresión la venció y se quitó la vida
¡Dios mío! gritó Doña Ana aferrándose al umbral.
Sí, Doña Ana, invoquen al Señor le respondí. ¡Tu hijo ha condenado a mi hermana a la tumba!
¡Luz! Yo no lo sabía intentó controlar la situación Máximo. Si hubiera sabido del niño
¡Mientes! exclamé. ¡Ella te llamaba! ¡Te escribía! Y tú te comportaste como
Las damas de honor se abrazaron entre sí. El fotógrafo seguía disparando. Mañana, este pueblo tendrá noticias que arderán en los titulares.
Así que, queridos invitados de una boda que nunca será continué, casi con alegría. Todo este romance, el compromiso, fueron un espectáculo. Un sacrificio por mi hermana, por mi Carmen, que ya no está.
Me acerqué a la salida, me detuve en la puerta y me volví hacia Máximo.
Ponte en el lugar de mi hermana. ¿Cómo se siente ser abandonado, humillado, engañado cuando apenas tenías un bebé? Tú solo salvaste tu reputación y tu bolsillo. Considera que has escapado con la frente en alto.
Al salir del salón, escuché el clamor de los doscientos invitados discutiendo la boda abortada. El eco de sus voces se mezcló con la lluvia ligera que comenzaba a caer sobre el pueblo.
Aún con el corazón destrozado, sé que hoy he hecho lo que debía.
Hasta mañana, diario.







