– ¿Por qué no abres la puerta? – ¡No quiero! Y no lo haré. Los invitados deben avisar antes de venir, y además, no hurgar en cajones, neveras o armarios. – ¿Qué dices que no lo harás? ¡Pero si es mi madre! ¡Ha venido a verme! – Pues entonces, ¡recíbela tú! Pero no en mi casa.

Life Lessons

¿Por qué no abres la puerta? ¡Porque no quiero! Y no lo haré. Los invitados deben avisar antes de venir y, además, no andar rebuscando en cajones, neveras y armarios. ¿Cómo que no lo harás? ¡Es mi madre! ¡Ha venido a verme a mí! Pues entonces, ¡sal y recíbela! Pero no en mi casa.

Por cierto, Viki siempre supo llevarse mejor con mi madre.

¿Sabes qué? Si empiezo a enumerar ahora en qué mi ex era mejor que tú, nos dará vergüenza a los dos.

Aunque no estoy segura de mí misma interrumpió Ana nerviosa, frotando la mesa de la cocina. Si los dos estaban tan bien con Viki, ¿por qué rompiste con ella?

Víctor, ofendido, apartó la mirada y miró por la ventana con gesto sombrío.

Bueno tú ya conoces esa historia

La conozco. Así que no me hables de tu Vikita cortó Ana. O acabarás teniendo otra ex.

Ana estaba realmente dispuesta a tomar medidas drásticas.

Había conocido a Víctor casi un año antes, en una reunión de amigos. Incluso conocía a aquella Viki, aunque no demasiado. Fue ella quien llevó a Víctor aquel día. Y luego, meses después, desapareció del mapa.

Una noche, borracho, Víctor le confesó que había roto con Viki al pillarla siendo infiel. Incluso derramó una lágrima.

En ese momento, a Ana le pareció entrañable: un hombre que no temía mostrar sus sentimientos, que valoraba el amor. Algo hizo *clic* en ella, sintió el impulso de consolarlo.

Ahora entendía que ese “algo” había sido, probablemente, su instinto maternal, y no un interés romántico. Pero entonces fue suficiente para que comenzaran una relación.

Al principio, todo fue bonito. Él la esperaba después del trabajo, la llevaba a casa, le enviaba mensajes cariñosos y se preocupaba por si iba abrigada. Ana se sentía cuidada.

La primera señal de alarma llegó cuando la propia Viki le escribió.

Hola. Oye, he oído que sales con Víctor. No es asunto mío, pero ten cuidado con él. Forma un dúo inseparable con su madre.

Ana lo anotó mentalmente, pero pensó que eran tonterías. El amor superaba obstáculos peores. Total, si su relación con una mujer había sido mala, no significaba que con otra fuera igual.

Hola. Creo que nosotros sabremos manejarlo. Pero gracias por el aviso respondió Ana.

No quería alargar la conversación. Le parecía desleal hacia Víctor.

Él, en cambio, no se preocupaba en absoluto por su comodidad.

Cuando su madre, Margarita, apareció por primera vez sin avisar, Ana lo tomó con calma.

Quizá no entendían lo incómodo que era. Al fin y al cabo, Margarita solo quería ver con quién vivía su hijo.

Ana empujó a Víctor a que la recibiera, se vistió a toda prisa, se recogió el pelo de cualquier manera y, con ojeras y medio dormida, salió a conocer a su posible suegra.

Pero Margarita ya estaba inspeccionando los cajones del salón.

Ajá, todo revuelto dijo con una sonrisa condescendiente. Luego vienen los calcetines desparejados. Ana, desayunamos y te enseñaré a doblar la ropa para que no se arrugue ni se pierda.

En vez de un “hola”. Ana estaba desconcertada. Que una desconocida rebuscara en su ropa interior, en su propia casa, le pareció una grosería.

Pero responder con rudeza al principio de la relación no le parecía correcto, así que aguantó.

Ay, cariño, ¡qué ojeras tienes! continuó Margarita con falsa compasión. Deberías ponerte mascarillas de pepino. Mejor aún, revisarte los riñones. Una amiga mía

Ana asentía, sonreía y fingía interés mientras soñaba con volver a la cama. Era domingo, había trasnochado a propósito para dormir hasta tarde.

Pero no hubo suerte.

La visita de Margarita duró hasta la noche. Ana recibió toneladas de críticas y consejos sobre cómo regar plantas, limpiar el baño y pulir cubiertos.

Hasta practicó un poco. Se sentía exprimida como un limón. Y Víctor, en todo ese tiempo, ni siquiera intentó ayudarla o insinuarle a su madre que querían descansar.

Oye, ¿tu madre siempre es así activa? preguntó Ana con cautela al acostarse.

No le molestaba una familia cercana, pero necesitaba cierto espacio.

Sí, ¿y qué? Solo quiere ser amiga se encogió de hombros Víctor. Antes vivíamos con ella, era divertido. Ahora se aburre sola.

Espero que no terminemos viviendo los tres susurró Ana.

¿Cuál es el problema? ¿No te gusta mi madre? se tensó Víctor. Con Viki se llevaban genial.

Ana calló. Viki era ocho años más joven y le encantaba adular. Claro que se llevaban bien.

Seguro conocía a todas las amigas de Margarita por su nombre y diagnósticos, planchaba las sábanas impecablemente y hacía empanadas como a Víctor le gustaban.

Pero Ana no firmó para ese “felices para siempre”. Tenía experiencia suficiente para saber que, cuanta menos gente se entrometiera en su relación, mejor. Pero Víctor opinaba distinto.

Mi madre es muy sociable. Se lleva bien con cualquiera.

“*Sí, pero no cualquiera quiere eso*”, pensó Ana, pero no lo dijo.

Empeoró. Margarita volvió al día siguiente, otra vez temprano. Esta vez inspeccionó la nevera.

¿Huevos de gallina? Yo solo le cocinaba de codorniz a Víctor, son mejores para los hombres declaró con aire de superioridad. Los estantes no están muy limpios Ana, deberías fregarlos.

“*No como directamente de ellos*”, pensó Ana.

Luego lo haré, Margarita prometió. Hoy queríamos descansar. Es domingo

Víctor, por cierto, sí descansaba. Dormía sin remordimientos mientras Ana entretenía a su madre.

¡Exacto! Los domingos son para cocinar y limpiar sentenció Margarita. Coge la esponja. El próximo domingo te enseño a hacer empanadillas de carne, como le gustan a Víctor. ¡Se chupará los dedos!

Ana se quedó quieta, cruzó los brazos. No iba a pasar otro fin de semana obedeciendo órdenes.

Margarita, ¿por qué no me das tu número? Para avisar antes de venir. Puede que tenga planes.

¿Avisar? ¿Ahora no puedo visitar a mi hijo? frunció el ceño, ofendida.

Claro que sí. Pero su hijo vive con una mujer. Sería bueno que respetáramos mutuamente nuestro espacio.

Con Viki no había estos problemas masculló Margarita.

Bueno, la madre de mi ex tampoco aparecía a las siete de la mañana replicó Ana. Y me traía pasteles de cereza. ¿Quiere la receta?

El rostro de Margarita se transformó. Las arrugas de su frente se marcaron más. Sus ojos brillaron de furia.

Ana, piénsalo bien. En esta familia, el buey viejo no deja paso al joven.

Margarita se marchó, pero el mal sabor persistió. Ana no sabía qué hacer. Víctor no la escuchaba, su madre entraba como Pedro por su casa. Y, sobre todo, el fantasma de Viki flotaba en su relación.

Los rollitos de Viki eran más ricos Su madre le enseñó soltaba Víctor en la cena.

Pues que te los haga ella.

Sospechaba que Margarita en

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