No eres la esposa, eres la sirvienta. ¡No tienes hijos!
Mamá, Dolores ha llegado a este nido. Estamos desarmando las paredes, no se puede vivir aquí. Hay una habitación vacía; ¿por qué debería quedar sumida en el polvo? replicó Juan, el marido de Dolores.
Aquel pensamiento no le pesó a él, pero la madre de Juan lo sentía como una piedra en el pecho. La suegra jamás había aceptado a la nuera.
Tengo que trabajar, no puedo quedarme susurró Dolores.
Dolores teletrabajaba, necesitaba silencio y calma. Juan pasaba el día en la oficina de la Gran Vía, y compartir techo con la suegra resultaba una tarea imposible. Dolores estaba acostumbrada a la soledad del apartamento, así que nadie le molestaba.
Miraba a la suegra sin encontrar palabras. La anciana no quería que Dolores habitará bajo su mismo techo, pero parecía no haber salida. Se sentaron alrededor de la mesa y comenzaron la cena.
Dolores, pásame tu ensalada de autor dijo Juan.
Juan, no te metas con esos químicos. Preparé otra, más sana protestó la suegra.
El rostro de Dolores cambió; su marido era alérgico a los tomates. ¿Cómo pudo la madre de Juan olvidar eso? Cuando Juan era niño, ella nunca le prestó atención a sus alergias. No hay necesidad de ir al médico, decía, una pastilla y pasará.
Tiene alergia. ¿Por qué metiste tomates en la ensalada? preguntó Dolores.
¿De qué hablas? Solo hay un tomate, no pasa nada replicó la suegra.
Se va a enfermar.
Dolores, cálmate. No tiene alergia; su propia madre lo conoce mejor que tú.
Yo soy su esposa. Me ocupo de él.
No eres esposa, eres sirvienta. ¡No tienes hijos! Cuando los tengas, hablaremos.
Dolores se levantó de la mesa y huyó al dormitorio. Cada vez que la suegra la tocaba, sentía un dolor punzante en el pecho. Juan se apresuró a consolarla.
Juan, lo siento. Mejor iré a casa de mis padres o al despacho. No viviré bajo el mismo techo que tu madre.
Déjame hablar con ella. ¡Cámbialo!
No, ya lo hemos repasado mil veces. No vamos a reconciliarnos bajo el mismo tejado.
Al final, alquilaron un piso en el barrio de Malasaña para evitar otro escándalo familiar. La suegra se quejó, pero no tuvo alternativa. Y Dolores se abrazó a la suerte de contar con un marido tan comprensivo y tolerante, como un faro que titila en la niebla de un sueño sin fin.







