**La Pequeña Observadora: La Niña que Espiaba la Misteriosa Visita de su Padre**
La pequeña Lucía, escondida para no ser vista, observaba en silencio mientras su padre llevaba a una anciana a su diminuto cuarto. La mujer era bajita y llena de arrugas.
Sí, madre, aquí no hay tanto espacio como en tu casa, pero las comodidades son mejores: calefacción, agua corriente, un baño calentito. Y cuando vendamos tu casa y compremos un piso más grande, tendrás tu propio cuarto.
Ay, ¿por qué la cama es tan pequeña? preguntó la anciana con voz suave pero firme. Ni yo, con lo menuda que soy, cabría ahí
¡Ah! Es de Lucía, tu nieta. No te preocupes, ya te buscaremos una cama más grande.
¡Pero no va a sobrar espacio!
¿Acaso piensas jugar al escondite? el padre soltó una risa amable. Todo irá bien, ya verás cómo os arregláis.
¿Y Lucía?
¡Sí! la voz del padre se endureció de repente. La hija de Marta.
Y también tuya corrigió la anciana con calma, sin inmutarse por el tono seco de su hijo. Que Dios la tenga en su gloria, Marta.
Lucía se persignó instintivamente.
Su madre había sido hermosa y cariñosa, adoraba a su hija, a quien llamó Lucía por la heroína de una novela que amaba. La niña recordaba la sonrisa de su madre cuando su padre, Alfonso, llegaba a casa. Él también era amable y divertido, siempre regalándole juguetes y mimos.
Pero un día, todo se derrumbó. Su madre no despertó. Lucía no entendía por qué todos lloraban, por qué la abrazaban con pena, por qué su padre parecía siempre enfadado y distante. La terrible palabra “falleció”, que repetían los visitantes, la perseguía sin que supiera qué significaba.
Pronto, viajaron en coche durante horas. Alfonso iba en silencio, sin responder a sus preguntas. Finalmente, detuvo el vehículo y, con voz grave, dijo:
Mamá ya no está, Lucía. Vivirás conmigo y mi familia. Tienes dos hermanos.
La niña se sintió un poco más tranquila, pero al llegar al piso de su padre, una mujer despeinada les recibió gritando:
¡¿Para qué me traes esta carga?! ¡Encárgate tú! ¡No voy a criar a tu hija de fuera del matrimonio!
Lucía se pegó a la pared. Dos chicos, gemelos de doce años, aparecieron al oír los gritos. La miraron con desdén.
¿Tú quién eres? preguntó uno. ¿Qué espantapájaros es este?
El otro le arrebató la bolsa, la abrió y tiró todo al suelo.
¿Qué tenemos aquí? ¡Basura! ¿La recogiste de la calle? y empezó a pisotear sus cosas.
Lucía gritó. Sus padres corrieron hacia ellos.
¿Lo ves? chilló la mujer. ¡Ni ha entrado y ya arma lío! ¿Por qué lloras, mocosa?
Lucía miró a su padre con lágrimas en los ojos. Él evaluó la situación y, fríamente, ordenó:
¡A tu habitación! Y tú se giró hacia Lucía, ¡ven conmigo!
La niña obedeció. Oía a la mujer refunfuñar mientras se alejaban.
Lucía entraron en un cuartucho con una ventana minúscula, que antes debió ser un trastero. Tu madre ha fallecido. Vivirás conmigo y mi familia. Esa mujer es mi esposa, Inés. Y los chicos son mis hijos, Javier y Álvaro. Intenta llevarte bien con ellos.
Su padre la dejó, pero pronto regresó con una cama vieja y una mesita desvencijada.
¡Instálate!
La vida de Lucía cambió por completo. Por más que lo intentaba, la familia de su padre nunca la aceptó. Tía Inés se irritaba con solo verla, diciendo que ya tenía suficiente con sus hijos. Los gemelos no perdían ocasión de pellizcarla o empujarla. Pronto aprendió que era mejor quedarse en su rincón mientras hubiera alguien en casa. Pasaba los días en su habitación, jugando con una muñeca vieja, lo único que le quedaba de su vida anterior.
A veces, los chicos entraban a burlarse de ella. Hasta que su padre los pilló y los castigó. Después de eso, no se acercaban a su puerta, pero aprovechaban cualquier oportunidad para molestarla cuando salía al baño o a comer. No siempre compartía su comida, y a menudo comía sola. Olía las magdalenas del desayuno, pero a ella le daban gachas y una sopa aguada. Su padre, a escondidas, a veces le daba algún dulce.
Lucía deseaba ir al colegio, hacer amigos y estar con otros niños. Pero faltaba mucho para eso.
Ahora, una abuela era su nueva compañera de cuarto. La niña se encogió en su cama y vio cómo la anciana se instalaba. Observó cómo su padre y los gemelos traían un sofá viejo y un armario diminuto. Tras la mudanza, apenas quedaba espacio para moverse.
Vamos a conocernos dijo la señora, sentándose en el sofá. Soy Doña Carmen, madre de tu padre, así que soy tu abuela. Puedes llamarme así.
Lucía murmuró la niña.
No tenía ganas de hablar, no creía que nadie pudiera ser amable con ella.
Aun así, se hicieron amigas. Las unía el rechazo de la familia. Aunque nadie se atrevía a insultarlas delante de Doña Carmen, Lucía oía a tía Inés quejarse de que su padre le había traído “una vieja chiflada”. Los gemelos, por su parte, buscaban formas de hacerle la vida imposible: le rompían las gafas, le derramaban el té o esparcían chinchetas en sus zapatillas. Pero la abuela comía con todos en la cocina, algo que a Lucía le parecía increíble.
Alfonso, ¿por qué no sientas a Lucía a la mesa? preguntó al ver que la niña comía en su cuarto.
¡No cabe! respondió Inés, tajante.
¡Qué no cabe! Yo me aprieto, y los chicos también.
¡Qué descaro! dijo Javier. ¡No me siento con una intrusa!
¿Cómo hablas así? suspiró la abuela. ¡Es tu hermanita!
¡Alfonso! chilló Inés. ¡Habla con tu madre! ¡No es asunto suyo cómo educamos a la niña!
Madre empezó Alfonso, pero ella lo interrumpió.
Lucía vive aquí como un animal. Y la tratan como tal. ¿Qué culpa tiene ella de que engañaras a tu mujer? ¡Ahora lo entiendo todo!
¡Alfonso! aulló Inés. Él intentó protestar, pero su madre alzó la mano.
¡Basta! ¡No quiero volver a comer con vosotros!
Doña Carmen se levantó y salió de la cocina. Al girarse, movió la cabeza:
¡Qué vergüenza!
Por la noche, Lucía caminaba en puntillas hacia el baño, evitando hacer ruido. Sabía que, si la oían, habría problemas. Su padre dormía profundamente y nunca la oiría recibir una paliza en silencio.
De pronto, escuchó los furiosos cuchicheos de Inés.
Alfonso, ¿cuándo vas a vender la casa? ¡No aguanto más! ¡Encima de traer a tu hija, ahora me endilgas a tu madre loca! ¿Y los niños? ¿Nuestros hijos legítimos? ¿Cómo van a crecer en este ambiente?
¡Cómo ib