Noelia Martínez se secó las manos en el delantal y volvió a mirar el horno. La tarta de manzana estaba dorada por un lado, pero aún no estaba completamente hecha. Afuera, la puerta del jardín chirrió: su nuera llegaba. Y su hijo. Y su nieto. Toda su familia volvía del paseo.
¡Abuelita! la voz alegre de Mateo, de cuatro años, hizo que Noelia no pudiera evitar sonreír. Por ese niño aguantaría cualquier cosa, incluso convivir con Lucía, su nuera.
Mamá, ¿otra vez pasaste el día cocinando? Álvaro, su hijo, entró en la cocina, la besó en la mejilla y alargó la mano hacia la tarta caliente.
¡Manos! le dio un suave golpe Noelia. Primero lávatelas.
Noelia, habíamos quedado en que hoy descansaría Lucía apareció en el umbral con bolsas de la compra. Lo acordamos: yo preparo la cena, usted descansa.
Noelia apretó los labios. Allá iba otra vez, diciéndole qué hacer en lo que había sido su hogar.
Descanso cuando horneo respondió secamente. Además, ¿qué hay de malo en querer consentir a mi nieto?
Lucía suspiró y empezó a guardar la compra en silencio. Álvaro le lanzó a su madre una mirada de advertencia, como diciendo: “Otra vez con lo mismo”. Noelia fingió no darse cuenta.
Mateo, ven a lavarte las manos, tomaremos chocolate con la tarta de la abuela llamó al niño, ignorando deliberadamente a Lucía.
Hubo un tiempo en que tuvo su propia vida. Su casa, donde mandaba sin que nadie la contradijera. Sus amigas venían los sábados a tomar café, en el jardín florecían sus rosas favoritas y por las noches veía series cómodamente en su sillón. Pero todo se derrumbó el día del maldito incendio.
Noelia aún recordaba el olor a quemado, los gritos de los vecinos, las sirenas de los bomberos. Había salido corriendo en camisón, con una chaqueta prestada sobre los hombros, viendo cómo las llamas devoraban su hogar. Treinta años de recuerdos convertidos en cenizas.
No te preocupes, mamá le dijo Álvaro entonces, abrazándola. Vivirás con nosotros hasta que solucionemos los papeles y el seguro.
“Vivirás con nosotros” se convirtió en meses. El pequeño piso de dos habitaciones de su hijo, su nuera y su nieto fue su refugio forzoso. Dormía en un sofá-cama en el salón, lo recogía cada mañana y siempre se sentía de más.
¡Abuela, te ayudo a mezclar la masa! Mateo volvió con las manos mojadas y los ojos brillantes.
La próxima vez, cariño sonrió Noelia. La tarta ya está lista, ¿ves?
¡Pero quiero cocinar algo hoy!
Hoy no, Mateo intervino Lucía. La abuela está cansada. Y además, ya es tarde, pronto cenaremos.
Noelia le lanzó una mirada irritada. Otra vez mandando. Otra vez decidiendo por ella.
No estoy cansada replicó. Y puedo pasar tiempo con mi nieto todo lo que quiera.
Mamá Álvaro se frotó el puente de la nariz. Por favor, no empieces otra vez…
¿Qué he dicho yo de malo? Noelia alzó las manos. ¿No tengo derecho a estar con él?
Claro que sí Lucía hablaba con calma, pero Noelia vio cómo sus nudillos palidecían al apretar el cartón de leche. Solo que habíamos acordado un horario para Mateo. ¿Recuerda?
¡Es mi nieto! Noelia sintió la rabia subiéndole por dentro. Yo sé mejor que nadie lo que le conviene. Crié a mi hijo y mira, salió bien.
¡Mamá! Álvaro golpeó la mesa con la palma. ¡Basta ya!
Lucía salió de la cocina sin decir nada, Mateo se abrazó a su abuela asustado y Noelia sintió un nudo en la garganta.
Nunca se habría mudado con ellos por voluntad propia. Nunca. Pero no tuvo elección. El dinero del seguro apenas cubrió la hipoteca de la casa quemada. Un nuevo piso estaba fuera de su alcance y con su pensión no podía alquilar.
Álvarito, no lo hago a propósito susurró. Es solo que… es difícil. Toda mi vida he sido dueña de mis decisiones, y ahora…
Lo sé, mamá él suspiró. Pero entiende: este también es el hogar de Lucía. Y es la madre de Mateo. Ella decide qué puede y qué no puede hacer.
Era la misma discusión de siempre. Noelia creía que Lucía era demasiado estricta: solo una hora de tablet, dibujos con horario, dulces solo después de comer… Puro maltrato infantil, en su opinión.
Voy a ver cómo está Lucía dijo Álvaro, saliendo de la cocina.
Noelia se quedó sola. Se sentó lentamente y se cubrió el rostro con las manos. Estaba harta de los conflictos, de seguir normas ajenas, de sentirse una carga.
Esa noche, mientras Mateo dormía y Álvaro trabajaba en el salón, Lucía llamó a la puerta del baño, donde Noelia se peinaba.
¿Puedo? preguntó la nuera.
Pasa respondió Noelia con desgana. ¿Necesitas algo?
Quería hablar.
Noelia se tensó. Justo lo que le faltaba: otra pelea.
Noelia Lucía se sentó al borde de la bañera. Sé lo duro que ha sido para usted. Pero intente entenderme. Mateo es mi hijo.
Noelia iba a soltar una réplica, pero se detuvo al ver el rostro de Lucía en el espejo: cansado, con una arruga de preocupación entre las cejas. Sus ojos no eran hostiles, solo agotados.
Lo sé dijo, sorprendiéndose a sí misma. Sé que eres buena madre. Solo creo que eres demasiado dura.
Puede ser Lucía esbozó una sonrisa débil. Pero Mateo es alérgico al chocolate, algo que usted olvida. Y el médico dijo que debíamos controlar los dulces por su estómago. No son caprichos míos.
Noelia se ruborizó. Era cierto: a menudo le daba chocolates a escondidas, pensando que las reglas eran tonterías.
Además, trabajo horas extras para ahorrar añadió Lucía. Para un piso más grande. Con una habitación para usted, no un sofá-cama.
Noelia dejó el peine.
¿Qué?
Álvaro y yo llevamos meses ahorrando. Quería decírtelo para tu cumpleaños: ya casi tenemos la entrada.
Un nudo le apretó la garganta. ¿Estaban comprando un piso con cuarto para ella? ¿Después de meses pensando que Lucía quería librarse de ella?
No lo sabía murmuró.
Claro que no Lucía se levantó. Álvaro me pidió que no lo dijera. Pero ya no aguanto más. No quiero pelear, Noelia. Mateo merece una abuela cariñosa. Como usted.
Noelia rompió a llorar. Todo el dolor, las pérdidas, los resentimientos, salieron en ese instante.
Vamos Lucía le acarició el hombro torpemente. Todo mejorará.
Lucía Noelia le tomó la mano. Perdóname, por favor. Pensé que os era una carga. Y solo empeoré las cosas.
No es una carga afirmó Lucía. Es la madre de Álvaro. Y la abuela de Mateo. Es familia. Solo necesitamos respetarnos







