La Observadora Discreta: La Pequeña Niña Atenta a la Visita Misteriosa del Padre.
La pequeña Lucía, sin querer ser vista, observaba en silencio mientras su padre llevaba a una anciana a su pequeño cuarto. La mujer era bajita y llena de arrugas.
Sí, madre, aquí no hay tanto espacio como en tu casa, pero es más cómodo: calefacción, agua corriente, un baño calentito. Y cuando vendamos tu casa y compremos un piso más grande, tendrás tu propio cuarto.
Ay, ¿por qué la cama es tan pequeña? la voz de la anciana era suave pero firme. Ni yo, con lo pequeña que soy, cabría ahí
¡Ah! Es de Lucía, tu nieta. No te preocupes, te conseguiremos una cama más grande.
¡Pero no quedará espacio!
¿Acaso vas a correr por aquí como una niña? el padre rio con dulzura. Todo se arreglará, ya verás.
¿Y Lucía?
¡Sí! la voz del padre se endureció de repente. La hija de Patricia.
Y también tu hija corrigió la anciana con calma, sin inmutarse por el tono severo de su hijo. Que Dios la tenga en su gloria, Patty.
Lucía se persignó instintivamente.
Su madre había sido hermosa y cariñosa, adoraba a su hija, a quien puso ese nombre por la protagonista de una novela que amaba. Lucía recordaba la sonrisa de su madre cuando su padre, Javier, llegaba a casa. Él también era amable y divertido, siempre trayéndole juguetes y mimos.
Pero un día todo se derrumbó. Su madre no despertó. Lucía no entendía qué pasaba, por qué todos lloraban y la miraban con pena, por qué su padre parecía siempre enfadado y distante. La palabra terrible, “falleció”, que todos repetían al entrar en casa, la perseguía, aunque no supiera bien qué significaba.
Pronto, viajaron mucho tiempo en coche con su padre. Él iba en silencio y no respondía a sus preguntas. Finalmente, detuvo el auto y, con voz grave, dijo:
La mamá ya no está, Lucía. Vivirás conmigo y mi familia. Tienes dos hermanos.
Lucía se tranquilizó un poco. Pero al llegar al piso de su padre, una mujer despeinada los recibió gritando:
¿Para qué me traes este problema? ¡Encárgate tú de ella! ¡No quiero criar a tu hija de otro matrimonio!
Lucía se pegó a la pared. Dos chicos, gemelos de doce años, aparecieron al oír los gritos. La miraron con desprecio.
¿Quién eres tú? preguntó uno. ¿Qué espantapájaros es este?
El otro le arrebató la bolsa, la abrió y tiró todo al suelo.
¿Qué tenemos aquí? ¡Basura! ¿La recogiste de la calle? empezó a pisotear sus cosas.
Lucía gritó. Los padres y la mujer corrieron hacia ellos.
¡Lo ves? chilló la mujer. ¡Ni ha entrado y ya arma lío! ¿Por qué lloras, mocosa?
Lucía miró a su padre con lágrimas en los ojos. Él evaluó la situación y dijo fríamente:
¡Vete a tu cuarto! Y tú se giró hacia Lucía, ¡ven conmigo!
La niña lo siguió obedientemente. Oía a la mujer refunfuñar mientras se alejaban.
Lucía entraron en un cuartucho con una ventana diminuta, que antes parecía una despensa. Tu madre ha fallecido. Vivirás conmigo y mi familia. Esa mujer es mi esposa, Laura. Y los chicos son mis hijos, Álvaro y Sergio. Intenta llevarte bien con ellos.
El padre la dejó, pero pronto volvió con una cama vieja y una mesita desgastada.
¡Instálate aquí!
La vida de Lucía cambió radicalmente. Por mucho que lo intentara, la familia de su padre nunca la aceptó. Tía Laura se irritaba solo de verla, diciendo que era una carga. Los chicos no perdían ocasión de pellizcarla o empuj