**Cuando no supo soltar a su ex**
¿Vas a verla otra vez?
Lucía clavó la mirada en su marido. Javier seguía atándose los zapatos con calma.
A los niños, Lucía. Voy a ver a los niños, no a ella murmuró Javier, ajustándose los cordones. ¿Cuánto vamos a seguir con esto?
Lucía calló. Sus labios se apretaron en una línea fina. Tenía tantas cosas que decir, pero las palabras se atascaron en su garganta, formando un nudo doloroso.
Antes de casarnos te parecía bien continuó Javier, levantándose y cogiendo la chaqueta del perchero. Sabías que tenía hijos. Te lo conté desde el principio. Dijiste que lo entendías. ¿Y ahora qué? ¿Escenas? ¿Interrogatorios?
Lucía apretó los dientes con más fuerza. Javier se echó la chaqueta al hombro y, sin esperar respuesta, salió por la puerta. El pestillo sonó, y ella se quedó sola.
Pasaron unos segundos antes de que Lucía pudiera moverse. Las piernas le pesaban como si fueran de plomo. Cayó en el sofá del salón. Encendió una tonta serie cualquiera. Ruido de fondo. Algo para ahogar los pensamientos.
Llevaban tres años juntos. Dos de ellos, casados. Y sí, ella lo sabía desde el principio. Divorcio. Dos hijos. Un niño y una niña. Javier se lo contó en su tercera cita. Entonces, Lucía sonrió. Dijo que no era problema. Que lo entendía. Que los niños no eran un obstáculo.
Ahora esas palabras le parecían ingenuas, ridículas.
Lucía se tapó los ojos con la mano y respiró hondo. Contener las lágrimas era cada vez más difícil. El pecho le ardía como si una losa invisible lo aplastara.
Con el tiempo, aguantar se hizo imposible. Dos veces por semana. Sin falta: martes y sábados. Javier se iba a casa de su ex. En teoría, a ver a los niños. Pero se quedaba a cenar. Pasaba tiempo con su exmujer. Con Marta.
Lucía sabía que era absurdo. Confiaba en su marido. O al menos, intentaba convencerse. Pero algo dentro de ella le advertía que se avecinaba tormenta. Una intuición vaga que le revolvía el estómago.
Cuando Javier se marchaba, Lucía se quedaba sola en el piso. Se hundía en la autocrítica. Se reprochaba no defender su postura, ceder ante las promesas de su marido, callar cuando debería gritar.
Agarró el móvil y escribió rápido a su amiga.
*«Ha vuelto a ir con ella».*
El teléfono vibró. Era Elena.
¿Sí? dijo Lucía, intentando que su voz no temblara.
Lucía, ¿qué haces? Elena no anduvo con rodeos. ¿Hasta cuándo vas a aguantar? Te está engañando. Es obvio.
No, Elena, no lo entiendes empezó Lucía, pero su amiga la interrumpió.
Lo entiendo perfectamente. Va dos veces por semana a casa de su ex. Se queda hasta la noche. ¿Y me vas a decir que están jugando con los niños?
Lucía se pasó la mano por la cara. Sabía que Elena tenía razón. Pero admitirlo en voz alta significaba reconocer que su matrimonio era una farsa.
Dice que entre ellos no hay nada susurró Lucía. Que solo va por los niños.
Dios mío, qué ingenua eres suspiró Elena. Lucía, por favor. Abre los ojos. Los hombres normales no pasan la noche en casa de sus ex. Los normales recogen a los niños, salen con ellos y los devuelven. El tuyo se sienta en su cocina, come su cocido y, seguramente, le coge la mano cuando los niños no miran.
Elena, basta apretó Lucía el teléfono.
¿Basta? Vale. Pero recuerda mis palabras. Vas a sufrir con él. Y cuando pase, no digas que no te avisé.
La llamada terminó. Lucía miró al techo. En la tele, alguien se reía a carcajadas. Pero a ella ya le daba igual.
Javier volvió cerca de la medianoche. Lucía lo oyó desvestirse en el pasillo, luego ir al baño. Se acostó a su lado, y ella olió de inmediato un perfume ajeno. Dulce, empalagoso.
No preguntó por qué se había retrasado. No tenía fuerzas. Pero Javier habló, acomodándose.
Perdona la hora. La niña tenía que hacer una manualidad para el cole. La ayudé murmuró, cerrando los ojos. Hizo una vaca con piñas. Quedó graciosa.
Lucía asintió en la oscuridad, aunque él no la vio.
Así pasaron meses. Martes. Sábado. Ida. Vuelta. Olor a perfume ajeno. Excusas.
Hasta que Javier cambió. Se volvió hosco, distante. Pasaba las tardes mirando el móvil, frunciendo el ceño. Lucía intentó preguntar qué pasaba, pero él la apartaba. Rezongaba algo incomprensible y se encerraba en otra habitación.
Unas semanas después, Javier le dio la noticia:
Oye, el viernes tenemos una cita doble.
Lucía lo miró, sorprendida.
¿Con quién?
Con Marta y su nuevo novio.
A Lucía se le quitó un peso de encima. ¿Así que Marta tenía a alguien? ¿Entonces Javier no estaba con su ex? ¿No la engañaba? ¿Sus miedos habían sido infundados?
Una sonrisa asomó en su rostro. Se giró hacia Javier y lo abrazó por el cuello.
Claro que iremos.
El viernes llegó rápido. Lucía hasta se compró un vestido nuevo. Azul claro, ceñido. Quería lucir bien. Demostrarle a Marta que era digna de Javier. Que era la elección correcta.
Llegaron a una cafetería en el otro extremo de la ciudad. Un sitio acogedor, con mesas de madera y luz cálida. Marta ya estaba sentada con un hombre de unos cuarenta años. Alto, deportista, sonrisa agradable.
Hola dijo Marta, levantándose para saludar. Este es Adrián.
Lucía tuvo un buen presentimiento. La velada sería tranquila. Se conocerían, charlarían y cada uno volvería a casa.
Pero la cita doble fue un desastre.
Javier actuó como si quisiera recuperar a su ex. Interrumpía a Adrián. Demostraba que conocía a Marta mejor que nadie.
Adrián propuso pedir pizza picante. Javier intervino:
A Marta no le gusta lo picante.
Lo sé respondió Adrián con calma. Hablamos de eso. Es para nosotros. A ella le pediremos otra cosa.
Pero Javier no se callaba.
¿Te acuerdas, Marta, cuando fuimos a la playa con los niños? siguió, ignorando a Adrián. El pequeño encontró una medusa. Creía que era un juguete.
Marta asintió, pero su cara mostraba irritación.
Javier, eso fue hace años dijo, intentando cambiar de tema.
Pero él continuó. Historia tras historia. Sobre los niños. Sobre su pasado juntos. Sobre cuando eligieron el carrito para la niña. Sobre las noches en vela con el pequeño y sus cólicos.
Lucía callaba, apretando su vaso de agua. Cada palabra de Javier le dolía. Veía que a Marta también le molestaba. Su ex intentaba pararlo con la mirada, pero Javier no la veía.
Y entonces Lucía lo entendió. Javier no había soltado a su ex. Seguía aferrándose a ella. A su pasado, a los niños, a los recuerdos.
Y ella, Lucía, sobraba. Era el plan B. La sustitución temporal.
Sonó su móvil. Un mensaje del banco. Pero Lucía agarró la excusa







