Presentimiento

Life Lessons

Óscar vive en un bloque de nueve plantas de hormigón en el centro de Madrid, donde las paredes son tan delgadas que el estornudo de un vecino resuena en las radiadores.

Ya hace tiempo que no se sobresalta cuando la gente cierra la puerta de golpe, que no reacciona a los forcejeos con los muebles ni al ruido del televisor de la anciana de abajo.

Sin embargo, lo que hace el vecino de arriba, un tal Alberto, le saca de quicio y le hace soltar improperios.

Cada sábado ese tipo desagradable se mete sin culpa alguna a usar taladradora o taladro de percusión.

A veces a las nueve de la mañana, otras a las once. Pero siempre en el día de descanso y siempre justo cuando Óscar necesita dormir hasta el amanecer.

Al principio, Óscar, que nunca ha sido conflictivo, lo toma con filosofía: Quizá sea una reforma que se alarga se puede entender piensa mientras se revuelve en la cama y se cubre la cabeza con la almohada.

Pero las semanas pasan y el sonido del taladro sigue despertándolo los sábados, una y otra vez.

A veces es una serie corta, a veces un zumbido largo. Parece que el vecino empieza a trabajar, lo abandona, y luego vuelve a lo que había dejado.

En ocasiones los ruidos insoportables llegan también entre semana, sobre las siete de la tarde, cuando Óscar vuelve del trabajo soñando con silencio. Cada vez le dan ganas de subirse a la puerta y decirle al vecino todo lo que piensa, pero el cansancio, la pereza o la simple aversión al conflicto lo detienen.

Un sábado, cuando la taladradora vuelve a rugir sobre su cabeza, Óscar ya no aguanta y se apresura al piso de arriba. Llama, golpea y no recibe respuesta. Solo el maldito taladro sigue rugiendo, vibrando directamente en su cráneo.

¡Algún día! exclama Óscar, sin acabar la frase. No sabe siquiera qué hará ese algún día.

Imagina desde apagar los enchufes del edificio hasta medidas más elaboradas: presentar una denuncia, llamar al guardia civil, tapar la ventilación con espuma.

A veces se ve al vecino reconociendo que ha molestado a todos y pidiendo perdón.

O mudándose.

O cualquier cosa, mientras deje de perforar.

Ese ruido se ha convertido para Óscar en símbolo de injusticia. Cada vez piensa: ¡Que alguien se indigne y pare este atropello! Pero todos siguen en su rincón sin intervenir.

Y entonces ocurre lo que Óscar no esperaba

***

Una mañana de sábado se despierta no por el ruido, sino por silencio.

Permanece acostado escuchando, esperando el zumbido del aparato maldito, pero el silencio es denso, tranquilo, casi palpable.

¡Ha acabado! pasa por su mente ¿o se ha ido ese monstruo?

El día transcurre con una extraña sensación de libertad. La aspiradora suena más bajo, la tetera parece susurrar y el televisor no vibra con el techo.

Óscar está en el sofá y se sorprende sonriendo, amplio como un niño.

***

El domingo también es silencio. Y el lunes. Y el martes. Y el miércoles.

El ruido parece haber sido taladrado de su vida

El silencio de arriba se mantiene casi una semana entera.

Óscar ya no lo atribuye a reformas, vacaciones o casualidades. Hay en esa pausa algo antinatural, inquietante, un contraste demasiado brusco tras meses de ruido constante.

***

Se queda frente a la puerta de Alberto, reuniendo valor, preguntándose para qué lo hará: ¿para comprobar que todo está bien? ¿O para confirmar que no se ha imaginado nada?

Presiona el timbre.

La puerta se abre casi de inmediato y Óscar comprende que algo ha ocurrido.

En el umbral está una mujer embarazada, el rostro pálido, los párpados hinchados. La había visto de reojo en el edificio, pero ahora parece haber envejecido varios años.

¿Usted es la esposa de Alberto? le pregunta con cautela.

Ella asiente.

¿Qué ha pasado? Yo llevaba tiempo sin oír

Óscar se queda sin palabras; le cuesta siquiera decir que ha venido por el silencio.

La mujer retrocede un paso, dejándole pasar, y de pronto suena una voz tenue:

Leš ya no está.

Óscar tarda unos segundos en captar el sentido.

¿Cómo cuándo?

El sábado pasado, temprano por la mañana solloza ella, enjugándose una lágrima. Entiende esa reforma interminable lo agotaba. Siempre trabajaba los fines de semana; de lunes a lunes no tenía tiempo. Ese día se levantó antes que yo quería terminar la cuna. Tenía prisa, temía no acabar a tiempo

Señala hacia el interior del apartamento.

En la pared hay una cuna desmontada, más bien la mitad de ella, con el manual, paquetes de tornillos y piezas esparcidas por el suelo.

Simplemente se le cayó susurra. El corazón. Ni siquiera llegué a despertarme.

Óscar queda plantado, como arraigado al suelo.

Las palabras de la mujer se hunden lentamente en su conciencia.

***

El ruido

Ese mismo que tanto le irritaba y le despertaba los sábados. Lo ha maldecido junto con quien lo producían. Óscar baja la vista y sus ojos se posan en una caja con los componentes de la cuna: tornillos pequeños, una llave Allen, pegatinas con números de pieza. Todo ordenado solo la gente que realmente quiere terminar algo importante lo hace así.

¿Necesita ayuda con algo? empieza a decir en voz baja, pero la mujer niega con la cabeza:

Gracias. No nada

Óscar se retira casi de puntillas, como quien se aleja del dolor ajeno.

Desciende la escalera sujetándose a la barandilla. Cada paso lleva una culpa sorda, sin forma concreta, que lo quema por dentro.

***

En su casa eleva la mirada al techo. El silencio es denso, compacto, como una condena invisible

Quizá lo que odiaba de Alberto era solo el ruido que le impedía dormir, lo maldijo como a un ser humano, aunque para él no era más que molestia. Ahora ya no está.

Pero sí hay una mujer que llora su ausencia.

Pronto nacerá un bebé al que le falta padre.

Y está la cuna que él quería montar, pero no llegó a terminar

Tendré que pasar por su casa piensa Óscar. Ayudarla. Dudo que ella lo haga sola.

***

Al caer la noche, cuando sus pensamientos se calman, vuelve a mirar al techo. La muerte del silencio sigue allí.

Se sienta en la cocina medio iluminada y comprende que no podrá dormirse sin hacer nada. Subiendo de nuevo, llama. La puerta se abre y la mujer levanta una ceja sorprendida; no lo esperaba.

Algo avergonzado, Óscar habla en voz baja:

Mire sé que apenas nos conocemos, pero si me lo permite puedo montar la cuna. Él quería que estuviera lista. Y si quiere me gustaría ayudar.

Ella se queda mirando, como intentando descifrar aquel gesto.

Finalmente asiente despacio.

Adelante.

Óscar entra, pisando con cuidado las cajas de piezas.

Trabaja largo rato, en silencio.

La mujer se sienta en el sofá acariciando su vientre, a veces solloza suavemente sin perturbar. Cuando Óscar aprieta el último tornillo y levanta la cuna para ajustar el respaldo, el aire de la habitación cambia, como si se descargara una tensión.

La mujer se acerca y pasa la mano por la barra de madera lisa.

Gracias murmura. No tiene idea de lo importante que es esto.

Óscar no sabe qué decir. Simplemente asiente.

Al salir, siente, por primera vez en mucho tiempo, que ha hecho algo realmente correcto y se convence de que volverá allí.

Rate article
Add a comment

two − 1 =