Oye, te voy a contar esta historia como si estuviéramos tomando un café en la terraza.
María aún no podía creer lo que estaba pasando. ¿De verdad tenían por fin su propia casita en el campo? Llevaban soñando con esto diez largos años, pero la vida siempre les ponía trabas: la hipoteca, los niños con sus estudios, alguna que otra crisis Pero ahora, tras mirar sus ahorros, decidieron que era el momento: ahora o nunca.
Su marido, Alejandro, trabajaba en una compañía de seguros, nada del otro mundo, y María era fisioterapeuta infantil. Ganaba bien, pero hasta ahora no les había llegado para comprar una casa fuera de la ciudad. Sin embargo, el destino quiso que, casi al mismo tiempo, fallecieran su abuela y la de Alejandro. Cada una les dejó en herencia un piso en ciudades de provincia.
Tras muchas conversaciones, decidieron vender ambos pisos, juntar el dinero y cumplir su sueño: comprar un terreno.
La oferta llegó rápido. En invierno pocos se apresuran a vender propiedades; todos prefieren esperar al buen tiempo. Pero Alejandro no quiso esperar.
Si lo dejamos para después, encontraremos mil excusas y al final nos quedaremos sin nada refunfuñó.
María estaba de acuerdo. ¡Todo encajaba a la perfección!
El terreno era ideal. Tenía luz, gas, agua Solo faltaba construir una casita pequeña, aunque fuera para verano.
Decidieron que, cuando llegara el buen tiempo, Alejandro se tomaría unas vacaciones y, con su amigo Nicolás, se pondrían manos a la obra.
Trabajaron sin descanso, sin parar ni un solo día. Y un mes después, la familia celebraba su estreno en la nueva casa.
Claro, no tenían donde dormir bien colchones inflables en el suelo y mantas traídas de la ciudad, pero lo importante era que ya tenían cocina y agua. Lo demás se arreglaría con tiempo.
¡Alejandro, enhorabuena! brindó Nicolás.
Los hombres vaciaron sus copas, cogieron un trozo de carne a la brasa, la cubrieron de cebolla y ketchup y empezaron a comer.
¡Quién lo diría! ¡Todo ha pasado tan rápido! exclamó María, emocionada. En Nochevieja ni soñaba con esto, y ahora ¡mirad! señaló la casita.
Aunque ya anochecía, no tenían prisa por entrar y seguían con su improvisada cena al aire libre.
Hola, hijo, ¿cómo vais? preguntó Susana con voz dulce.
Y si sonaba así de amable, era porque algo tramaba.
¡Genial, mamá! contestó Alejandro, animado.
Ya lo sé. Los nietos me contaron que habéis comprado una casa en el campo.
¡Eso es! ¡No una casa cualquiera, sino una residencia de lujo! dijo orgulloso.
Ay, qué cosas dices rió la suegra, aunque su voz perdió alegría. Bueno, me alegro
Mamá, ¿y tú qué tal? preguntó él.
Ay, en mi edad Los médicos dicen que necesito tranquilidad, nada de estrés. Quizá así mejore Pero ¿dónde encontrar un sitio así? Los balnearios son caros, no me llega dejó caer.
¡Pues ven con nosotros! propuso Alejandro.
¡No, hijo! ¡Como si no tuvierais suficiente con lo vuestro! Y María no querrá
Mamá, déjate de tonterías. ¡Ven y punto!
Vale, cariño, iré. Te haré un pastel de crema, tu favorito.
Cuando Alejandro le contó a María que su madre vendría, ella no se alegró tanto.
O sea, tenemos casa nueva, y justo ahora los médicos le recomiendan aire puro dijo con sarcasmo.
Pues sí respondió él.
Nada sospechoso, ¿verdad?
No, tiene la tensión.
Alejandro, no lo ves. No viene por salud, ¡sino a cotillear nuestra casa!
Basta. Vendrá, estará una semana y se irá.
¿Olvidaste lo que pasó la última vez?
Alejandro no lo recordaba, pero María sí. Susana había hecho todo por separarlos: cotilleos, peleas, insinuaciones de que su hijo mayor “no era de su clase”. Hasta pequeñas maldades: salaba demasiado la comida o cambiaba el azúcar por sal. María no aguantó y la mandó a casa en el primer tren.
Esta vez, María estaba segura de que Susana volvería a armar lío. Pero no quería enfrentar a Alejandro con su madre. Quizá, por una vez, las cosas fueran distintas.
¡Qué bonito tenéis esto! ¡Un auténtico paraíso! El aire, los árboles, esta casita tan mona Susana no paraba de alabar el lugar. ¡Seguro que fue idea tuya, María! Eres una joya. Alejandro, no la sueltes, ¡mujeres así no hay muchas!
Esto es nuevo, Susana. ¿A qué viene el cambio? preguntó María, sorprendida.
Siempre fuiste mi favorita. Mi hijo es un patoso, pero mi nuera es oro. Tuvimos diferencias, pero las superamos. A lo pasado
¿O sea, yo soy el patoso? rió Alejandro.
Sí, pero mi patoso sonrió Susana. Oye, ¿qué cenamos hoy?
¡Hacemos barbacoa todos los días! respondió María. ¿Te parece bien? Es que nos encanta cocinar fuera.
Me encantará. La última vez que comí carne así fue en Benidorm. Alejandro iba al instituto. ¿Te imaginas lo que ha llovido?
Bueno, Alejandro, prepáralo. Yo voy a por la carne.
¿Puedo acompañarte? Quiero ver la casa otra vez.
¡Claro! asintió María.
Esta vez, Susana parecía diferente. Bromeaba, era cariñosa, sobre todo con María. Quizá el tiempo la había cambiado. O quizá los conflictos del pasado la hicieron reflexionar. ¿Para qué arruinar su relación con Alejandro? Llevaban años juntos, tenían hijos adultos, ahora esta casa. Además, María era una buena nuera: trabajadora, fiel, buena cocinera
Mientras Alejandro y su madre iban a por platos, sonó el teléfono y quedó boca arriba. María vio el mensaje y se quedó helada.
*”¿Cuándo vuelves a la ciudad? ¿Ya se lo has dicho? Espero noticias. Besos.”*
El móvil se le cayó al césped. Su mente era un caos.
*”¿Cómo decírselo a los niños? ¿Cómo repartir el piso? ¿Quién es esa mujer? ¿Cómo pudo hacer esto Alejandro?”*
¡Aquí están los platos! dijo Alejandro.
Necesito un momento María no podía estar cerca de él. Necesitaba agua fría en la cara y respirar.
Entró corriendo en casa y se abalanzó al lavabo.
¿Qué pasa? Susana casi se cayó al esquivarla, tirando una botella de ketchup.
María se lavó la cara frenéticamente, mezclando lágrimas con agua. Al cabo de un minuto, se secó con una toalla.
Alejandro tiene a alguien.
Cariño, ven aquí Susana la abrazó.
A María le pareció que su suegra no se sorprendió.
¿Por qué no me lo dijiste?
Lo sabía, pero esperaba que recapacitara. Lleváis juntos desde la universidad, tenéis hijos, esta casa Ya te dije que es un patoso.
María volvió a llorar. Si se lo había contado a su madre, era serio. Su matrimonio estaba perdido.
Escúchame. Tranquila, seca esas lágrimas. ¿Quieres montar un escándalo?
María asintió, limpiándose la cara







