No abriría jamás la boca para comer del pan ajeno. Esa es la frase que mi abuela solía repetir, decía María, con la furia que le quemaba los ojos, sin intentar disimularlo. ¿Y ahora a quién se le ocurría jugar a los culpables? Todos los personajes ya habían abandonado la casa. Sabía bien lo que necesitábamos ese piso, ¡el nuestro, no el de ella!
«Ese», por cierto, es mi hermana exhaló cansado Javier, su voz cargada de hastío después de escuchar por tercera vez los lamentos de su mujer. Y ella, más que nadie, merece ese piso. Fue Irene quien cuidó a la abuela cuando ya apenas podía andar. Irene hacía las compras, pagaba los recibos de la luz y el agua, y llevaba a la anciana al hospital. Yo incluso le propuse a ella encargarse de todo, mientras tú te quedabas en casa
¡Tengo tres hijos! ¡Tres! recriminó la mujer, cruzando los brazos sobre el pecho. Y aun así querías que yo fuera la vieja que cargara con todo.
Dos van a la escuela y el tercero al jardín replicó sarcástico Óscar. Y tú pasas el día encerrada en casa. Si hubieras ido a visitar a la abuela un par de horas, quizás el piso ya sería nuestro. Así que no te lamentes más. Deja de contar el dinero ajeno. ¿No te convence nuestra casa? Entonces ponte a trabajar, que con eso podríamos comprar algo más grande.
¡Qué hombre tan inútil! Ni siquiera puedes ganarte el pan, y dejas que tu mujer trabaje se ahogó María, aunque la realidad era que Javier ganaba bastante bien. Simplemente la mujer no sabía ahorrar, y no deseaba hacerlo, aunque fuera por justicia.
¡Basta! golpeó el hombre la mesa y apartó el plato de sopa sin tocarlo. Se me ha ido el apetito. Y recuerda, no quiero volver a oír que a mi hermana le ha tocado la suerte. Ella se ha ganado la herencia, ¡entendido!
María no respondió a las últimas palabras de su marido, solo frunció el ceño. ¡Qué fácil es decir que se ha ganado todo! La joven de veinte años había recibido un piso de tres habitaciones en el centro de Madrid, con una distribución mejorada. ¿Cómo iba a ocuparla sola? Tomasa, por su parte, tenía tres hijos y una modesta pero sólida casa que había comprado su marido antes de casarse.
Cuántas veces la mujer repetía que sus hijos necesitaban más espacio, que cada uno merecía su propia habitación, sobre todo la mayor, que ya tenía trece años. Pero la pequeña Lola, de apenas cinco, compartía su cuarto con la hermana menor, y era imposible explicarle que algunas cosas estaban fuera de su alcance. Claro, también era culpa de Cristina, que esparcía sus juguetes por todos lados
María anhelaba mudarse al piso. Tenía hijos y los concebía con la esperanza de que la anciana, movida por la compasión, les permitiera vivir en ese hogar. Pero nunca sucedió.
Y entonces se enteró de que la abuela estaba gravemente enferma y sólo le quedaba, como decía el médico, un año de vida. La esperanza renació con fuerza. Sin embargo, Tomasa se rehusó rotundamente a cuidar a la enferma. Como si no tuviera más asuntos que los suyos.
¿Te sorprende que el testamento favorezca a Irene? intervino Celia, amiga de Tomasa, tomando el partido de la anciana. ¿De verdad crees que el piso iba a ser tuyo? ¡No hiciste nada! Yo te dije entonces que llevarais a la abuela a casa y la cuidaseis. Tal vez ya habrías mudado.
¿Y a quién vamos a acoger? protestó una María herida, creyendo que su amiga la respaldaría. La anciana nos rechazó, dijo que quería silencio y tranquilidad.
Yo también la habría dejado así. Cinco personas más en el piso, tres de ellas niños, no es nada. Apártate de Irene, busca trabajo; en la empresa hay una vacante. Con un ingreso extra podríais conseguir una hipoteca.
Lo pensaré murmuró María entre dientes, desconectándose. La conversación no fue la que esperaba; en vez de consejo útil, escuchó acusaciones. ¿Trabajar? No quería, prefería tener otro hijo
Decidió hablar con Irene, pensando que tal vez la convencería de renunciar al piso, o al menos de intercambiar. Irene, sin embargo, se negó a escuchar. Dijo que cumpliría al pie de la letra la última voluntad de la abuela.
María intentó nuevamente razonar con su marido, pero se topó con una bronca. Por primera vez Óscar gritó a su mujer, tanto que los niños se asustaron. La pequeña Cristina lloró desconsolada, mientras Lola miraba con los ojos muy abiertos.
¡Basta! exclamó. Tus ideas ociosas no sirven. No daré ni un centavo más. Yo compraré la comida y la ropa de los niños; a ti te toca ganar tu propio dinero.
Ese día Óscar se marchó a casa de sus padres y no volvió a pasar la noche, enfadado como nunca. ¿Qué le faltaba? Una casa cómoda, un gran jardín ¿Por qué quería María mudarse a un piso apretado con vecinos por todas partes?
Tomasa también se enfadó. El marido debía estar del lado de la mujer, pues así es la familia. Si la esposa quería el piso, debía conseguirlo, y estaba dispuesta a hacer lo que fuera.
Irene volvió a su casa al caer la noche, bajo la tenue luz de las farolas y las vitrinas oscuras de los comercios. ¡Mira quién llega! surgió de la sombra un hombre corpulento, con una sonrisa pícara. Hola, jovencita. ¿Sabes lo que quiero? No te alteres. Tus encantos no me interesan. Adiós, al menos por ahora.
¿Qué quieres? ¿Dinero? preguntó Irene.
Otro hombre ya me ha pagado. Ahora necesito que renuncies a ese magnífico piso. Sé que entiendes a lo que me refiero.
Irene solo asintió. Estaba sola en esa calle desierta, sin compañía ni siquiera su perro. Si empezaba a protestar, no sabía en qué acabaría.
Buen trabajo, dijo el hombre, dándole una palmada en la mejilla. Si haces lo que te pido, nos veremos nunca más. Si no pasaremos un buen rato juntos, te lo aseguro.
Irene corrió a su casa, con la sensación de que aquel hombre la acechaba en cada esquina. ¿Acaso María había consentido tal cosa? ¿Y Óscar? ¿Cómo podía su propio hermano haber llegado a semejante plan?
¡Óscar! sollozó Irene, al ver que su hermano había contestado el teléfono. ¿Estás implicado también? ¿Quieres ese piso? Lo daré todo, solo déjame en paz.
Irene, ¿qué ocurre? respondió Óscar, claramente asustado. ¿Me escuchas? ¿Dónde estás?
En casa Óscar
Voy para allá.
El hombre llegó en diez minutos, violando varias normas de tráfico sin importarle nada; la hermana era más valiosa que cualquier multa. Cuando Irene le contó el encuentro, Óscar comprendió al instante el juego al que estaban sujetos. Entendió por qué su mujer había parecido tan satisfecha.
Presenta denuncia ordenó con firmeza. En cada esquina hay cámaras; lo localizarán rápido, y él rendirá cuentas a Tomasa sin problemas.
Pero titubeó Irene. No la encarcelarán, pero
No es asunto tuyo. Que coseche los frutos de sus actos. Yo me divorcio. No permitiré que mis hijos sean criados por una mujer así. ¿Qué les enseñaría?
Al final, abrieron una causa penal contra María, a pesar de sus vehementes negaciones. Ignoraba que el hombre contratado para el encargo había grabado todo. Los hijos dejaron de hablarle y el divorcio se consumó con rapidez.







