Regresé a casa y no había rastro de mi marido ni de sus cosas.
¿Por qué me miras así? sonrió Zoraida, sacando una sonrisa de medio sueño. Esteban solo quiso demostrarme que es un hombre envidiable. Eso es todo.
¿Qué dices? preguntó la niña, con los ojos enormes.
Solo la pura verdad, cariño contestó la exesposa de Esteban.
No entiendo nada se perdió en la bruma Alazne.
Ah, entonces Esteban asintió Zoraida, mirando hacia un horizonte que nunca llega te lo explicará todo.
La madre, Ana Eugenia, había criado a Alazne como a una flor delicada.
Ana Eugenia, dueña de una pequeña serrería en los bosques de la sierra de Guadarrama, regía con mano de hierro, pero cuando hablaba con su única hija su voz se volvía tenue y arrulladora, y sus ojos destellaban ternura.
Así creció Alazne, frágil, confiada, sin conocer el dolor. Asistía a la escuela municipal y al conservatorio, donde aprendía piano con alegría. No llegó a ser una gran virtuosa, pero se convirtió en una excelente profesora.
Solo faltaba el matrimonio y, como surgió de la nada, apareció Víctor, un apuesto conductor que ganaba apenas lo necesario con su sueldo de camión. Le dedicaba palabras dulces, la miraba a los ojos con una suavidad que parecía flotar.
Su madre, sin embargo, lo despreció:
¡Vago y payaso! dictó Ana Eugenia.
Mamá, lo amo los ojos azules de Alazne se empañaron de lágrimas.
Está bien, está bien replicó la madre, mientras se retiraba a la cocina. Pero viviréis conmigo.
En su amplio piso de tres habitaciones había sitio para todos, y el nuevo marido no tenía objeciones a convivir con la suegra, que pasaba la mayor parte del día entre la serrería y el taller.
Al principio Víctor era atento y cariñoso, pero pronto, después de la boda, mostró su verdadero rostro: bebía, vagaba sin rumbo y alzaba la voz contra su joven esposa. Ante la presencia de la suegra intentaba mantener la compostura, aunque apenas.
Alazne se negaba a reconocer los defectos de su esposo. Nueve meses después dio a luz a su hijo, Lóren, y se regocijó al ver una familia real. El niño crecía enfermizo, demandaba constante atención, y Víctor se enfurecía cada día más.
Alazne aguantó, esperando una mejora, hasta que, inesperadamente, su madre falleció, habiendo disfrutado apenas un año de su nieto. El funeral lo dirigió el viejo amigo de Ana Eugenia, Julián Serrano.
Víctor desapareció durante esos días; cuando volvió, encontró bolsas con sus pertenencias esperándolo en el vestíbulo. Amenazó con demandas y la división del patrimonio, pero Alazne no respondió.
Gracias a Julián, quien era abogado de renombre, el antiguo esposo fue expulsado de la puerta y no se llegó a dividir nada.
Alazne no pudo dirigir la serrería; la gestionaron empleados contratados por Julián, y la familia reducida no necesitaba nada más.
Superar la pérdida de su madre y el divorcio fue duro; no tenía amigas ni parientes. Solo su hijo, que necesitaba su cuidado, se convirtió en su único foco. No pensó en ningún hombre, salvo Julián, que ya no contaba.
Un día, al salir de la clínica pediátrica con su hijo de cinco años bajo un paraguas gigante, intentaron refugiarse de la lluvia, pero la espera dentro del edificio parecía infinita. No conducía, y el taxi no llegaba por la gran demanda. Decidieron arriesgarse.
¡Subid rápido! apenas habían avanzado veinte metros cuando un coche se detuvo bruscamente y el conductor, inclinado sobre el asiento, abrió la puerta trasera. ¡Vamos, que aquí está prohibido estacionar!
Alazne, sin pensar en el peligro, subió; reconoció al conductor, el mismo que había visto en los pasillos de la clínica con su hijo, de edad similar a Lóren.
¡Gracias! exclamó al conductor, que resultó llamarse Esteban, tras el viaje.
De nada respondió con una sonrisa traviesa. ¿Me das tu número?
Alazne se tensó.
Lo siento, pero no salgo con hombres casados dijo, y sin escucharlo más, se marchó con su hijo al edificio.
No creyó que volverían a encontrarse tan pronto, pero al día siguiente Esteban los acechó en la entrada del patio.
No estoy casado entregó una hoja de divorcio recién firmada. Lo acabo de conseguir el mes pasado.
¿Cansada de la soledad? ¿Demasiado alegre y atento? ¿Por qué agradó tanto a Lóren?
Alazne no comprendió por qué aceptó que el nuevo conocido paseara con ellos y luego cenara. Desde aquel día se vieron casi a diario y ella se enamoró más y más.
Al cabo de un mes, Esteban le propuso matrimonio.
Todo encajaba. Él también la amaba, y Lóren lo adoraba, llamándolo papá antes incluso de la boda.
Tras registrar el matrimonio, Esteban pidió adoptar a Lóren.
Siempre quise dos hijos declaró, mientras su semblante se oscurecía un instante.
Alazne le acarició el hombro con comprensión; sabía que la exesposa de Esteban, ahora con un compañero adinerado, le había impedido ver a su hijo, y él sufría por ello.
En tres meses de conocerse ya eran una familia de verdad.
Alazne ocultó a su marido su verdadera situación financiera. La serrería, aunque pequeña, generaba ingresos modestos que dividía entre tres socios, pero guardaba el dinero para la educación de su hijo y una futura vivienda. Todo era un secreto que Julián le había enseñado antes de retirarse a la costa.
Si Esteban sospechaba algo, nunca lo admitía.
Esa idílica fase duró menos de un año. Con el tiempo, su esposo se volvió menos cariñoso, regresaba del trabajo con el ceño fruncido y la irritación.
No le hagas caso, es el jefe le decía al principio.
¿Puedes pedir traslado? preguntaba Alazne, preocupada. Eres buen electricista.
Lo veré.
Después dejó de explicarse, se encerró en un silencio amenazante, o peor, gritaba. No tocaba a Lóren, pero era evidente que el niño le irritaba.
Alazne ya no sabía qué pensar, y todo se aclaró solo.
Una tarde paseaban en el parque, sólo ella y su hijo, mientras Esteban tardaba en la obra y prometía unirse más tarde para comer helado.
Fue un error adoptar, resonó una voz femenina, un tanto burlona, sobre su oído. El niño sufrirá.
Alazne se giró y vio a una mujer de piel morena, con un abrigo naranja brillante, que se sentó a su lado.
¿Nos conocemos? preguntó Alazne, sorprendida.
No. Pero se puede arreglar respondió la extraña con una sonrisa sarcástica. Soy Zoraida, la exesposa de Esteban. Temporalmente exesposa
Alazne la observó fijamente, mientras Lóren jugaba a lo lejos.
¿Qué te pasa? se rió Zoraida. Esteban solo quiso demostrarme que es un hombre envidiable. Eso es todo.
¿Qué dices? replicó Alazne, desconcertada.
La pura verdad, niña dijo Zoraida, extendiendo la mano.
Zoraida, unos cinco años mayor que Alazne, la miraba desde arriba con desdén.
No entiendo Alazne se quedó paralizada.
Ah, Esteban señaló Zoraida, mirando hacia el horizonte te lo explicará todo.
En ese instante, Esteban apareció, mirando nervioso a ambas mujeres.
Esteban, aclara a la niña qué ocurre dijo Zoraida, levantándose del banco, dándole una palmada despreocupada en la cabeza. Te esperamos.
¿Qué miras? preguntó Esteban, todavía aturdido por los sucesos recientes. No sé qué te haya contado Zoraida, pero sí, me casé contigo por venganza.
Se quedó callado, como reuniendo fuerzas.
¡Me tiene harta! exclamó, recordando una frase que él solía decir: ¿A quién le sirvo? Solo ella me tolera y el hijo es mío.
¿Por qué adoptar a Lóren? logró extraer Alazne entre lágrimas.
Para que todo quedara claro. Nueva esposa, nuevo hijo, y todo me va como anillo al dedo respondió Esteban. Te vi en la clínica y supe que encajarías
¿Como esposa de? sonrió Alazne, torcida.
Esteban se quedó en silencio.
¿Y ahora qué? preguntó Alazne, sin entender la pregunta.
No lo sé gruñó él. Parece que me he acostumbrado a vosotros.
Alazne, sin saber cómo seguir, marcó el número de Julián Serrano. Necesitaba otra vez la ayuda del abogado.







