**Diario de Javier**
Javier estaba en la puerta, pálido como la cera, con la mirada oscura, casi amenazante. Sus manos se aferraban al marco, y sus hombros temblaban no por el frío, sino por la rabia que lo consumía.
¿Qué pasa aquí? Su voz, grave y cortante, llenó la habitación.
Isabel sintió que el corazón se le encogía. Lo amaba, pero en ese momento también le tenía miedo. No quería creer que el hombre que la había salvado pudiera verse obligado a elegir entre ella y su propia madre.
Carmen alzó la vista con una calma estudiada, como una actriz que sabe que tiene el control.
Pasa, hijo mío, que intento salvarte. Detente un momento y piensa: ¿qué haces con esta chica? En tres meses has gastado más en ella que en ti en todo el año pasado.
Madre Javier cerró los ojos un instante, como si intentara dominar su furia. Te dije que Isabel no es un capricho. Es la mujer que amo.
¿Amor? Carmen soltó una risa fría. El amor no se encuentra junto a los contenedores de basura. Ella viene de ahí, Javier. ¿Tienes idea de lo que eso significa para nuestra reputación?
Isabel sintió que le ardían las mejillas. Quería responder, gritar, pero una mano invisible parecía oprimirle el pecho. En lugar de palabras, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Javier dio un paso hacia su madre.
¿Sabes de dónde la saqué? Sí, estaba junto a un contenedor. ¿Sabes por qué? No por ella. Por una anciana enferma que no tenía qué comer. Pero a ti te es más fácil ver la suciedad que la bondad.
La bondad no paga las facturas replicó Carmen con dureza. Y no olvides que un hombre como tú puede tener a cualquier mujer que desee.
Así es dijo él, con mirada firme. Y he elegido a Isabel.
Un silencio incómodo se extendió entre ellos.
Isabel, al fin, encontró la voz:
Javier, no tienes que
Sí la interrumpió él con suavidad. Tiene que saber la verdad.
Carmen cruzó los brazos, como una jueza esperando la última palabra del acusado.
La verdad es simple, madre: tú crees que el amor se mide en pedigrí y cuentas bancarias. Yo creo que se mide en los momentos en que alguien se queda a tu lado incluso cuando no tienes nada.
Isabel lo miró, sintiendo que el nudo en su garganta se deshacía.
Cuando la conocí continuó Javier, podía rechazarme. Y lo intentó. Sabía que era peligroso aceptar ayuda de un extraño. Pero lo hizo, porque estaba exhausta y hambrienta. Y, desde entonces, no la he visto pedir nada para sí misma.
Carmen mordió su labio, pero no respondió.
Javier dio otro paso.
Si no puedes aceptar mi decisión, lo siento, pero esta es mi vida. Y ella forma parte de ella.
Isabel se estremeció. Le costaba creer lo que escuchaba.
Javier su voz era una mezcla de gratitud y temor.
No, Isabel dijo él con firmeza. He callado demasiado tiempo. Me dejé arrastrar entre lo que quería mi madre y lo que quiero yo. Ahora elijo. Y elijo que te quedes.
Carmen levantó los ojos al cielo, pero el tono de Javier no dejaba espacio a discusión.
Muy bien dijo al fin, levantándose del sillón. Pero no vengas a mí cuando te deje tirado.
Y salió, dejando atrás un leve aroma de perfume caro y un vacío pesado en el aire.
Isabel se quedó quieta, incapaz de moverse.
¿Has hecho esto por mí? susurró.
No solo por ti. Por nosotros. Y porque no quiero vivir sabiendo que perdí a alguien como tú por el orgullo de otro.
Las lágrimas le rodaban por las mejillas, pero por primera vez en mucho tiempo, eran de alivio.
Javier la atrajo hacia sí, abrazándola con fuerza.
Lo lograremos le susurró. Quizá no sea fácil, pero lo lograremos.
¿Y si tu madre nunca nos perdona? preguntó ella, con voz apagada.
Entonces viviremos con eso. Yo ya he tomado mi decisión.
En los días siguientes, la casa parecía más tranquila, pero también más fría sin la presencia constante de Carmen. Isabel notaba las miradas de sospecha de los vecinos, pero cada vez que Javier le sonreía, recordaba que no estaba sola.
Empezaron a buscar un piso más pequeño, solo para ellos dos. Javier reorganizó sus negocios, e Isabel encontró un trabajo a media jornada en una cafetería cercana. Su vida ya no tenía el lujo de la casa de su madre, pero tenía algo más: libertad y respeto mutuo.
Una tarde de primavera, camino a casa, Javier se detuvo y tomó su mano.
Te prometí algo el día que te conocí, ¿lo recuerdas? dijo él.
Que estarías a mi lado, pase lo que pase sonrió Isabel.
Y eso hago. Y eso haré siempre.
Se besaron bajo la luz de las farolas, y para Isabel, el mundo entero se redujo a ese momento. Sabía que su camino no estaré libre de obstáculos, pero estaba lista para recorrerlo, porque, al fin, ya no era la chica del contenedor. Era la mujer que un hombre había elegido amar, sin importar el precio.
**Lección aprendida:** El verdadero valor no está en lo que tienes, sino en lo que eres capaz de dejar atrás por amor.