A ellos cinco no les es de sangre Pero, ¿quién podría decirlo?…
A Evaristo se le murió la esposa. No pudo recuperarse del último parto.
Aquí, por más que te preocupes o no, cinco niños se quedaron sin madre. Al mayor, Nico, le faltaba poco para los diez. A Iluminado, siete. Los gemelos, Santi y Leo, cuatro años. Y la más pequeña, apenas tres meses, Leticia, la hija tan esperada
Nunca hay que entristecerse cuando los niños piden de comer. Pero cuando los acuesta, a medianoche, se sienta en la cocina, fumando
Al principio, Evaristo se las arregló como pudo. Bueno, su cuñada vino un tiempo, le echó una mano. No tenían más familia. Quiso llevarse a Santi y Leo, decía que así le sería más fácil. Luego vinieron un par de asistentes sociales.
Le propusieron llevar a todos los niños a un orfanato. Evaristo no pensaba entregar a sus hijos a nadie. ¿Cómo iba a entregar a sus propios hijos? ¿Y cómo vivir después? Claro que era difícil, pero ¿qué remedio? Poco a poco irían creciendo, ya se harían mayores.
A los mayores a veces hasta les revisaba los deberes. Con Leticia era el mayor quebradero de cabeza, claro. Pero ahí estaban Nico y Lumi para echarle una mano.
Y la enfermera de cabecera, Nina Isabel, venía a menudo, pendiente de todo. Una vez le prometió a Evaristo que le buscaría una niñera. Al fin y al cabo, es duro para un hombre con un bebé. Le dijo que era una chica buena, trabajadora. Ayudante en el hospital.
No tenía hijos, tampoco estaba casada. Pero había ayudado a criar hermanos, venía de una familia numerosa de un pueblo cercano. Y así llegó a su casa Lucía.
Bajita, fuerte, de cara redonda, con una trenza larga y poco moderna. Y callada. No decía ni una palabra de más. Pero todo cambió en la casa de Evaristo. La casa relucía: todo limpio y ordenado.
Remendó la ropa de los niños, la lavó. Y atendía a Leticia, cocinaba y fregaba. En el colegio y la guardería notaron el cambio enseguida. Los niños iban limpios, aseados, los botones ya no estaban cosidos con cinta negra, los codos sin rotos.
Una vez Leticia se puso mala, con fiebre. La médica dijo que se recuperaría, lo importante eran los cuidados. Así que Lucía pasó las noches junto a ella, sin acostarse ni una vez. La cuidó hasta que sanó. Y sin darse cuenta, se quedó en casa de Evaristo
Los pequeños empezaron a llamarla mamá, extrañaban el cariño materno. Y Lucía no escatimaba afecto. Los elogiaba, les acariciaba la cabeza. Los abrazaba. Pues claro, al fin y al cabo eran niños
Los mayores, Nico y Lumi, al principio se mostraban esquivos, no la llamaban de ningún modo. Luego empezaron a llamarla simplemente Lucía. Ni niñera ni madre, solo Lucía. Para recordar, supongo, que su verdadera madre había existido Y por edad, apenas le llevaba unos años.
La familia de Lucía no estaba contenta.
¿Por qué te cuelgas esa carga al cuello? ¿No hay hombres en el pueblo?
Los hay contestó ella, pero me da pena Evaristo Y los niños ya se han acostumbrado, ahora no voy a dejarlos
Y así vivieron. Quince años pasaron volando Los niños estudiaron, crecieron. Claro, no todo fue perfecto: a veces se portaban mal. Evaristo se enfadaba, hasta agarraba el cinturón. Pero Lucía lo frenaba: «Espera, padre, primero hay que entender qué pasó».
A veces discutían, luego se reconciliaban. En el pueblo ya nadie la llamaba Lucía. La llamaban doña Lucía Vasílievna, con respeto. Nico ya estaba casado, esperaban su primer hijo.
Vivían aparte, Nico trabajaba en la cooperativa. No era un simple tractorista, cada año le daban diplomas o premios, así de bueno era. Lumi terminaba la carrera en la ciudad, Lucía estaba especialmente orgullosa de él: «Mi hijo será ingeniero».
Todo lo hacían juntos: de niños jugaban, y de mayores se defendían mutuamente si hacía falta. Leticia pasó a noveno, otro orgullo de Lucía. Sabía cantar y bailar, ninguna fiesta pasaba sin ella.
Y Evaristo pensaba por enésima vez lo bien que le había escogido mujer Nina Isabel Este verano, Lucía sintió que algo andaba mal en su cuerpo. Nunca se había enfermado, pero de pronto se mareaba, le dolía
Echaba a Evaristo y sus cigarrillos al patio, le daban náuseas. Al principio pensó que pasaría, pero no. Al final fue al médico.
Volvió a casa callada y pensativa. Evitó las preguntas de Evaristo, diciendo que no era nada, que todo estaba bien.
Pero esa noche, cuando todos dormían, llamó a Evaristo al patio.
Siéntate, padre, hay que hablar ¿Sabes lo que me dijo el médico? Voy a tener un hijo Ya es tarde para hacer nada, hay que quedárselo Dijo y se tapó la cara. Qué vergüenza
Evaristo se sorprendió con la noticia. Tantos años sin hijos y ¡ahora!
¿Qué vergüenza, madre? Los mayores casi se han ido, ¿qué, nos quedaremos solos? ¡Mira, la naturaleza lo ha dispuesto todo bien! ¡Así que preparémonos!
¿Cómo se lo decimos a los niños? Dirán que ya soy vieja para esto
¿Vieja? ¿Treinta y nueve años es ser vieja?
Ay, no sé qué hacer, qué hacer Qué vergüenza
Bueno. Yo se lo diré. Mañana mismo, cuando estén todos.
Y lo dijo. En cuanto se sentaron a la mesa, lo soltó. «Mis queridos hijos, pronto tendréis otro hermano. O hermana. Así es».
Lucía bajó la cabeza, como si buscara algo en el plato, se sonrojó hasta las lágrimas.
Nico, que estaba de visita con su mujer por ser domingo, se rio.
¡Genial, madre! ¡Bravo! ¡Así parís juntos con mi mujer! ¡Los críos crecerán juntos, no se aburrirán!
Santi también se alegró:
¡Adelante, madre! ¡Necesitamos otro hermano!
Pero Leo protestó:
No Una niña. Ya hay muchos chicos, y solo una niña. Hemos malcriado a la princesa
Leticia solo le lanzó una mirada a Leo.
Malcriado ¿Tú la has malcriado? ¡Claro, una niña, madre! ¡Le haré moños, le compraremos vestidos bonitos! Se entusiasmó.
Vestidos ¿Qué, es una muñeca? intervino Lumi. A los niños hay que educarlos dijo con tono docto.
Los educaremos dijo Evaristo.
Pero Lucía seguía avergonzada y se tapaba el vientre que crecía, ya con un pañuelo, ya con una chaqueta en pleno calor, como si tuviera frío.
Los meses pasaron volando. Ya celebraron el primer hijo de Nico, ¡un niño! Lumi volvió a la universidad, se acabaron las vacaciones. Santi y Leo también se fueron: entraron en la escuela agraria.
Y Leticia empezó el curso. La casa se quedó callada, vacía. Leticia estaba en el colegio o con amigas. Hasta algún chico empezó a acompañarla de vuelta del baile de los domingos.
Lucía no dormía, esperaba a Leticia. Y de pronto, un dolor Tan agudo que se le nubló la vista.
Evaristo llamó débilmente, Evaristo, parece que ha empezado
Él palideció, hasta







