Juan esperaba a su novia. Los invitados estaban reunidos, el día planeado al minuto, pero Greta siempre tan puntual llegaba tarde sin avisar.
¡Parece que no vendrá! bromeó alguien, dándole una palmada en el hombro.
Pero Juan, mirando el reloj cuyas agujas avanzaban sin piedad, aún guardaba esperanza
Greta, la menor de los tres hijos de Carlos Gutiérrez y su esposa Ana, odiaba el silencio. Pero en su pequeño piso del barrio obrero de Madrid, todo era gris y callado. Su padre, cambiando constantemente de trabajo barriendo calles, trabajando en la fábrica o ayudando al carnicero local, siempre volvía agotado, cenaba en silencio y se hundía en el periódico.
Su madre remendaba ropa vieja o adaptaba prendas de los hermanos mayores para los pequeños. Los niños, reunidos en su rincón, hablaban en murmullos o guardaban silencio para no molestar.
Así recordaba Greta su infancia: tardes grises interminables y un silencio que había que respetar a toda costa. Solo fuera de casa podía ser ella misma, quedándose después de clase con sus amigos en el teatro amateur, donde se sentía viva, libre y brillante.
En los barrios obreros, la infancia terminaba pronto. En 1918, cuando Greta cumplió trece años, terminó la escuela primaria pero no pudo seguir estudiando: su familia no tenía dinero. La joven empezó a trabajar en una peluquería, lavando cabezas, y luego encontró empleo en unos grandes almacenes.
Una vendedora del departamento de sombreros llamó la atención de un director de cortometrajes publicitarios contratado por la tienda. A Greta le ofrecieron un papel por un pequeño extra, y ella aceptó encantada. Desde que los Gutiérrez habían perdido a su principal sostén el padre, el dinero escaseaba. Sus ahorros se habían esfumado en médicos y remedios.
El cortometraje, proyectado incluso en cines, atrajo la atención del director Enrique Peñalver, quien la invitó a participar en su comedia «Pedro el vagabundo». Además, consiguió una beca para la escuela de teatro del Teatro Real. ¡Esa formación, a sus diecisiete años, jamás hubiera podido costeársela!
Allí enseñaban actores y directores consagrados. Uno de ellos, Mauricio Estévez, de cuarenta años, no pudo ignorar el talento de la joven. Su apoyo le valió a Greta el papel protagónico en una película basada en la obra de un premio Nobel español. Y fue él quien le dio un nuevo apellido, con el que millones la conocerían: Greta Gutiérrez se convirtió en Greta Garzón.
Pero la atención de Estévez tenía un precio. La criticaba por cada kilo de más, elegía su ropa y exigía obediencia ciega. En el plató, todos apartaban la mirada cuando Mauricio humillaba a su musa, reduciéndola a lágrimas.
Recordando su infancia pobre y triste, Greta lo soportaba. Cualquier cosa antes de volver a aquel piso oscuro del barrio obrero.
Su sumisión dio frutos. Cuando el magnate Luis Márquez, uno de los fundadores de la productora «Estrella de Oro», invitó a Estévez a Hollywood, el director español exigió: ¡Solo voy con mi actriz!
Greta no encajaba con las estrellas picantes del cine estadounidense de los años 20, pero Márquez accedió. Sin embargo, al llegar a Nueva York, solo encontraron silencio. Nadie de la productora los contactó. Tras dos meses de espera, desesperados, viajaron a Hollywood. Tampoco allí hubo respuesta.
Finalmente, Greta decidió saltarse a Márquez y acudió a una prueba con Ignacio Torralba, otro ejecutivo de «Estrella de Oro». Lo impresionó: decidieron convertirla en estrella. Le dieron clases de inglés, dicción, la pusieron a dieta estricta, la llevaron al dentista y a la esteticista
Cuando apareció en «La seductora» como una marquesa refinada, nadie reconocería a la chica del barrio pobre.
Sus películas mudas arrasaron. En 1928, era la actriz más taquillera. Para entonces, ya se había despedido de Estévez, despedido tras sus constantes peleas con los estudios. En Hollywood, su fama no era la de España, y nadie toleraba sus arrebatos.
Perdió un mentor, pero encontró otro: el guapo actor Juan Gil, consolidado en la industria, comenzó un tórrido romance con ella. Ambos jóvenes, apasionados, no podían separarse.
El estudio promocionó su amor hasta que todo se derrumbó. Juan le propuso matrimonio varias veces, y al fin ella aceptó. Plane







