Almudena, basta ya le suplicó su marido. ¡No se puede vivir bajo el mismo techo contigo así! ¿Quién te impide salir a la calle? ¿Acaso te tengo encerrada? Vete a pasear, ¿qué te lo impide?
Almudena estaba sentada junto a la gran ventanilla del salón, mirando con melancolía el parque del Retiro cubierto de hojas otoñales. Desde fuera la vida parecía una escena perfecta: esposo cariñoso, la espera del primer bebé, una casa amplia comprada con hipoteca en la zona de Chamartín. Tenía veinticinco años y, a simple vista, parecía la joven mujer exitosa que todos admiraban; sin embargo, dentro de ella se había instalado una tristeza densa y pegajosa.
Esta apatía había florecido justo después de que se hundiera su única oportunidad de realización profesional. Hace tres años, tras mudarse a Madrid, Almudena consiguió un puesto en una clínica privada, pero solo duró dos meses. La promesa de un salario decente se convirtió en un fracaso total, y desde entonces sus brazos se habían caído. Las entrevistas concertadas por conocidos no dieron frutos, y el miedo a la gente se volvió su sombra constante.
Resultaba paradójico que, con un título en psicología, Almudena se encontrara siendo el caso más desesperado para ella misma. La formación que debía haberle abierto las puertas al mundo ahora solo le recordaba lo lejos que estaba de la competencia que antes poseía.
La soledad en la gran vivienda le aplastaba con mayor fuerza. Su marido, unos años mayor, trabajaba sin cesar. Cuando Almudena intentó alguna vez compartir su carga, él la desestimó con irritación.
Ya basta, Almudena. No me molestes, estás provocándome una respuesta negativa dijo con tono seco.
Ella trató de no recordarle su existencia, sobre todo porque él les aseguraba el sustento total. No había presión económica, pero de vez en cuando surgían reproches sutiles.
No valoras lo que hago podría haberle dicho, aunque ella apenas gastaba en sí misma.
Los problemas con la familia de su marido también eran muchos. La suegra, Doña Carmen, le había lanzado una mirada de desprecio desde el primer encuentro. Almudena, poco sociable, evitaba los chismes y los cotilleos, lo que, al parecer, sólo irritaba a la mujer mayor.
Piensa que somos unos estafadores le cruzó por la cabeza a Almudena al recordar los preparativos de la boda.
Doña Carmen insistía en un capitulaciones matrimoniales, exigiendo pruebas de la seriedad de sus intenciones. Los familiares trajeron dos mil euros una suma importante para ellos, provenientes de un pueblo del interior pero eso no cambió su actitud. Los constantes comentarios venenosos y la falsa cordialidad en las visitas la agotaban hasta el límite.
La relación con su propio padre había sido una catástrofe que se remontaba a la infancia. Tener que mendigar dinero incluso para comer dejó una herida profunda. Recientemente, él puso final a cualquier ayuda, declarando que ella ya no era su hija y que solo le interesaba el dinero.
¡Deja de mendigar! exclamó por teléfono. Pídele a tu marido. Ya estás casada, no tengo por qué mantenerte.
Almudena se avergonzó a pedirle nada a su esposo. Tras ese episodio, cortó toda comunicación, pero la humillación quedó latente.
El embarazo le dio un respiro corto: la suegra se calmó momentáneamente. Sin embargo, su marido empezaba a llegar a casa cada vez más tarde, casi siempre tras la noche.
Necesito salir más se repetía a sí misma, pero el miedo a la gente me paraliza.
Salir por la puerta era un acto heroico; él nunca la acompañaba, siempre tenía el tiempo justo.
La situación se agravó con la hermana menor del marido, a quien Almudena había ayudado a entrar en la universidad de Madrid. Tras recibir la ayuda, la joven empezó a tratarl
a con desdén, lanzándole insultos o ignorándola como si no existiera.
Me habla como a una perra se lamentó la madre de Almudena. ¿Qué le he hecho? Al contrario, siempre la he apoyado.
Una noche, cuando el marido volvió del trabajo, Almudena tomó valor y se sentó frente a él en el salón.
Necesitamos hablar de lo que ocurre entre nosotros comenzó con voz temblorosa.
Él dejó el móvil.
¿De qué? He tenido un día agotador. Si vas a ponerse a lamentarte otra vez, ni lo empieces. ¡Estoy cansado!
Diego, no puedo seguir viviendo así. Me siento totalmente inútil.
Él se enfadó:
Estás diciendo tonterías. Tienes todo: casa, yo, pronto nacerá el bebé. ¿Qué te falta?
Exteriormente sí, pero no me siento parte de nada. Me aterra salir de casa, temo a la gente, no puedo trabajar. No es pereza, son problemas reales.
Bueno, eres psicóloga, se rió, ¿qué, un zapatero sin zapatos? Te has encerrado en un rincón por miedo. Supérate y vive como gente normal.
No lo entiendes, no es miedo, es alienación. Tras el fracaso laboral perdí el norte. Y tu madre su actitud es insoportable.
No empieces con tu madre. Sé que a veces es dura, pero no es una jovencita, y se preocupa por mí.
Almudena sonrió tristemente:
¿Se preocupa de que la engañaremos? No cree en nuestro matrimonio. Siente que soy una estafadora.
Almudena, dramatizas. Solo necesitas ocupar tu tiempo. Sal a pasear al parque, ordena el apartamento. ¡Llego del trabajo y siempre hay desorden!
No tengo amigas aquí. ¡Y salir sola me aterra! Tú no me has ayudado en absoluto; me dices que te cause emociones negativas. ¿Crees que eso me da fuerzas? Necesito apoyo
¡Estoy harto de tus quejas! Trabajo para mantenerte, y tú solo te lamentas
No pido que me mantengas, Diego. Necesito tu apoyo. Tu atención, tu cariño, al menos un gesto. Me siento bajo la alfombra y tú lo empeoras.
¡Basta! explotó Diego. Te comportas como una ingrata.
Almudena sintió las lágrimas asomar, pero las contuvo.
No me siento tu esposa, soy una criada que arruina la imagen de felicidad. Tu hermana me insulta, tu madre trama intrigas, y tú dices que soy una causa de tus emociones negativas.
¿Tal vez tú misma los provocas con tu actitud?
El intercambio se quedó en silencio. Diego se levantó y se marchó al dormitorio sin decir nada más. Almudena quedó en el salón, comprendiendo que al intentar desahogarse solo había reforzado el muro entre ellos. Los abusos del padre, la hostilidad de la suegra, el fracaso profesional todo se había convertido en un nudo que le impedía respirar.
Al día siguiente tomó una decisión. No podía cambiar a la suegra ni al padre, pero sí su postura frente a todo ello. Podía rendirse, encerrarse en su caparazón y romper todo vínculo con el mundo. Pero Almudena no podía hacerlo; pronto sería madre y, por el bebé, debía poner orden.
Abrió su portátil y, por primera vez en mucho tiempo, activó una cuenta en una red social. Entre sus contactos estaban antiguos compañeros de la universidad que podrían ayudarle.
Hola, Cata. Necesito ayuda. Me he perdido del todo escribió a una excompañera que ejercía la consulta privada.
Cata respondió rápidamente, proponiendo una videollamada. Cuando empezaron a conversar, Almudena sintió por primera vez en meses que la escuchaban sin juzgar ni exigir gratitud.
Almudena, no puedes salvarte si sigues aislada. Tu embarazo es estrés, y tu marido no es psicólogo, no sabe cómo apoyarte.
¿Y cómo salgo de este miedo al mundo? No puedo trabajar, ni siquiera ir al supermercado; al dar un paso, el cuerpo tiembla
Empezaremos con poco. Cuéntame cada día lo que sientes, sin adornos. No te abandonaré.
Así, Almudena empezó a trabajar con Cata en línea, repasando tanto los traumas infantiles vinculados a su padre como su estado actual. El miedo no desapareció de un día para otro, pero ella luchó por reducirlo. La conversación con Diego sobre el futuro se dio, pero sin culpas.
Voy a trabajar a distancia. Esa será mi terapia y mi profesión. No pediré dinero, ganaré por mis servicios.
Diego, sorprendido, preguntó:
¿Y qué será ese trabajo?
Un centro de crisis busca operadores. Conversaré con mujeres que atraviesan situaciones difíciles. Al escucharlas, también me ayudaré a mí.
Diego encogió los hombros:
Pues sí, eres psicóloga. Prueba. No habrá nada peor.
Con la guía de su amiga, Almudena empezó a transformar su vida, paso a paso. El trabajo le daba satisfacción: realmente necesitaban a alguien como ella. Con el tiempo, la mujer volvió a vislumbrar la persona que era antes. Lo esencial era que su estado no repercuta en el bebé y, sobre todo, lograr salir de la depresión. La depresión ya no era una duda, era una realidad que estaba dispuesta a vencer.







