**Diario Personal**
Hoy ha sido uno de esos días que te hacen cuestionarte todo. Estaba en la cocina de mi suegra, Carmen Fernández, con un plato en la mano mientras ella retiraba la carne de mi plato para devolverla a la cazuela, trozo por trozo, como si cada pedazo fuera un pecado.
Perdona, ¿qué has dicho? pregunté, sin dar crédito a lo que acababa de oír.
¿Qué no entiendes? Carmen se secó las manos en el delantal y me miró de arriba abajo. Tú no eres de esta familia. Te colaste sola.
El silencio en la cocina era tan denso que solo se escuchaba el hervor de la sopa en el fogón. Me temblaban las manos al dejar el plato sobre la mesa.
Carmen, llevo cinco años casada con Javier. Tenemos una hija
¿Y qué? me interrumpió. Lucía es de nuestra sangre, eso sí. Pero tú siempre serás una extraña.
Entró Javier, el pelo revuelto, la camisa desabrochada, como si hubiera estado echando una siesta.
¿Qué pasa aquí? preguntó, mirándonos a las dos. ¿Por qué estáis así?
No pasa nada dijo Carmen con calma. Solo le explico a tu mujer cómo se hacen las cosas en esta casa.
Javier frunció el ceño. Yo seguía allí, pálida, apretando los labios.
Mamá, ¿qué le has dicho?
La verdad. Que la carne no es para todos. Somos muchos y hay poco.
Sentí un nudo en la garganta. Cinco años creyendo que era parte de esta familia. Cinco años aguantando sus indirectas, sus críticas, esperando que con el tiempo las cosas mejoraran.
Javi, me voy a casa de mi madre susurré.
¿Qué casa? estalló Carmen. ¡Aquí es tu casa ahora! ¿O crees que puedes irte cuando te dé la gana?
Mamá, basta Javier se acercó a mí. ¿Qué ha pasado?
No supe cómo explicarle que su madre me había dejado claro que yo no era nadie aquí. Que ni siquiera un plato de estofado merecía.
Voy a preparar las cosas de Lucía dije en lugar de responder. Nos quedaremos con mi madre este fin de semana.
¿Para qué? se quejó Carmen. Si la abuela está aquí, ¿para qué llevar a la niña de un lado a otro?
La abuela cree que su madre no es familia respondí en voz baja. Quizá su nieta también merezca un lugar mejor.
Javier me agarró del brazo.
Elena, espera. Explícame bien qué ha pasado.
Pregúntaselo a tu madre dije, mirando a Carmen, que ahora removía la sopa como si nada.
En la habitación, Lucía jugaba con sus muñecas.
¡Mamá! Mira, estoy dando de comer a María.
Muy bien, cariño me agaché para abrazarla. ¿Tienes hambre?
¡Sí! La abuela dijo que hoy habría estofado.
Lo habrá, pero lo comeremos en casa de la abuela Marta.
¿La tuya? sus ojos brillaron. ¡Genial! ¿Y papá viene?
No, se queda aquí.
Mientras hacía la maleta de Lucía, Javier apareció en la puerta.
Elena, ¿de verdad vas a hacer esto por una tontería?
¿Tontería? me levanté. ¡Tu madre me ha dicho que no soy familia! ¡Me ha quitado la comida! ¿Eso es una tontería?
¡Bah! Ya sabes cómo es, se altera fácil. Mañana ni se acordará.
Pero yo sí me acordaré, Javier. Y no es la primera vez.
Déjalo ya. Está cansada, tiene problemas en el trabajo
¿Cansada? reí sin humor. ¿Lleva cinco años cansándose? ¿Y siempre soy yo quien paga?
¡Pues no le hagas caso!
¿Que no le haga caso? ¿Cuando me llama extraña en mi propia casa? ¿Oyes lo que dices?
Javier se pasó la mano por la nuca, como siempre hacía cuando no sabía qué decir.
Elena, ¿adónde vas a ir? Somos una familia. Tenemos una hija.
Por eso mismo me voy. No quiero que Lucía crea escuchando cómo humillan a su madre.
¿Quién te humilla? Mamá solo ha dado su opinión.
¿Opinión? dejé de hacer la maleta. Javi, ¡me ha quitado la comida! ¡Me ha dicho que soy una extraña! ¿Eso es una opinión?
Bueno quizá fue brusca. Pero ya sabes cómo es, crió sola a mi hermano y a mí después de que papá muriera. Está acostumbrada a controlarlo todo.
¿Y yo tengo que aguantar su control el resto de mi vida?
Javier se sentó en la cama y me tomó las manos.
Elena, no peleemos. Hablaré con ella.
¿Qué le vas a decir? ¿Que también soy una persona? ¿Que tengo sentimientos?
Claro. Le diré que no sea grosera.
Negué con la cabeza.
No se trata de groserías, Javi. Es que tu madre no me acepta. Y tú lo sabes.
Solo necesita tiempo
¿Cinco años no son suficientes?
Desde la cocina, Carmen gritó:
¡Javier! ¡Ven a cenar! ¡Se enfría!
Él se levantó.
Vamos, cenemos y luego hablamos.
No, gracias. Se me ha quitado el hambre.
Mientras Javier salía, llamé a mi madre.
¿Mamá? Soy yo. ¿Podemos ir unos días?
Claro, hija. ¿Qué ha pasado?
Luego te cuento. Salimos ahora.
Bien. He hecho cocido, hay para todas.
No pude evitar sonreír. Mi madre siempre decía “hay para todas”. Nunca contaba los trozos, nunca medía las raciones.
Lucía estaba emocionada con el viaje. En el autobús, no paraba de hablar de sus muñecas.
Mamá, ¿por qué papá no viene? preguntó al llegar a casa de mi madre.
Está trabajando, cariño. Vendrá más tarde.
Marta, mi madre, nos recibió con los brazos abiertos. Era todo lo contrario de Carmen: dulce, cálida, siempre dispuesta a ayudar.
¡Cuánto me habéis echado de menos! levantó a Lucía. ¡Mi niña, cómo has crecido!
Abuela, ¿tienes cuentos nuevos?
¡Por supuesto! Después de cenar leemos.
En la mesa, mi madre sirvió el cocido en platos hondos.
Comed, comed. Elena, estás muy delgada. ¿No te alimentan?
Sí, mamá. Es que no tenía hambre.
Pues ahora sí. En casa hasta las paredes ayudan.
En casa. Miré alrededor: la cocina acogedora, las cortinas de cuadros, el viejo aparador con la vajilla de porcelana. Aquí nadie me llamaría extraña.
Más tarde, mientras Lucía dormía, mi madre y yo tomamos té.
Cuéntame qué pasó dijo, llenando las tazas.
Le expliqué lo de la carne, las palabras de Carmen. Ella asentía en silencio.
¿Y cómo reaccionó Javier?
Como siempre. Dijo que su madre estaba cansada, que no le hiciera caso.
Ya mi madre removió el azúcar. Y tú, ¿qué sientes?
Cansancio, mamá. Mucho cansancio. Cinco años intentándolo, y ella nunca me aceptó. Todo le parece mal.
Ponme ejemplos.
Que no cocino bien, que no limpio donde debe ser, que no cuido bien a Lucía. Cuando la niña estuvo enferma el mes pasado, me