Lucía y su madre estaban sentadas en una vieja cama. Las dos iban bien abrigadas. Era invierno, y acababan de encender la estufa de leña en la casa.
No te preocupes, mamá. Todo saldrá bien. No nos faltará nada. Ahora mismo te doy la medicina.
Lucía intentaba calmar a su madre, aunque en realidad no era su madre, sino su suegra, y además casi ex suegra.
Así era su vida ahora: vivían las tres juntas, la madre, su hijo y su esposa Lucía.
Lucía se había casado tarde, a los treinta. Era la segunda mujer de Javier. No había roto ningún matrimonio; cuando empezaron a salir, él ya estaba divorciado.
A su suegra, María del Carmen, le cayó bien desde el principio. Y a Lucía también le gustó ella. Era cariñosa, comprensiva. La abrazaba, hablaba con ella, la entendía. Lucía había perdido a sus padres muy joven y se quedó completamente sola. En su suegra encontró a alguien de su sangre.
“Estáis confabuladas” decía Javier de ellas.
Cinco años de matrimonio pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Pero después, Javier se volvió grosero y violento. Gritaba a Lucía, a su madre. La razón era su amante. Llegaba tarde y casi siempre borracho.
Un día anunció que se divorciaba. Les dio dos días para irse. Lucía aún no había terminado de hacer las maletas cuando llegó la amante con su equipaje.
Quizá lo hizo a propósito, para ver a su predecesora y soltarle veneno. Pero no lo consiguió. Era una rubia patilarga con labios carnosos y unas pestañas postizas tan largas que apenas podía parpadear.
Lucía no pudo evitar reírse.
¿Me cambiaste por este espantapájaros con pestañas de vaca? Que te vaya bien con ella, porque yo no pienso echarte de menos.
Al menos ella sabe divertirse. Vosotras sois dos viejas. Dos gallinas.
Vale, insúltame a mí, pero ¿por qué insultas a tu madre?
Cariño, ¿y tu madre se queda con nosotras? pío aquel ser, parpadeando con dificultad. Que se la lleve. ¿Para qué queremos a su madre? Cariño
Sí, madre, a ti también te toca irte. Ya llevas demasiado tiempo aquí.
¿Adónde voy a ir? Te di todo el dinero de la venta del piso para construir esta casa la madre se llevó una mano al pecho.
No quiero dramas. Como mucho, quédate, pero no salgas de tu habitación. Ahora la dueña de la casa es Alba.
Cariño, que se vayan las dos.
¡Es mi madre!
¿Tu madre? ¿Quieres decir que tendré a esta vieja por suegra? ¡Ay, cariño!
Lucía estaba harta de sus insultos.
Mamá, ¿te vienes conmigo al pueblo?
Prefiero mil veces el pueblo que quedarme con un hijo así y esta
Espera. Voy a hacer tus maletas rápido.
No olvides la medicina, mi cofre y el bolso.
Lucía sacó otra maleta y empezó a meter todo a toda prisa. El cofre, el bolso, los medicamentos, los documentos, la ropa interior, la ropa.
Llevaos vuestras cosas. No queremos nada vuestro dijo Alba. ¿Verdad, cariño?
Javier no dijo nada. No podía hacer más. Sabía que su madre no se lo perdonaría. O quizá sí, porque al fin y al cabo era su madre.
En media hora, Lucía estaba junto al coche. María del Carmen ya estaba en el asiento trasero, enjugándose las lágrimas en silencio. Ni siquiera miró hacia su hijo, solo suspiró hondo.
Era duro aceptar que, después de darle todo, ya no le necesitaban.
¿Cómo vamos a vivir ahora, hija?
Todo irá bien. Tengo ahorros. Nos bastarán hasta que encuentre trabajo. Tú tienes tu pensión. Sobreviviremos. Habrá pan para hoy y hambre para mañana.
Llegaron al pueblo donde Lucía había pasado su infancia. Por suerte, aún era de día. La casa estaba fría. Lucía encendió rápidamente la chimenea. Trajo agua y puso la tetera al fuego.
Se te da todo tan bien. Parece que llevaras toda la vida aquí.
El abuelo me enseñó. Menos mal que compramos provisiones. No hace falta ir al mercado. No soporto los cotilleos de pueblo.
Poco a poco, la casa se fue calentando.
Mañana lo limpio todo.
Llamaron a la puerta.
¿Ha vuelto la vecina? Hacía tiempo que no te veíamos. Vi tu coche ahí fuera. ¿Qué haces aquí en pleno invierno? ¿Problemas?
Todo va bien, tío Antonio. Ya está todo arreglado. Te lo contaré otro día. Pasa, toma un café con nosotras.
Yo venía a invitarte. ¿No estás sola? acababa de ver a la mujer.
Esta es María del Carmen. Y este es Antonio Jiménez los presentó.
Avísame si necesitas algo.
De momento no hace falta. Gracias.
Pasó una semana. La casa ya estaba limpia y acogedora.
¿Sabes, Lucía? Yo también soy de pueblo. Me casé con un hombre de ciudad. Él murió cuando Javier tenía veintitrés años, y yo vendí el piso. Mi hijo me prometió que siempre viviría conmigo. Y mira cómo acabó todo.
No llores. Sé que es duro. A mí también me duele. Pero quizá tengas nietos.
¿Con esa? Dios nos libre. ¿Y el tío Antonio, con quién vive?
Solo. Su mujer se ahogó, intentando salvar a un niño del río. Hace mucho. Nunca se volvió a casar. No tuvo hijos. Vive ahí, solo. Era amigo de mi abuelo, aunque era más joven. Tiene tu edad.
Pasó aproximadamente un mes. Javier no dio señales de vida. Ni siquiera llamó a su madre. Pero un día, Lucía recibió una llamada de un número desconocido.
¿Lucía?
Sí.
Su marido ha fallecido.
Se equivoca.
No me equivoco. Javier Iba borracho y tuvo un accidente con el coche. Puede que le resulte doloroso, pero iba con su novia. Ella sobrevivió, salió despedida, sin un rasguño. Venga a identificarlo.
Dios mío, pobre María del Carmen. ¿Cómo se lo diría? ¿Qué hacer? ¡El tío Antonio! Él la ayudaría.
Lucía, ¿qué pasa? ¡Estás pálida!
Mamá, siéntate. Javier ya no está.
¡Ay! María del Carmen prorrumpió en llanto. ¡Esto es culpa mía! ¡Lo abandoné!
¡Mamá, él te echó!
Sí. Me echó. Pero soy su madre. ¡Ay! Le ha alcanzado el castigo.
Voy a identificarlo. El tío Antonio se quedará contigo.
Iré contigo.
Yo también voy dijo el tío Antonio. Iremos en mi coche. No se discute.
El funeral pasó. Lucía y María del Carmen decidieron ir a la casa de Javier. Ahora les correspondía a ellas por herencia. A la madre y a la esposa. Javier no había llegado a divorciarse, estaba demasiado ocupado con su nueva vida: amor, fiestas y juergas.
El tío Antonio las acompañó a todas partes.
Voy con vosotras, sois dos mujeres. Por si necesitáis ayuda.
La casa ¿Cómo había cambiado en solo un mes? La ropa sucia por todas partes, platos sucios hasta en el suelo. Olía a alcohol y a algo podrido.
¿Y esto lo hizo mi hijo? ¡Nun







