**Lo mejor con buena intención**
¡Sí, ya sé que no estáis obligados! ¡Pero es vuestra sangre! ¿De verdad vais a dejar al niño sin ropa de abrigo en pleno invierno? Santi, ¿es esto lo que te enseñé de pequeño? insistía la suegra con voz aguda.
El móvil estaba sobre la mesa. Tras un par de broncas familiares, Santi había aprendido la lección: cuando su madre llamaba, mejor poner el altavoz y hablar con ella junto a Cristina. Si no, los destrozaría por separado.
Señora Carmen, no es que nos neguemos a ayudar replicó Cristina. Pero si tanto le cuesta cuidar de Javi, dénoslo a nosotros. Lucía no tiene problema, ya hablamos con ella.
La suegra guardó silencio unos segundos. Sin duda, sopesaba qué le convenía más: librarse de responsabilidades no pedidas o mantener el control sobre su hija. Ganó la segunda opción.
¡No tenéis ni idea de lo que pedís! respondió Carmen con desdén. ¡Nunca habéis tenido ni un niño ni un gato! ¿Quién va a cuidarlo si los dos trabajáis todo el día? ¿O pensáis que los niños crecen solos, como las malas hierbas? ¡Necesitan atención, cariño y mimo constante!
Lo entiendo dijo Cristina con calma. Pero si no hay más remedio, nos las apañaríamos. Yo dejaría el trabajo. Como si fuese la baja de maternidad de Lucía.
Ajá, ¿y de qué vais a vivir, ricachones?
Usted misma dice que mi sueldo es una miseria. Pues nos arreglaríamos sin esas migajas.
La suegra calló. Santi suspiró, cansado: Cristina era nueva en la familia, pero a él ya le asfixiaba tanta presión.
Bueno, ya veo. Me ponéis ultimátums refunfuñó Carmen al fin. Sois jóvenes e ingenuos, no sabéis en qué os metéis. Yo solo quiero ayudar, cargar con todo por vuestro bien. Pero seguid así. Eso sí, recordad: mientras os empeñáis en vuestro orgullo, el niño se resfría por vuestra culpa.
Y colgó. Cristina se sentó junto a Santi, lo abrazó y recordó cómo empezó todo.
…Al principio, Carmen parecía una mujer amable, aunque algo mandona. Recibía a Cristina en su casa con una sonrisa, incluso antes de ser su nuera. Preparaba banquetes que doblaban la mesa y, cuando se iban, les llenaba bolsas de comida.
Carmen se coló en la vida de Cristina rápido. Llamaba cada día para preguntar si todo iba bien, si Santi la trataba bien, invitándola a visitas. Hasta ayudó a ingresar a la madre de Cristina en el hospital, moviendo hilos con conocidos médicos. Cristina le estuvo eternamente agradecida.
Pero también notó algo raro. Si no contestaba al teléfono o cortaba por prisas, la futura suegra se transformaba. Pasaba semanas sin llamar, hablaba con aires de superioridad y esperaba disculpas.
Ah, claro, tenéis tantas cosas importantes que ya no me necesitáis decía Carmen, ofendida.
Cristina lo tomaba a broma, pero notaba que ese “cariño” era pegajoso, como una deuda.
Carmen tenía otra hija, Lucía, que despertaba sentimientos contradictorios en Cristina. Lucía apenas sonreía, se sobresaltaba con ruidos fuertes y se encerraba en su habitación. Cristina lo atribuía a la edad: solo tenía dieciséis.
¿Qué le gusta a Lucía? preguntó Cristina antes de Navidad. No sé qué regalarle.
Nada espetó Carmen. Solo está con el móvil todo el día. Todo le parece mal, todo le cansa. No tiene ilusión por nada. Una vaga…
Ahí Cristina supo que algo fallaba en esa relación. Su madre jamás habría hablado así de ella.
Más tarde, vio más señales. Carmen sonreía a su nuera y, al instante, gritaba a Lucía por un plato mal lavado. “Las amistades equivocadas, la ropa inapropiada, esa música horrible…” Y eso era solo lo que Cristina presenciaba.
No sorprendió que, a los dieciocho, Lucía se casase apresuradamente. Más por huir que por amor.
¡Qué tonta! se quejaba Carmen. Se ha liado con un don nadie. Cree que la felicidad está lejos. ¡La dejará en un mes!
Con Lucía fuera, Carmen volcó toda su atención en Cristina y Santi. Si antes parecía excéntrica pero amable, ahora era insoportable. Consejos no pedidos, visitas sorpresa, el eterno “¿para cuándo los nietos?”… El pack completo.
Cristina, ¿por qué no dejas esa tienda? Te pagan una miseria sugirió Carmen un día. Yo puedo colocarte en algo mejor.
Cristina ya sabía: si aceptaba, estaría eternamente en deuda. Y Carmen exigiría sumisión a cambio.
No, gracias, me gusta mi trabajo respondió.
Carmen frunció el ceño, miró por la ventana y masculló:
Bueno, allá tú. Solo quiero que no viváis con lo justo. Pero si no quieres progresar…
Sobre Lucía, Carmen casi acertó. El matrimonio duró año y medio, no un mes. Y en ese tiempo, Lucía tuvo un hijo.
Aunque no eran cercanas, un día Lucía estalló. Primero pidió consejos sobre su matrimonio, luego rompió a llorar.
Casi no viene a casa confesó. Dice que está con amigos, pero miente. Hasta ha levantado la mano…
Lucía, esto es grave. Deberías irte.
¿Adónde? ¿A casa de mi madre? Prefiero aguantar esto.
Eso lo decía todo. Lucía prefería la inseguridad antes que volver con Carmen.
Al final, su marido pidió el divorcio. Dijo que no estaba listo para la paternidad (en realidad, tenía otra). Pero el niño se quedó. Lucía volvió con su madre y empezó el infierno: la tachaba de inútil, le reprochaba no estudiar, le vaticinaba pobreza. Aunque, al menos, cuidaba de Javi mientras Lucía trabajaba.
Hasta que Lucía no pudo más. Un día, empacó y se fue, dejando al niño.
Me encantaría llevarme a Javi, pero ¿adónde? le confesó a Cristina. Ahora vivo con una amiga. Necesito estabilizarme e ir al psicólogo… Mi madre me hacía sentir al borde del abismo. Sé que Javi no tiene culpa, pero cuando me desbordo y él llora… Necesito tiempo.
Mientras Lucía se recomponía, Carmen volvió a acosar a Santi y Cristina. Se quejaba de su hija “inútil” y exigía ayuda con el niño. Dinero escaseaba, y su salud flaqueaba.
Cristina veía claro que Javi no tendría futuro allí. Lucía aún sufría las secuelas de ese “amor”. Y Santi, aunque no lo admitía, cedía siempre a su madre.
Él mismo propuso llevarse al niño, pero no se atrevía a decírselo a Carmen. Cristina, en cambio, estaba segura de que podrían lograrlo juntos.
Lucía, ¿quieres que Javi pase por lo mismo que tú? Tráelo con nosotros insistió Cristina.
Fácil decirlo… No puedo arrancárselo. Y el escándalo que montaría…
Puedes denunciar. Hay opciones.
Pero… tienes razón. No quiero que sufra como yo.
Al final, Lucía fingió volver a casa. Carmen, con aire de reina ofendida, la aceptó. Dos semanas después, Lucía “salió a pasear” con Javi… y lo llevó a casa de Cristina y Santi.
El caos fue monumental. Carmen amenazó, alertó a medio mundo







