Misterios y Encantamientos: Explorando lo Desconocido

Life Lessons

Lidia se despertó aquella mañana con fiebre. La noche anterior había estado en el cementerio, pues su marido le había pedido que pusiera orden en la tumba de su abuela. Mientras él buscaba la sepultura, Valentina percibió una bandada de cuervos posada sobre una verja oxidada. Sintió como si la miraran a ella y dirigió la vista al monumento de hierro. En la foto en blanco y negro que colgaba allí aparecía una anciana cubierta por un pañuelo. De pronto, una voz masculina y autoritaria resonó en su cabeza:

¿Qué miras? ¡Levántate y limpia!

Sin entender por qué, Valentina empezó a trabajar en la sepultura ajena. Pero lo extraño no terminó allí. Cuando el marido descubrió la tumba de su abuela, les pareció que el viejo monumento había sido sustituido por uno nuevo, de mármol brillante. La foto también había cambiado: ya no mostraba a la anciana, sino a una mujer joven con una sonrisa en los labios.

¡No sé qué está pasando! exclamó Esteban, desconcertado ¿Quién habrá hecho esto? No quedan familiares; todos están enterrados aquí.

Yo tampoco lo entiendo se quejaba Lidia, con el ceño fruncido.

Los brazos de Valentina le dolían intolerablemente. Lo que más le inquietaba era quién había reemplazado el monumento de la querida abuela de Esteban.

¿Podrá ser una alucinación o brujería? le preguntó a su marido.

Ve al médico le aconsejó Santiago Yo mismo no entiendo nada del monumento.

En el hospital, la situación de Lidia se volvió una verdadera odisea. El cirujano le recetó inyecciones en las articulaciones, a las que ella se negó. La radiografía no reveló nada y la enfermera le entregó una receta para comprar pomadas y analgésicos. A los dolores en los brazos se sumó la debilidad y la presión arterial baja. Valentina sentía que ya no quedaba ningún órgano sano en su cuerpo. Así transcurrieron varios días; los médicos no hallaban causa alguna y la joven comenzó a prepararse para la muerte. Su vecina del edificio, que había entrado a pedir sal, la reconoció al instante:

Chiquilla, ¿qué te pasa? le preguntó Carmen Te ves muy enferma.

Lidia le contó la historia del misterioso hombre que le había ordenado limpiar una tumba ajena y del monumento que había cambiado de forma y de foto.

¿Hablas de una voz? ¿Que el monumento y la difunta cambiaron? reflexionó la anciana Eso es obra del custodio del cementerio; quizá tomó la enfermedad de alguien a cambio de un favor.

¿Cómo? sollozó Lidia.

¡Magia negra! exclamó la vecina Necesitas ir a la iglesia.

La iglesia no le sirvió de nada. Lidia sufrió la extraña dolencia durante un año entero, tuvo que abandonar el trabajo y se desplazaba con dificultad por su apartamento. Tras la Semana Santa, en el Día de los Difuntos, el marido le propuso visitar a los familiares fallecidos:

¿Te atreves?

Lo intentaré respondió ella.

¡Eres tú la dueña del cementerio! sollozó la enferma ¡Acepta mi sacrificio! No quiero morir; tengo hijos, marido ¡Devuélvele la enfermedad a quien la tomó!

Lidia se quebró en llanto. Parecía que todos los difuntos la observaban con compasión. En la foto del marido, sus ojos mostraron una chispa de piedad.

¡Llévate el dinero! susurró una voz en los oídos de Lidia ¡Vete con Dios! Quien te mandó este castigo recibirá su merecido.

¿Por qué lloras en la tumba ajena? escuchó Esteban, emocionado ¡Vamos!

El monumento de la abuela volvió a su estado original; en la foto aparecía la anciana con expresión triste.

¡Caramba! exclamó Esteban, horrorizado.

¡Quiero vivir! gritó Valentina ¡Custodio, protégeme!

Al día siguiente Lidia despertó completamente curada. En su mente rondaban los sucesos del día anterior y sospechaba quién había provocado el mal. Su cuñada, que nunca la había aceptado, enfermó gravemente y falleció poco después. Lidia decidió que no había espacio para el rencor ni para el miedo. Aprendió que, aunque el destino a veces parezca una sombra al acecho, la fuerza interior y la solidaridad pueden disipar la oscuridad. Así, comprendió que quien carga con el peso de los demás debe hacerlo con el corazón ligero, porque quien siembra vientos, cosecha tempestades, pero quien siembra bondad, recoge paz.

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