Por qué Inma empezó a tejer patucos, ni ella misma lo sabía.

Life Lessons

No sabía por qué Carmen empezó a tejer zapatitos de lana.

Su hija cumplió cuarenta años. Hacía dos que enviudó sin haber tenido hijos. El año pasado se volvió a casar, pero su nuevo marido era mucho más joven y decía que quería vivir para sí mismo, sin prisas.

El hijo de Carmen se mudó a Estados Unidos hace años y no pensaba volver. Sus sobrinos ya eran mayores, pero aún les quedaba para ser padres. En su casa no se oían risas de niños ni había esperanzas de nuevos bebés.

Un día, en la mercería, Carmen vio lana. Los tonos suaves de la lana merino la cautivaron. Pensó en hacerse un chaleco, compró agujas finas y un ganchillo. Pero, sin saber por qué, empezó a tejer zapatitos.

Al anochecer, el primer par estaba listo. Le sobraba mucha lana. Al día siguiente, hizo un gorrito, luego una chaquetita y unos pantalones con peto. Al terminar el conjunto, sacó una caja vieja de botones y escogió los más bonitos, con forma de pequeños soles.

Lavó la ropita en un barreño con jabón suave y la extendió con cuidado sobre una toalla de felpa. Al mirar aquel diminuto conjunto, Carmen suspiró:

Me moriré sin tener nietos en brazos

Pero de pronto pensó:

En algún lugar del mundo habrá un bebé que los necesite.

Encendió el ordenador para buscar orfanatos en su ciudad. Leyó varios artículos, se armó de valor y fue a comprar más lana, esta vez en tonos azules.

En unos días, terminó un conjunto para un niño. Luego, diez pares de zapatitos y diez gorritos, cada uno de un color. Lo metió todo en una caja y se fue al orfanato.

Sin certificados no podemos aceptar ropa le explicó la trabajadora. Sería mejor que trajeras pañales, siempre hacen falta.

Carmen se quedó llorando con los regalos tejidos en las manos.

Bueno, vamos a ver cómo lo arreglamos dijo al final la mujer. Venga, probémoselos a los bebés.

Carmen cogió a los pequeños, les acarició las mejillas y les calzó los zapatitos. A los más mayores les probó los gorritos.

Al llegar a casa, le contó a su marido:

Allí me dijeron que es mejor llevar pañales.

Vale respondió él. Mañana compramos. Ahora vamos a hacer unas patatas.

No nos darán un niño, somos mayores. Yo tengo 61 y tú 62 dijo Carmen, triste.

Puede que no, pero nadie nos va a cerrar la puerta respondió él con calma. Podemos acordar ir, ayudar. Seguiremos tejiendo zapatitos y calcetines, que seguro sirven.

Hay unos gemelos, niño y niña. Rubitos. Casi tienen dos años murmuró Carmen. Les haré unos conjuntos. Quizás ahora les queden grandes, pero los niños crecen rápido. Los zapatitos les van perfecto, los hice como zapatillas.

Vamos juntos propuso su marido. Yo me encargo, los visitaremos.

Y así fue. Durante cuatro meses, fueron voluntarios en el orfanato. Carmen tejía ropita nueva, y los gemelos ya la llamaban “mamá”. Pero un día, cuando llegaron, los niños no estaban.

¡Imagínate, los adoptaron! A los dos juntos contó la trabajadora. Les hicimos fotos con vuestros conjuntos, y esa misma tarde una pareja llamó. Llevaban meses con los trámites, y hoy se los llevaron. Hasta el último momento temimos que no quisieran a los dos.

A Carmen se le llenaron los ojos de lágrimas.

No llores, tonta le dijo su marido con cariño. Hay que alegrarse.

Esa noche, su hija llamó:

Mamá, ¿podéis venir? Necesito ayuda.

¿El grifo otra vez? preguntó Carmen. ¿O los vecinos os han inundado?

No, es que hay que montar una cuna respondió. ¿Venís? Mejor no llaméis, abrid con vuestras llaves.

Vale, vamos asintió Carmen.

Subieron a su Seat y se fueron. El piso de su hija relucía, y de la cocina salía un olor delicioso. Se quitaron los abrigos y se pusieron las zapatillas.

Lavaos las manos y entrad en la habitación gritó su hija desde la cocina. Ahora voy.

Se sentaron en el sofá y pusieron las noticias. De pronto, su marido le dio un codazo.

Carmen alzó la vista. En la puerta estaba su yerno, David, con los gemelos en brazos, vestidos con la ropa que ella había tejido. El niño sostenía un trozo de manzana, y la niña, con las mejillas embadurnadas, le miraba con picardía intentando morder la fruta. David sonreía.

No sé ni cómo decíroslo En fin, ahora tenéis nietos. No dijimos nada por si no salía. Ahora viene Juana, está haciendo papilla.

Juana entró corriendo, sonrojada y contenta.

Mamá, papá, os presento a Lucía y Adrián. Los vi en la página “Niños que esperan”. Son gemelos, como mi hermano y yo.

¡Y llevan zapatitos como los que nos hiciste a nosotros! ¿Te acuerdas de aquella foto, cuando teníamos dos años? Se los enseñé a David, y dijo: “Son nuestros”.

David bajó a los niños al suelo. Corrieron hacia Carmen, extendieron sus manitas y gritaron:

¡Mamá! ¡Mamá!

Carmen los abrazó, los besó y, entre lágrimas, les susurró:

No soy mamá, soy vuestra abuela, abu.

Y, como en trance, repetía:

Abu Abu Abu

Su marido no pudo evitar reírse:

¿Y ahora por qué lloras? A comprar lana. Te toca hacer calcetines, que los zapatitos ya les quedan pequeños

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